Vanity Fair (Spain)

EN PRIVADO

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Publicamos en exclusiva el adelanto de las memorias de

James Costos, que desvela su visión de sus años como embajador en España.

Llegó a España en septiembre de 2013 y la Embajada de Estados Unidos se convirtió en un punto de encuentro para emprendedo­res, políticos, artistas, periodista­s o empresario­s. Logró varios hitos: traer a España a Barack y Michelle Obama por separado o que en nuestro país se rodara ‘Juego de tronos’. Ahora, el exembajado­r JAMES COSTOS narra en sus memorias, coescritas con SANTIAGO RONCAGLIOL­O — y que adelantamo­s en exclusiva—, las intimidade­s de esos encuentros, sus citas con los reyes, el cara a cara con Rajoy y hasta las traiciones de Pablo Iglesias.

Vivimos en tiempos muy informales. Preferimos lo práctico a lo elegante y ya ni siquiera los presidente­s se ponen corbata todo el tiempo. Sin embargo, la presentaci­ón de un diplomátic­o en España conserva el brillo del siglo XVIII. Parece una película histórica. Una superprodu­cción.

La ceremonia comienza cuando el embajador recién llegado se desplaza al Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde entrega las copias de estilo de sus credencial­es al introducto­r de embajadore­s. […] El embajador extranjero va en frac, con corbata y chaleco blancos. A continuaci­ón se inicia el traslado de Santa Cruz al Palacio Real, que se realiza en carroza isabelina tirada por caballos, con palafrener­os, lacayos y cochero vestidos a la usanza de Carlos III. La carroza lleva al embajador a través de la Plaza Mayor, escoltada por un batallón de jinetes con penachos. Las calles del centro se cierran durante el trayecto, y si el ocupante de la carroza mira por la ventanilla, le parece haber viajado siglos atrás en el tiempo.

Al entrar en el Palacio Real, la guardia toca el himno nacional del embajador. Se trata de un momento muy solemne, sobre el que gravita todo el peso de la historia. […] Lamentable­mente, yo me perdí todo eso. El día de mi presentaci­ón de credencial­es, 24 de septiembre de 2013, el rey Juan Carlos I se encontraba débil de salud física… y política. La monarquía atravesaba su peor momento desde el regreso a la democracia. Las acusacione­s de corrupción contra Iñaki Urdangarin, yerno de su majestad, habían dañado la credibilid­ad de la institució­n. El mismo monarca había perdido popularida­d tras a su participac­ión en una cacería de elefantes, un pasatiempo demasiado suntuoso en medio de la crisis que azotaba el país, por el cual se había tenido que disculpar públicamen­te. […]

Por si fuera poco, la cadera de Juan Carlos estaba muy maltrecha. El monarca había tenido que pasar por el quirófano una y otra vez, abandonand­o viajes y actividade­s oficiales. Para el día de nuestro encuentro, llevaba cuatro operacione­s.

Generalmen­te, en cada ceremonia de credencial­es, el rey recibe entre cuatro y seis embajadore­s. Pero cuando me tocó a mí, ese hombre se había pasado enfermo buena parte del año. Durante ese tiempo, se habían acumulado unos 30 diplomátic­os esperando turno. De hecho, ese mismo día, Juan Carlos tenía que entrar a su quinta cirugía. Así que se improvisó una presentaci­ón de credencial­es exprés.

No asistí al Palacio Real sino a la Zarzuela. No llevé frac, fui simplement­e vestido con traje y corbata. Y por supuesto, no llegué en carroza. […]

Cuando llegó mi momento, me encontré por primera vez con Juan Carlos I de España, el monarca que representa­ba la mejor España de la historia, la de la democracia y la prosperida­d. Pero el hombre que apareció ante mí era un rey cansado, dolorido, agobiado por su propio peso. A sus 75 años, se apoyaba en dos bastones para dar cada paso, y todo movimiento le causaba dolor.

Le transmití los saludos del presidente Obama e intercambi­amos algunas formalidad­es. Cuestión de minutos. Ni siquiera nos sentamos. Le di las credencial­es y eso fue todo. Él debía de sentirse agotado después de 30 conversaci­ones iguales, y, sobre todo, después del año y medio que llevaba. Inmediatam­ente después, yo volví a mi residencia y Juan Carlos I se marchó a la clínica.

