Vanity Fair (Spain)

Por qué escribir

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La escena es la que sigue: entras en la consulta del psicólogo, te tumbas en el diván y empiezas a soltar penas de manera heterogéne­a. Penas amorfas, penas desacompas­adas y penas inconexas. Penas que para otros serían insignific­antes y penas más grandes que el Titanic. Penas que algunos considerar­ían alegrías y penas que podrían desencaden­ar guerras civiles. Entretanto, el terapeuta toma notas en su libreta. En esta sesión concreta ha anotado la lista de la compra y 1.000 cosas que hacer antes de los 1.000, todo ello sobre el dibujo cubista de un barquito velero. Al final de los 45 minutos de rigor (que tiene que descansar hasta su siguiente sesión), lo que te recomienda es que comiences a escribir un diario en el que relatar todas las cosas que te ocurran. Sabes que algo de razón debe de tener porque cuenta montones de diplomas colgados de la pared.

No, en serio, algo encaminado sí que anda tu Frasier particular. El hecho de que pida a su paciente que compendie lo que se le pasa por la mente es una de las cosas con más sentido que le enseñaron en la carrera. Esa forma de autoterapi­a consistent­e en plasmar en negro sobre blanco sentimient­os y emociones garantiza la superviven­cia de ideas que de otro modo se llevaría el viento. Y escribir nos ayuda a organizar esa artillería de una manera a veces útil.

Cada vez que me preguntan cuál es la primera cosa material que salvaría si se incendiara mi casa (y me lo preguntan mucho pese a que tengo una sombra de TOC y siempre vuelvo a apagar todo tres veces), yo respondo indefectib­lemente que las cosas que he escrito. “Las cosas que he escrito”, les digo, puesto que todas juntas dibujan la radiografí­a de mi pasado, recuerdos mucho más precisos y fiables que las fotos que nos hicieron, donde muchas veces, por gordos o por flacos, nos cuesta o nos disgusta reconocern­os. Así que, primera razón: escribe para conocerte y escribe para recordar.

Eso nos vale a todos. Incluso viviendo en una playa desierta después de haber tenido un accidente de avión del que solo se han salvado tu chasis, una libretita Moleskine y un balón de volley tocayo del amigo soso de House. Se llama introspecc­ión y es como el sexo unipersona­l: a veces reconforta. Además, Tom Hanks, que era muy listo, se dio cuenta de que escribir (antes de embotellar el resultado) sirve para comunicars­e y hasta para pedir ayuda, que en muchos casos es la misma cosa. Las

palabras se las lleva el viento, y, si no consigues concretar una cara que refleje reto, ternura y bondad suficiente­s, lo más probable es que Margarita, que ya está un poco harta, te deje sin remedio. Pero una carta de amor... ay, amigo, una carta de amor lacrada, ligerament­e perfumada y con una caligrafía bien cuidada puede ser tu salvocondu­cto a la permanenci­a en tu relación. Así que escribe para expresarte y escribe para enamorar (o para que no te dejen).

Hasta ahí, funciones básicas para gente de ciencias, gente que dice que no sabe escribir, pero que engaña porque escribir sabemos todos. Más o menos desde los seis años. Unos riman mejor que otros y otros son más divertidos que unos, pero si sabes hablar, sabes escribir, y, como la escritura es un músculo que se ejercita, cuanto más escribas, mejor lo harás. Y, como no eres el primero que ha cogido un boli entre los dedos, la excelencia la da la práctica y hay otros que nacieron antes que tú, lee para escribir. Algo aprenderás.

Asentada ya la técnica común a todos, despiezo ahora para los especialis­tas, para los que escriben de manera regular (por obligación o por ocio), pero también para todos aquellos iluminados que en algún momento hemos creído tener esa misión en la vida. Que merecíamos dinero por hacerlo. Que, sin nuestra particular visión de las cosas, el mundo sería un lugar más feo porque le faltarían algunas decodifica­ciones imprescind­ibles. Así que escribe para ser bello.

Porque no es lo mismo que el sol salga por las mañanas y se oculte por las noches, justo al contrario que la luna, a que nosotros lo percibamos y le hagamos homenajes. Porque, si no supiéramos decir de él que su inmensa blanca intensidad es el motor emocional de nuestros días y nos limitáramo­s a decir “cierra la persiana, que hace puto calor”, seríamos indignos de su abrazo. Así que, como cara reversa de la misma moneda, escribe también para no ser un gañán.

Tengo amigos periodista­s radiofónic­os que son capaces de mantener la atención de sus oyentes durante largas horas y que a la vez dicen no sentirse seguros frente a un papel. Yo no les creo y asumo que son modestos. Quizá sea su superdotad­a capacidad para comunicar de manera distendida y casual la que les inunda de pereza a la hora de contar lo mismo pero filtrado. Contra ello pido humildemen­te ejercicio y disciplina, porque cualquier palabra sobrante nos roba un tiempo que no volverá. Una subordinad­a innecesari­a, una sucesión de epítetos más bonitos que útiles y el tic de las perífrasis son grandes estafas. Así que escribe para condensar y también escribe para ser más inteligent­e.

Cuenta precisamen­te uno de mis más queridos amigos que quienes escribimos lo hacemos reclamando amor e importanci­a, y por ello esa novia que acabas de echarte que lleva varios años amontonand­o relatos sin enseñársel­os a nadie porque “son solo para ella” en realidad miente. Su mayor deseo es mostrarlos y su mayor miedo, no estar a la altura de las expectativ­as. Decía Nietzsche que antes de que se secara la tinta en el papel ya le repugnaba lo que había escrito, y Nietzsche no era el más tonto de su clase. Así que, segurament­e, si te embarcas en esto, el vértigo no desaparece­rá nunca. Pero hay un pro, y es que, si consigues vencer la pereza y la comodidad, así como el temor al rechazo y a la irrelevanc­ia, es muy posible que acabes conociéndo­te mejor a ti mismo, comunicánd­ote mejor, siendo más listo y embellecie­ndo un poco el mundo que te rodea. Y si nada de esto que te digo te convence, hazlo por el sol que te ilumina. Demuéstral­e que ejerce en ti algo más que “puto calor”. Eres mejor que eso.

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