(NO) QUIERO IR DE COMPRAS
A la tecnología le pido lo que ya han podido ver en el artículo de la izquierda: que me permita hacer más cosas con menos esfuerzo y con la máxima sencillez.
Mi problema actual es uno que creo que sufrimos todas las personas: comprar ropa es un infierno de ineficacia, una práctica indigna de una especie capaz de mandar coches al espacio solo para satisfacer el ego de un milmillonario como Elon Musk.
Hay que meterse en probadores y guiarse por unas tallas cuyos números son, en el mejor de los casos, orientativos o, por el contrario, jugar a la lotería de la compra online.
Muchas empresas tienen tan asumido que ese proceso no funciona que existen servicios como Amazon Prime Wardrobe: enviarte a casa muchísima ropa para probar la que te sienta y devolver el resto.
¿Puede la tecnología salvarnos de esto? Puede. No en poco tiempo, y no de forma eficaz.
De ahí mi fascinación por aparatos como Amazon Echo Look (a la izquierda), cuya capacidad de dar consejos de moda basándose en tus looks me parece menos interesante que su función de sustituto del espejo de cuerpo entero
— cada día saca una foto de tu look y la manda a tu smartphone, que es básicamente lo que ya hacemos móvil en ristre en dormitorios, vestidores, servicios o ascensores—.
O los cientos de proyectos que pretenden emplear la realidad aumentada para no tener que pasar por un probador estándar. Cuando Apple quiso entrenarnos con el iPhone X para que escaneásemos nuestra cara en tres dimensiones y hacer el chorra con animojis o desbloquear el móvil, estaba dando un paso hacia el futuro probable de la moda: dobles virtuales, escaneados por completo, probando ropa ante nuestra atenta mirada desde el sofá de lo real.