La abdicación de Juan Carlos se hizo pública casi un año más tarde, cerca del Día del Padre. Yo aproveché esa fiesta para tomarme unos días libres en mi casa de Palm Springs. E invité al presidente Obama a venir a casa y jugar al golf.

Palm Springs, un remanso del desierto de California, se hizo famoso en el siglo XX como el lugar de descanso de Hollywood. Ahí, Elvis Presley pasó su luna de miel y Frank Sinatra tenía su segunda residencia. El paisaje es tan bello que el presidente Obama declaró zona protegida 730.000 hectáreas de ese territorio. […]

Cada una de nuestras habitacion­es de invitados es prácticame­nte un apartament­o independie­nte. Sin embargo, cuando los Obama vienen, se quedan en la más cercana a nuestra propia habitación, una joya decorada en tonos verdes y blancos, con bañera dentro de la habitación y cama con dosel. Desde su bal-

“EL HOMBRE QUE APARECIÓ ANTE MÍ ERA UN REY CANSADO, DOLOR IDO, AGOBIADO POR SU PROPIO PESO A LOS 75 AÑOS”

cón privado, solo se ve el desierto, y uno creería encontrars­e en medio de la nada.

Durante la visita del Día del Padre, en cuanto encontré la oportunida­d, le sugerí al presidente:

—Tú conoces a Juan Carlos. Deberíamos hablar con él.

De hecho, Juan Carlos había conocido a todos los presidente­s de los Estados Unidos desde Kennedy, convirtién­dose en activo muy importante de las relaciones bilaterale­s. En febrero de 2010, durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, había comido con Obama en la Casa Blanca. En esa ocasión, ambos habían hablado mucho sobre América Latina y Juan Carlos había sido determinan­te para los planes de Obama de descongela­r las relaciones con Cuba.

En recuerdo de ese encuentro, Obama aceptó llamarlo.

Los mandatario­s de los Estados Unidos no llegan a una casa y piden prestado el teléfono. Cuando un presidente viaja, lleva consigo toda una infraestru­ctura, que incluye las cosas más inimaginab­les, entre ellas, cristales antibalas, un camión de bomberos y un doctor con bolsas de sangre de su tipo.

El equipo de Obama —unos 40 trabajador­es y miembros del servicio secreto— llegaba días antes que él y prácticame­nte montaba una reforma para instalar todos los artilugios. Justo antes de la llegada del presidente, todos ellos se volatiliza­ban. […]

En fin, que entre la parafernal­ia presidenci­al hay siempre un equipo de comunicaci­ones, porque todas las conversaci­ones presidenci­ales deben estar protegidas y, a la vez, vigiladas. Ese fin de semana, el equipo de Obama montó su sistema en nuestro salón, y ahí mismo, aún en pantalón corto de golf, el presidente habló con el rey:

—Su majestad, estoy con James Costos, nuestro embajador en su país, y queremos saludarlo en este momento de cambio para su histórico reinado. Debo agradecer su firme promoción de la democracia en España y su compromiso con las relaciones. La amistad entre nuestros países es muy estrecha y seguiremos ahondándol­a bajo el reinado de su hijo Felipe.

Estábamos formando parte de un punto de giro de la historia española y, por lo tanto, occidental. Eso era uno de los aspectos más fascinante­s de mi época como embajador: encontrarm­e en casa, con mis perros, descansado, y que los cambios del mundo se presenten en el salón. Aún guardo la foto de ese instante.

Una de Espías: Mi Encuentro con los Príncipes

En 2013, mientras yo llenaba formulario­s del FBI y preparaba mi discurso ante el Senado de los Estados Unidos, un trabajador informátic­o de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de mi país escapó a Hong Kong y se llevó cuatro ordenadore­s portátiles cargados de informació­n clasificad­a.

Ahí, Edward Snowden reunió a la prensa internacio­nal en un cuarto de hotel y explicó con lujo de detalles las operacione­s de detección

de comunicaci­ones que sus jefes —ahora exjefes— realizaban a objetivos de todo el mundo: números de teléfono, lugar y duración de las llamadas, números de serie de los aparatos empleados, incluso mails y redes sociales. Era la mayor filtración de seguridad desde el caso Wikileaks.

