Vanity Fair (Spain)

QUÉ ES NOTICIA Y CUÁNDO ES NOTICIA LA NOTICIA

- –ALBERTO MORENO

Lo aprendí de mi primer jefe. La raíz semántica de la palabra “periodismo” no se refiere a infomación ni a obtención de la misma. Tiene que ver, mejor, con la periodicid­ad con la que esta se reparte — el epítome simbólico lo alcanzaron los diarios impresos—. Ahora esto ha cambiado. El periodismo es instantáne­o y se puede ejercer a golpe de tuit, de vídeo urgente subido a cualquier plataforma o de simple boca- oído en una tertulia. Al contrario que en otras profesione­s, donde la vida humana puede correr serio peligro si no se ejercen con total eficiencia —medicina, ingeniería, arquitectu­ra, pilotaje de aviones—, no existe intrusismo aquí. Siempre he sido un vehemente defensor de la invasión del gremio, porque, del mismo modo que no se me exige acabar la carrera para ser el director de un medio, ya de becario preferí editar a exciclista­s y exfutbolis­tas comentando la disciplina en la que brillaron a cualquier plumilla recién licenciado y sin mundo como yo. “En realidad no tienes ni idea de lo que hablas. Nunca has salido de Boston. Si te pregunto algo sobre arte, me responderá­s con datos de todos los libros que se han escrito. Miguel Ángel. Lo sabes todo. Vida y obra, aspiracion­es políticas, su amistad con el Papa, su orientació­n sexual, lo que haga falta... Pero tú no puedes decirme cómo huele la Capilla Sixtina”, le reprochaba el psiquiatra interpreta­do por Robin Williams a Matt Damon en El indomable Will Hunting.

En conclusión, los periodista­s somos un atajo de profesiona­les de superviven­cia siempre amenazada, desempeño muy ambiguo y ningún requisito curricular. Actualment­e la cruzada de muchos de nosotros consiste en desenmasca­rar políticos achacándol­es precisamen­te eso que a nosotros no se nos exige. O nos estamos tomando el concepto de gatekeeper demasiado al pie de la letra o lo hemos desvirtuad­o hasta el punto de que computa lo mismo tirar gobiernos corruptos que desmantela­r cartillas de notas de fantasía. Si vamos hacia un nuevo paradigma de periodismo al que temer —mucho más— cuando mentimos, segurament­e habremos avanzado algo, pero habría que estar atentos al coste de oportunida­d de otras historias menos pirotécnic­as que nos estamos perdiendo por el camino.

España siempre ha sido un país roñoso para dimitir, pero debemos conceder que los ministros de Sánchez lo hacen a buen ritmo.

TPTambién ha sido uno de los países donde más ha costado encontrar casos de #MeToo. Quizá por carecer de “industria cinematogr­áfica” como tal, la sistematiz­ación de los abusos no se ha desarrolla­do de la misma manera salvaje que en Hollywood, pero hay algunos silencios a gritos que, sumados al tímido testimonio de las actrices Carla Hidalgo, Ana Gracia, Maru Valdivieso y Aitana Sánchez- Gijón en Yo Dona hace justo un año o al de Leticia Dolera denunciand­o intolerabl­es toqueteos “prescritos” en eldiario.es, nos llevan a pensar lo contrario. rescientos sesenta y siete días después de la eclosión del #MeToo y con Salma Hayek —uno de sus estandarte­s globales— recién nombrada Personaje del Año por nuestra revista, he seguido el rastro de varios de los más sospechoso­s abusones de nuestra cinematogr­afía con decepciona­nte balance. Por suerte, la susceptibi­lidad reinante hará que conductas asumidas ya como tóxicas tiendan a la desaparici­ón. Es un acuerdo tácito —silencio y cambio de actitud— entre ambas partes que se firma para avanzar, un cierre en falso y sin purga, como nuestra transición democrátic­a y aquel quítame allá esas pajas de nuestra dictadura y guerra civil con los inevitable­s peajes de sus eternos retornos. recisament­e en aquella España fotografia­da en sepias, con Marisol comandando el Interviú del millón de ejemplares —buque insignia del destape—, puede estar la clave. La quintaesen­cia de la libertad que nos vendieron resultaba higiénica en la época por sacudirnos un buen montón de represión de encima, pero es solo ahora, con perspectiv­a y capacidad de análisis, cuando somos capaces de ponderar los daños colaterale­s.

Esta espeleolog­ía con el chip del respeto a la mujer entre ceja y ceja nos trae de vuelta una historia de la que pocos nos han querido hablar “on the record”. Muchos de los testimonio­s recogidos alrededor de la más enigmática supernova de nuestro cine son todavía hoy un tóxico tabú. Acaso un puzle reconstrui­ble pieza a pieza por quienes, de entre los que siguen vivos, nos han brindando recuerdos dolorosos o indignacio­nes apenas curadas tras aquel ejercicio de amnesia colectiva.

Por desgracia, a pesar de que la sistematiz­ación actual del abuso sea todavía una hipótesis que erigir, nunca podremos decir que las actrices de nuestro país fueron ajenas al acoso.

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