Vanity Fair (Spain)

CAT POWER HACIENDO EL PERRO

Todos los gremios dejan anécdotas para el recuerdo. En política parece que no van a parar de surgir. En la música, algunas, como esta de Cat Power, sirven para rememorarl­as siempre.

- Por ANDREA LEVY ILUSTRACIÓ­N DE SILJA GOËTZ

Tengo un compañero de partido que lleva dos años queriendo publicar su libro de memorias políticas, pero cada vez que cree que ya está terminado, la actualidad nos depara un nuevo vaivén que considera debe contarse en su anecdotari­o. “¡Menudo tocho te va a quedar, Javier!”, le digo. Lo cierto es que en estos últimos años hemos vivido en una coctelera en permanente agitación: repetición de elecciones, aplicación del 155 en Cataluña, moción de censura… A este paso cualquier político que tome notas puede acabar con una saga más larga que los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. Cada gremio tiene su universo de anécdotas. Si alguna vez coinciden en una fiesta con David Trueba, arrímense a él. Es un no parar de contar intrahisto­rias del mundo del cine. En la entrega del Premio de Periodismo de Vanity Fair se hizo un corrillo a su alrededor: “¿Sabéis que Harvey Weinstein pidió que le quitasen el pelo del entrecejo a Salma Hayek en la película sobre Frida Kahlo porque le parecía absolutame­nte nada sexy para Hollywood?”. Que la realidad no te estropee un fotograma, debió de pensar el productor. Este mes estoy de enhorabuen­a. Cat Power, una de mis referencia­s musicales, saca nuevo disco Wanderer. Su último álbum, Sun, se remonta a 2012, sin duda mucho tiempo de ausencia que sus fans hemos tratado de rellenar contando anécdotas que dejaban entrever que Charlyn Marshall quizá había padecido el exceso de sus excentrici­dades en las carnes de su fragilidad. Ese año canceló su gira europea y pensé que también podía ser el final de su carrera. En el Primavera Sound de Oporto de 2003 dio uno de sus peores conciertos. Hasta paró en mitad de una canción alegando un “tengo que hacer pis” y se fue al baño. Tras la actuación tuvo lugar el after party oficial. En la entrada de la discoteca había un cartel que rezaba “No dogs allowed” y como si de una pelea de perros y gatos se tratara, Marshall se puso a cuatro patas y empezó a ladrar para avanzar en la cola hasta cruzar el arco de seguridad del local. Le faltó levantar la pata y orinar, pero ya había interrumpi­do el concierto para ello. La vuelta de la cantante de Atlanta seguro que nos trae de nuevo la hipersensi­bilidad de su voz. Un ejercicio de superviven­cia a las anécdotas más difíciles de su vida. Esperemos que esta vez sí se quede sobre el escenario. �

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Andrea Levy, diputada en el Parlament de Cataluña, colecciona anécdotas de músicos para contarlas en Vanity Fair .

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