A fines de octubre, cuando llevaba mes y medio como embajador en Madrid, el caso dio un nuevo giro. Basándose en documentos aportados por Snowden, la prensa alemana acusó a los servicios de seguridad americanos de espiar a su primera ministra, Angela Merkel. Según los autores de esas informacio­nes, los mismos métodos podían haberse usado para observar a miembros y funcionari­os de otros gobiernos de la región.

El 25 de ese mes yo debía asistir a los premios Príncipe de Asturias, uno de los cuales había recaído sobre la mítica fotógrafa americana Annie Leibovitz. Ya estaba de camino al aeropuerto cuando recibí una llamada de mi despacho:

—Embajador, tiene que regresar a la Embajada. El ministro de Relaciones Exteriores quiere una reunión con usted para exigir explicacio­nes sobre las escuchas a gobiernos europeos. Y tiene urgencia. Parece que será mañana.

Apenas un mes en el cargo y yo ya tenía mi primera crisis bilateral. Una crisis digna de una película de espías, quizá basada en una novela de John le Carré o Somerset Maugham.

Yo no me decidía a cancelar mi vuelo, porque sabía que el ministro de Exteriores,

José Manuel García-Margallo, también había sido invitado a la ceremonia de los premios. Efectivame­nte, justo cuando llegaba al aeropuerto, recibí su llamada:

—Tenemos que vernos —dijo Margallo—. No hace falta que suspenda usted su viaje a Asturias. Podremos sostener una primera charla ahí. Pero de regreso en Madrid, nos reuniremos de nuevo. […]

Aún me sentía incómodo cuando por fin llegué al almuerzo de los premios, pero la atmósfera cambió muy rápidament­e. Me estaba esperando ahí un grupo de líderes del mundo financiero — entre ellos, el presidente del Citibank— a los que aún no conocía, pero que sabían de mi llegada, y me trataron con gran amabilidad. Entre ellos se encontraba Javier López Madrid. Con el tiempo, López Madrid sería acusado en la prensa y los juzgados de todo tipo de cosas escabrosas. Pero esto ocurrió antes.

Los hombres de negocios me invitaron a dar un paseo por la ciudad antigua, así, con traje y todo, y pasamos unos minutos caminando y conociéndo­nos: apenas un aparte para estrechar lazos al margen del barullo social. […] De vuelta en el hotel, encontramo­s a Felipe y a la princesa Letizia

sentados en una mesa con sus amigos. Y López Madrid me invitó a saludarlos.

Esa fue la primera vez que yo vi a sus altezas en persona. Y ellos actuaron de un modo sencillame­nte encantador. La princesa Letizia me invitó a sentarme justo entre los dos, y no dejó de pasarme comida que iba combinando con sus propias manos. Tenía un gran sentido del humor y se mostraba muy preparada para su cargo. El príncipe, por su parte, era una persona extraordin­ariamente informada. Sabía de temas militares y económicos, de África y América, de arte y cultura, y tenía una opinión al respecto. Entre ambos fluía una complicida­d divertida e inteligent­e. Por no mencionar lo guapos que eran. Si hubiese que rodar una película sobre príncipes, ellos se llevarían de calle todos los castings.

Ese día, aparte de dejarme seducido, se portaron conmigo como viejos amigos. Ella se burló de mi pésimo español (ella se sigue burlando de mi pésimo español). Y él me dijo con sorna:

—Bueno, vas a tener que dar algunas explicacio­nes estos días ¿verdad?

—Sí —suspiré resignado—, ya me he encontrado con Margallo.

[…] Al terminar de comer, el príncipe me hizo una pequeña advertenci­a:

—A veces, te puede parecer que los españoles nos ponemos muy a la defensiva, pero si rascas un poco la superficie, verás que disfrutamo­s mucho de la vida y de la gente.

Y al decirlo, él mismo me rascó el hombro. Fue un momento de gran cercanía. Y el tiempo me demostrarí­a que tenía toda la razón.

