LUGARES PERDIDOS
Un bar de nuestra juventud, una canción que — como la magdalena de Proust— nos lleva a otros mundos y despierta en nosotros recuerdos de una vida que dejamos atrás. Espacios, letras y notas que conforman universos paralelos que siempre permanecerán.
Andrea Levy repasa en su columna las notas que conforman su memoria.
Paseando por Malasaña una tarde, se detuvo delante de una puerta grafiteada. Una pared de ladrillo negra y una pequeña puerta habían sido salpicados con dibujos de animales fantásticos. Se paró delante con media sonrisa y media melancolía y me dijo: “Aquí he pasado muchas noches, pero antes no se llamaba así, sino Nasti”. En lo alto podía leerse “Maravillas espectáculo”. Se quedó extrañado, pensando que ese lugar que había sido su reino se había convertido en una imagen lejana, en la que a él mismo le costaba ahora hallarse. En el mapa, su patria se encontraba ubicada donde habita su pasado. Se preguntó si al haber cambiado el nombre, el lugar seguiría siendo el mismo para él tantos años después. Demasiados recuerdos suyos había ahí como para hacer una mudanza.
Esta podría ser la anécdota de cualquiera. Un bar donde pasamos horas, depositando entre sus paredes parte de lo que fuimos, una vida que dejamos atrás pero cuyos recuerdos permanecen ahí cual prisioneros de Alcatraz. Si echo la vista atrás, recuerdo el bar cerca de la universidad donde pasé las tardes entre apuntes y cañas con amigos. ¿Existirá aún? Los fines de semana había otro local al que solía ir, la sala Apolo en el Paralelo de Barcelona. Hará una década que no voy, pero sigue abierto. Ir sería reencontrarme con un lugar en el que yo ya no sería la misma de entonces. Volver allí es hacerlo a mis veintipocos, a esa pequeña sala de arriba, la Nitsa, donde ponían la música que tanto me hacía bailar. Si regreso a ese recuerdo, me viene una canción: las pastillas rosas de Dorian, que nos invitaban “a cualquier otra parte”. En 2016 coincidí en el FIB con Marc Gili, cantante de este grupo barcelonés, y tuve la oportunidad de mostrarle mi devoción por ese tema. Me dijo que había leído una entrevista citando a Sideral, DJ habitual de esa sala. Había fallecido años antes, lo cual para muchos de los que vivimos ahí nuestras mejores noches supuso el abrupto final de una etapa. Fue agradable recrear conjuntamente ese lugar que tan buenos recuerdos nos traía a ambos. La banda ofreció en Benicassim un concierto mágico. Hubo una atmósfera especial entre los ahí congregados. Al acabar, fui al set de Radio3 a comentar la actuación. Coincidí en el veredicto con Julio Ruiz: había trascendido lo musical para convertirse en una experiencia sensorial. La de un espíritu generacional que se alberga en el interior de ciertas canciones como el que se describe en La Tormenta de Arena, que fue capaz de llevarnos a sitios que quizá ya no existen con gente que ya no veamos, pero que siempre permanecerán en nosotros. �