Algo Mejor que la Masculinidad
‘Levendiá’, ese término griego que describe las cualidades del héroe clásico, se puede aplicar también a las mujeres.
Vestidos rosas, disfraces de princesa, unicornios de peluche, cocinitas y purpurina. Mucha purpurina. Me dice una amiga que está harta de que todo lo que regalan a su hija pequeña sea tradicionalmente “femenino”. Que han hecho entrar a la niña en una “fase rosa” y ella intenta demostrarle que la vida es de más colores.
Además de los calvarios propios de la maternidad, las madres de la era de la sobreinformación viven uno extra: todo el mundo las juzga. Y cuando digo todo el mundo no me refiero a sus padres, sus hermanos, su familia política y los padres del colegio. Me refiero literalmente a todo el mundo. Yo, que no tengo hijos, intento no sumar mi juicio a los millones que pueden leerse en Internet a cada minuto. Sin embargo, en esta ocasión, me atreví a preguntar: “¿Qué tiene de malo vestir de rosa y todo lo que hasta ahora se ha asociado con la infancia femenina?”. Estoy de acuerdo en que jugar obsesivamente a casarse no trae nada bueno, pero dar clase a tus muñecos o hacerles de comer me parece algo más interesante que fusilarlos y tan importante como leer cuentos sobre exploradoras y científicas. Le pregunté a mi amiga si, en lugar de alejar a su hija de la ropa rosa, el reto no estaba en hacer que su hijo la usara. Y, sin proponérmelo, di con algo que le preocupaba aún más. Si ya es triste que niños y niñas establezcan distinciones respecto al género, que los niños a cierta edad comiencen a rechazar “las cosas de niñas” es sencillamente desolador.
Hace un par de columnas me quejé aquí de que llamar “guerrera” a una mujer se considerase algo positivo. ¿Por qué tendríamos ahora nosotras que imitar comportamientos propios de un concepto de masculinidad atrasada y tóxica que ni nos va ni nos viene? Me recordaron algunas feministas que las mujeres no nacemos bondadosas, sin instintos violentos y con gusto por los cuidados. Lo sé. Como dije, somos unos 3.675 millones de mujeres. La noción actual de lo que se entiende por “femenino” es ridículamente estrecha para englobarnos. Es necesario ensancharla o, mejor, librarnos todo lo posible de ella, porque somos mucho más que nuestro género. Y aun así entiendo lo que querían decirme y entiendo por qué mi amiga mira a su hija con orgullo cuando, vestida de rosa o no, trepa a los árboles o juega a hacer el bestia con su hermano. No es que su hija sea una “guerrera”, no es que sea “masculina” o haga cosas “de niño”. Su hija es una levendissa.
Meses atrás, tuve la suerte de leer Peregrinos de la belleza y no aspiro a dar en mucho tiempo con un libro que me emocione tanto. Su autora, María Belmonte, repasa la vida de nueve hombres extraordinarios en su particular búsqueda del legado grecolatino. Y en una de sus páginas nos regala la interpretación del término levendiá: “Esa hermosa palabra griega para describir lo indescriptible pero que, según el estado de ánimo y las circunstancias, se podría traducir por juventud, salud, valor, humor, rapidez de palabra y de acción, destreza con las armas, don de agradar a las mujeres, gusto por el canto y la bebida, generosidad, capacidad de improvisar mantinades y de volar como un pájaro en las danzas más rápidas y feroces. Todo esto y mucho más es levendiá”.
Me emocioné al leer este párrafo porque entendí el espíritu de la palabra y la hice mía. Nos recuerda a los héroes clásicos y en otro contexto histórico es fácil comprender que se aplicara sobre todo a hombres. Pero nada impide biológicamente a una mujer poseer levendiá. Y no hay ensalzamiento de la violencia o competitividad en esta enumeración. Lo que importa además no son los elementos que la forman, sino la suma de ellos y la sensación vibrante y luminosa que transmiten. Puedo imaginar a una persona activa, audaz, en plenas facultades mentales y físicas, disfrutando de la vida, contagiando su ánimo, siendo feliz y haciendo feliz a otros. Alguien que es protagonista y no secundario de su historia, que no necesita nunca esconderse, conformarse o defenderse por sistema. Es lo que cualquier padre o madre desea para sus hijos. Es la clase de persona que nos gustaría ser a todos, levendis o levendissas. Y es una épica vital perfectamente compatible con saber cocinar o tener el baño como los chorros del oro. �