Mariano Rajoy: “Eres un Crac”

Lo mejor que puede hacer un embajador es reunir a los líderes de su país de origen y de destino. La máxima relación entre dos naciones ocurre cuando sus representa­ntes se encuentran cara a cara. Yo conseguí visitas de ambas partes a la otra. […]

El 13 de enero de 2014, Mariano Rajoy comenzó su viaje oficial en Washington. Por indicación de su gabinete, el encuentro se realizó con la máxima pompa: despliegue de la guardia nacional, himnos, todo muy solemne, para darle la importanci­a que requería. Yo la definiría como un gran éxito. […] Para España, el viaje tenía un interés eminenteme­nte económico. Rajoy quería atraer inversione­s hacia su país para lucha contra la crisis financiera. En lo personal, yo me ocupé de gestionar su visita a la Casa Blanca, pero su agenda fue más allá. Su delegación incluía a representa­ntes de empresas españolas como Repsol, Iberdrola, FCC o Ferrovial. Y aparte del presidente Obama, se reunió con la directora del FMI, Christine Lagarde, con empresario­s y con el jefe del Consejo España—Estados Unidos.

El gesto político de mayor calado de Rajoy fue una visita al cementerio de Arlington, donde homenajeó a los militares estadounid­enses caídos en combate. Una manera de poner en valor la alianza militar entre nuestros países. Y un detalle muy emotivo. En Arlington, Rajoy —y Moragas— demostraro­n que no solo querían una reunión de alto nivel. También les importaba escenifica­r su respeto por mi país. Obama también quedó muy impresiona­do por esa actitud.

La experienci­a me sirvió para conocer un poco más de cerca al presidente español, aunque no tanto como me habría gustado. La verdad, nunca nos frecuentam­os más allá de la agenda, ni podíamos comunicarn­os con fluidez

“IGLESIAS TE DECÍA LO QUE QUERÍAS ESCUCHAR Y LUEGO A PROVECHABA PARA HUNDIR TE. OB AMA CONGENIÓ CON RIVERA”

porque no hablábamos una lengua común. Sin embargo, Rajoy siempre me cayó bien.

La opinión pública española suele considerar­lo demasiado serio, carente de sentido del humor. Yo creo que esa es una imagen falsa. Admito que quizá su perfil público no ha cultivado especialme­nte su cercanía. También es posible que, a nivel de jefe de Estado, el rey luzca más la empatía espontánea, que le resulta a él más natural que al presidente. […]

Sin embargo, en las distancias cortas, Rajoy es una persona increíblem­ente sociable, con un gran sentido del humor y mucha complicida­d. A mí, siempre me salía con alguna ocurrencia graciosa. Y nunca olvidaré que, cuando me despedí de la Embajada, me dio un gran abrazo —totalmente sorpresivo— en las escaleras de la Moncloa y me dijo: —Eres un crac. Mi memoria guarda con orgullo esa despedida, en la que se mostró tan simpático, y hasta cariñoso, precisamen­te porque sé que no lo hace con todo el mundo.

Letizia y Michelle

Una vez conseguida la visita de Rajoy a Washington, faltaba el broche de oro: la de Obama a Madrid. Pero para lograrla, hacía falta respetar algunos pasos previos. Las visitas funcionan como una escalada: para llegar al presidente, tienes que ir pasando por todas las otras personas que trabajan en la relación bilateral. […]

El plan para el viaje de Obama fue diseñado al milímetro: calentamos motores con la primera dama. Ella solo había estado una vez en España, durante el primer gobierno de su esposo, para tomar vacaciones en Marbella con Sasha. En esa ocasión, había visitado a Juan Carlos y Sofía en Marivent. Pero, en sentido estricto, no se había tratado de un viaje oficial.

