ESTE TUIT DE LOÏC PRIGENT
REFLEJA LA IMPORTANCIA DEL BOLSO EN LA INDUSTRIA: “TENEMOS UN PROTOTIPO SUBLIME, SOLO HACE FALTA QUE CIERRE”
Desesperada por un Speedy en la barriada de clase media de Massapequa”. La periodista Lynn Yaeger contaba este verano en Vogue sus desvelos adolescentes para conseguir un bolso de Louis Vuitton. Con él del brazo se contagiaría de la sofisticación europea —o, mejor dicho, francesa— necesaria para acudir a las protestas estudiantiles sin perder un ápice del estilo que, daba por sentado, caracterizó las barricadas del 68 parisino. Una instantánea de la época —dos jóvenes “muy chic” que protestaban porque Christian Dior no vendía suficientes minifaldas— inspiró a Maria Grazia Chiuri su colección de prêt- à-porter.
La moda favorece el individualismo, según Gilles Lipovetsky. ¿Qué mejor forma de subrayarlo que con un buen accesorio? También nos anima a desear cosas. Y antes de fantasear con una chaqueta de tweed queremos un 2.55 de Chanel. O unos mocasines de Gucci — el éxito masivo de la casa florentina descansa en gran parte sobre las suelas de un par de Horsebit—. Hedi Slimane lo sabe y por eso se sirvió de Lady Gaga para que se pasease por París e Instagram con su primer artículo para Celine, un bolso. Este tuit de Loïc Prigent —recogido en su libro J’Adore la mode mais c’est tout ce que je déteste— refleja la importancia de este objeto en la industria: “Tenemos un prototipo sublime, solo hace falta que cierre”.
La moda nos da lo que queremos antes de que lo sepamos. Esta temporada, las mochilas de tweed y piel de Chanel, las bandoleras de algodón estampado de Gucci, las botas altas de piel de Valentino, las de patchwork de Dior, el bolso gigante —y fucsia ¡y de pelo!— de Dries Van Noten. “Desesperada por un market shopper con perrito y gatito de Balenciaga”. Diría yo. La revolución será accesorizada, o no será. �