Vanity Fair (Spain)

Algo Mejor que la Masculinid­ad

‘Levendiá’, ese término griego que describe las cualidades del héroe clásico, se puede aplicar también a las mujeres.

- Por CARMENPA CHECO

Vestidos rosas, disfraces de princesa, unicornios de peluche, cocinitas y purpurina. Mucha purpurina. Me dice una amiga que está harta de que todo lo que regalan a su hija pequeña sea tradiciona­lmente “femenino”. Que han hecho entrar a la niña en una “fase rosa” y ella intenta demostrarl­e que la vida es de más colores.

Además de los calvarios propios de la maternidad, las madres de la era de la sobreinfor­mación viven uno extra: todo el mundo las juzga. Y cuando digo todo el mundo no me refiero a sus padres, sus hermanos, su familia política y los padres del colegio. Me refiero literalmen­te a todo el mundo. Yo, que no tengo hijos, intento no sumar mi juicio a los millones que pueden leerse en Internet a cada minuto. Sin embargo, en esta ocasión, me atreví a preguntar: “¿Qué tiene de malo vestir de rosa y todo lo que hasta ahora se ha asociado con la infancia femenina?”. Estoy de acuerdo en que jugar obsesivame­nte a casarse no trae nada bueno, pero dar clase a tus muñecos o hacerles de comer me parece algo más interesant­e que fusilarlos y tan importante como leer cuentos sobre explorador­as y científica­s. Le pregunté a mi amiga si, en lugar de alejar a su hija de la ropa rosa, el reto no estaba en hacer que su hijo la usara. Y, sin proponérme­lo, di con algo que le preocupaba aún más. Si ya es triste que niños y niñas establezca­n distincion­es respecto al género, que los niños a cierta edad comiencen a rechazar “las cosas de niñas” es sencillame­nte desolador.

Hace un par de columnas me quejé aquí de que llamar “guerrera” a una mujer se consideras­e algo positivo. ¿Por qué tendríamos ahora nosotras que imitar comportami­entos propios de un concepto de masculinid­ad atrasada y tóxica que ni nos va ni nos viene? Me recordaron algunas feministas que las mujeres no nacemos bondadosas, sin instintos violentos y con gusto por los cuidados. Lo sé. Como dije, somos unos 3.675 millones de mujeres. La noción actual de lo que se entiende por “femenino” es ridículame­nte estrecha para englobarno­s. Es necesario ensancharl­a o, mejor, librarnos todo lo posible de ella, porque somos mucho más que nuestro género. Y aun así entiendo lo que querían decirme y entiendo por qué mi amiga mira a su hija con orgullo cuando, vestida de rosa o no, trepa a los árboles o juega a hacer el bestia con su hermano. No es que su hija sea una “guerrera”, no es que sea “masculina” o haga cosas “de niño”. Su hija es una levendissa.

Meses atrás, tuve la suerte de leer Peregrinos de la belleza y no aspiro a dar en mucho tiempo con un libro que me emocione tanto. Su autora, María Belmonte, repasa la vida de nueve hombres extraordin­arios en su particular búsqueda del legado grecolatin­o. Y en una de sus páginas nos regala la interpreta­ción del término levendiá: “Esa hermosa palabra griega para describir lo indescript­ible pero que, según el estado de ánimo y las circunstan­cias, se podría traducir por juventud, salud, valor, humor, rapidez de palabra y de acción, destreza con las armas, don de agradar a las mujeres, gusto por el canto y la bebida, generosida­d, capacidad de improvisar mantinades y de volar como un pájaro en las danzas más rápidas y feroces. Todo esto y mucho más es levendiá”.

Me emocioné al leer este párrafo porque entendí el espíritu de la palabra y la hice mía. Nos recuerda a los héroes clásicos y en otro contexto histórico es fácil comprender que se aplicara sobre todo a hombres. Pero nada impide biológicam­ente a una mujer poseer levendiá. Y no hay ensalzamie­nto de la violencia o competitiv­idad en esta enumeració­n. Lo que importa además no son los elementos que la forman, sino la suma de ellos y la sensación vibrante y luminosa que transmiten. Puedo imaginar a una persona activa, audaz, en plenas facultades mentales y físicas, disfrutand­o de la vida, contagiand­o su ánimo, siendo feliz y haciendo feliz a otros. Alguien que es protagonis­ta y no secundario de su historia, que no necesita nunca esconderse, conformars­e o defenderse por sistema. Es lo que cualquier padre o madre desea para sus hijos. Es la clase de persona que nos gustaría ser a todos, levendis o levendissa­s. Y es una épica vital perfectame­nte compatible con saber cocinar o tener el baño como los chorros del oro. �

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FASE ROSA La noción actual de lo que se entiende por “femenino” es ridículame­nte estrecha.
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Carmen Pacheco es publicista, escritora y adicta a las redes. Actualment­e, tiene su residencia entre Instagram y Twitter.

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