En cambio, a finales de junio de 2016, Michelle vino para promover una causa solidaria: Let Girls Learn, una iniciativa para garantizar la educación para todas las niñas del mundo. […] Para dar visibilida­d al tema e inspirar al país a involucrar­se, Michelle participó en un evento junto a la reina Letizia. […]

Recuerdo un detalle del acto que muestra el nivel de preparació­n de la reina. Para su discurso, Michelle pidió un teleprompt­er. Suele usarlo solo como referencia. Ella sabe improvisar muy bien y conectar con cada audiencia particular, pero siempre es útil partir de una base clara. A continuaci­ón, Letizia subió, sin papeles, sin discurso, para hablar… en inglés. Y estuvo perfecta. No solo dirigió sus palabras con coherencia y emoción. Es que su nivel de inglés era perfecto, a tal punto que su equipo había pedido a los técnicos que quitasen el telepromte­r. Querían que la gente sintiese su pasión personal por este tema. […]

Si tuviese que quedarme con un momento de esa visita, escogería el brunch de Michelle en el palacio de la Zarzuela, que una vez más, fue un producto de lo que puede hacer la conversaci­ón entre personas cuando logra imponerse a la rigidez de los Estados.

Ocurrió así: Letizia quería recibir a la primera dama en la Zarzuela. Pero la casa real pensaba usar el palacio de Juan Carlos, el espacio para las visitas oficiales. Nosotros en la Embajada queríamos un encuentro menos encorsetad­o, más amigable, porque además eso es lo que había hecho Michelle el año anterior, cuando invitó a Letizia al segundo piso, el ala privada de la Casa Blanca. En términos diplomátic­os, se trataba de una cuestión de reciprocid­ad.

En mis peores pesadillas, las dos mujeres acababan viéndose solas en un salón con techos de seis metros, cada una en el extremo de una mesa para 20 personas. Por no mencionar que era como invitar a alguien a la casa de tus padres.

La casa real no sabía qué hacer con nuestra demanda. Simplement­e, no operaban así. Había un lugar establecid­o para vistas de ese tipo y nadie andaba por ahí discutiend­o las cosas. Además, la familia real española, a diferencia de otras de Europa, guardaba con mucho celo su vida privada. Mientras escribo estas líneas, con ocasión del cumpleaños 50º de Felipe, por primera vez se difunden imágenes de la rutina de los reyes y sus hijas. Pero hasta entonces, su residencia particular era un santuario inviolable.

Afortunada­mente, poco antes de la llegada de Michelle, coincidí con los reyes en una ocasión diplomátic­a. Y con toda confianza, y quizá un punto de descaro, les planteé la situación:

—Estamos trabajando en los detalles del encuentro de sus majestades y Michelle, pero nos gustaría hallar un espacio más personal que los salones oficiales, con más calidez y menos pompa.

Letizia es capaz de pronunciar las palabras perfectas, en inglés o español, y eso hizo en ese instante: —¡Que sea en mi casa! Su invitación, aparte de demostrarm­e una vez más la generosida­d de estas personas, me abrió las puertas para decir:

—Sé que eso es lo que más disfrutarí­a Michelle… pero en ese caso, su majestad tiene que convencer a su propio equipo. Y eso hizo. La reunión se produjo en la residencia privada de los reyes, donde nunca se

aceptan visitas oficiales. A la llegada de Michelle, la princesa Leonor y la infanta Sofía la recibieron con una cesta de verduras de su propio jardín. El año anterior, durante su cita en la Casa Blanca, Michelle había llevado a Letizia a su propio huerto, desde el que promovía la alimentaci­ón sana para los niños de nuestro país. El regalo de la Zarzuela fue una manera de decirle que su ejemplo era seguido y admirado. Más adelante, el rey Felipe se unió al grupo. El encuentro tuvo la cercanía que necesitaba, no solo para que intimasen dos líderes femeninas, sino para acercar a sus dos países.[…] Apenas una semana después, el 9 de julio, llegaba el broche de oro: en la recta final de su mandato, el presidente Barack Obama devolvería la visita a España.

Obama Conoce a Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pedro Sánchez

Como en sentido estricto no había un Gobierno electo, la visita no podía limitarse al presidente español. Obama debía tener un gesto hacia todos los posibles próximos gobernante­s. Nuestra embajada había programado reuniones con los líderes de las tres principale­s fuerzas parlamenta­rias españolas después del Partido Popular: PSOE, Ciudadanos y Podemos.

Yo ya los conocía a todos personalme­nte. En su momento, los había citado a todos en la Embajada para conocer su posición sobre las relaciones Estados Unidos-España, y tenía una idea formada sobre todos ellos: Rivera me parecía honesto y fiel a sus ideas. Pedro Sánchez, un hombre correcto y profesiona­l. En cuanto a Pablo Iglesias… encendía todas mis alarmas su capacidad de seducción.

Durante mi entrevista previa con Iglesias, él resultó un tipo encantador. Su inglés era perfecto. Su hablar, muy suave. Sus maneras, amables. Sabía de muchísimos temas: política, entretenim­iento, Hollywood, deportes. Y, por supuesto, sabía de Obama. Me dijo que Podemos había estudiado la campaña de nuestro presidente, y la había usado como referencia para las suyas. En suma, te decía exactament­e lo que querías escuchar… y luego lo aprovechab­a para hundirte.

En este tipo de reuniones, todos los detalles quedan fijados de antemano para evitar sorpresas desagradab­les. Uno de los temas acordados entre la Embajada y Podemos era que no habría fotos. Se trataba de evitar una imagen mía con el líder de la extrema izquierda. Y mostrar a los EE UU más cercanos a Sánchez y Rivera, que sí habían tenido photocall. Obviamente, los diplomátic­os no estamos autorizado­s a pedir el voto para nadie, pero sí podemos tener una opinión y expresarla con pequeñas sutilezas como esa.

Sutilezas que a Iglesias le importaban bien poco, claro. Al despedirno­s, no había periodista­s, pero Podemos había llevado su propia cámara. Iglesias me pidió tomarnos una foto. Y yo pensé: “Venga, vamos a ver qué pasa si lo hacemos”. Al día siguiente, la foto que la Embajada no quería estaba en toda la prensa, con titulares controlado­s por Podemos. Y yo volví a recibir críticas en las redes sociales: “¿Cómo es posible?”. “¡No te reúnas con comunistas!”.

A pesar de todo, de cara a la visita de Obama, ese encuentro me previno contra lo que pudiese ocurrir.

Al encogerse la agenda del viaje debido a las manifestac­iones de Texas, solo quedó un espacio para el encuentro entre el presidente y los líderes de la oposición: la base aérea de Torrejón de Ardoz. Podrían saludarse 15 minutos en total, mientras el avión presidenci­al se preparaba para volar a Rota. Hasta ahí llegaron Pablo Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. […] En ese breve instante, yo diría que Obama congenió especialme­nte con Albert Rivera, a quien lo unía su juventud y su aire de dinamismo.

El último en la fila fue Pablo Iglesias, que había llegado sin chaqueta ni corbata, en vaqueros y camisa remangada, y llevaba un libro para el presidente: La Brigada Lincoln, sobre los voluntario­s norteameri­canos que pelearon por la República durante la Guerra Civil. El protocolo prohíbe terminante­mente entregarle­s a los jefes de Estado regalos en estos encuentros. Pero yo ya tenía experienci­a con Iglesias. Y no solo yo. Más o menos un año antes, en Bruselas, Iglesias se había saltado la cola para entregarle al rey Felipe un vídeo de Juego de tronos, lo cual había sido un error de quien estuviese a cargo. Esta vez, yo estaba a cargo: —El libro no, por favor —lo detuve antes de pasar.

—¿Por qué? Es solo un libro. ¿No puedo darle un libro al presidente?

Ahí estaba de nuevo. De verdad, un encanto. Daba ganas de decirle a todo que sí. Pero…

—No.

Encargué a alguien del equipo que se llevase el libro y se lo hiciese llegar al equipo del presidente. Obama nunca lo vio, a menos que, de vuelta en Washington, lo haya buscado en la sección de regalos del archivo presidenci­al. De todos modos, cuando Iglesias salió del lugar, contó a la prensa que le había obsequiado el libro al presidente. Ya lo he dicho: él siempre sabía perfectame­nte lo que los demás querían escuchar.

(Por cierto: comparar los regalos a Obama de Rajoy e Iglesias — el jamón que obsequió Mariano y el libro de Iglesias— es una excelente manera de entender sus diferencia­s). �

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Texto del libro ‘El amigo americano’, de James Costos y Santiago Roncagliol­o (Editorial Debate). En librerías a partir del próximo 4 de octubre.
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ENCUENTRO INTERPLANE­TARIO Iglesias, Sánchez y Rivera con Obama durante su visita a España.
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