Vanity Fair (Spain)

VESTIDAS PARA BAILAR Chanel firma el vestuario del ballet de la Ópera de París. Variations

- POR MÓNICA PARGA

Virginie Viard, directora creativa de la marca, irma un onírico vestuario para celebrar el vínculo de la ‘maison’ con la danza; un universo en el que Gabrielle Chanel imprimió su genio creativo, halló a sus mejores amigos e intentó suavizar sus penas.

Como todas las grandes historias, el idilio de Chanel con el universo de la danza comienza en una fiesta. París, año 1917. La intérprete Sorel, condesa Cécile de Ségur y clienta de la firma francesa, organiza una cena en su casa e invita a varios amigos, entre los que se encuentran la diseñadora de moda y la pianista polaca Sert, entonces esposa del pintor español Misia Sert. La artista, atraída José María por el carisma de Chanel, pide sentarse al lado de la modista Gabrielle y alaba su abrigo de terciopelo rojo. No tardan en hacerse íntimas amigas. Misia fue quien introducir­ía a Chanel en el círculo de los bailarines y coreógrafo­s, lo que marcaría su vida para siempre. Al empresario Diáguilev, fundador de los Ballets Rusos, se lo presentó Serguéi en un almuerzo en su residencia veneciana. Chanel había visto su representa­ción de La consagraci­ón de la primavera en 1913 junto a su gran amor, Capel, y había quedado impactada por su vanguardis­mo Boy escandalos­o. Diáguilev aprovechó el encuentro para contarle que deseaba llevar la obra a los escenarios de nuevo y le pidió ayuda financiera. La creadora accedió bajo la condición de que su donación fuera anónima, sin éxito: su ayudante,

Kochno, se encargó de que todos supieran quién había Boris sido la mano generosa.

Chanel ejerció como colaborado­ra clave en la compañía más influyente del siglo XX. En sus creaciones para el ballet se pueden trazar numerosos paralelism­os con sus propuestas de pasarela. En Le Train Bleu, con libreto de y escenograf­ía de Jean Picasso, Cocteau vistió a los bailarines Pablo con trajes de baño, conjuntos de golf y minivestid­os de tenis que la alta sociedad de los años veinte luciría en las playas del sur de Francia. Para

Apollon Musagète, con coreografí­a de

Balanchine, ideó modernísim­as George togas; y en Bacchanale colaboró con su amigo Dalí, que describió así sus Salvador figurines: “Chanel

diseña los más suntuosos y maravillos­os trajes con una loca profusión de armiño y joyería”.

El mundo de la danza se convirtió, además, en una parte inseparabl­e de su vida personal. El tren en el que se inspiraba el primer ballet, por ejemplo, estaba basado en la ruta ferroviari­a que conectaba París con la Costa Azul, la misma que tomaba ella para llegar a La Pausa, su refugio en Roquebrune-Cap Martin. Gracias a esta obra, conoció a quien sería uno de sus confidente­s más queridos, el bailarín Lifar. “Siempre me hacía reír, algo Serge que muchos hombres han olvidado hacer. Cuando él veía que yo estaba triste, venía a contarme historias sobre su infancia en Rusia. Es un auténtico ruso, fíjese cómo bebe el té después de ponerse el terrón de azúcar en la lengua”, comentaría Gabrielle Chanel tiempo después.

“El bailarín estrella de los Ballets Rusos y la diseñadora descubrier­on su afinidad estética cuando desapareci­eron las jerarquías entre las distintas representa­ciones artísticas”, explica la marca.

El verano de 1929 marcó el final de esta edad de oro. Diáguilev, que sufría de diabetes, cayó enfermo mientras disfrutaba de unas vacaciones en Venecia junto a Misia Sert y Chanel. Falleció ese agosto. La modista corrió con los gastos del funeral, una procesión de góndolas que transporta­ron el ataúd cubierto de flores hasta la isla de San Michele, donde está el cementerio de la ciudad. Tras su muerte, la compañía se disolvió y los amigos del desapareci­do empresario hicieron lo posible por salvaguard­ar el valioso material artístico de los ballets. Gran parte de ello fue subastado en Sotheby’s en los años sesenta y exhibido décadas después en el museo Victoria & Albert de Londres, que tuvo que reparar numerosas roturas en los tejidos y reforzar las hombreras para que las prendas pudie

Chanel ejerce como mecenas de la Gala de Apertura de la temporada de danza de la Ópera de París

ran sostenerse sobre los maniquíes.

recogió el testigo en los Karl años Lagerfeld ochenta y formó nuevos vínculos entre la marca y la danza. En 2009, reinterpre­tó los botines de cosaco con modelos rusas, y durante su polifacéti­ca trayectori­a firmó el guardarrop­a de varias obras. El más fascinante fue, sin duda, el tutú decorado con 2.500 plumas que realizó para la bailarina

Glurdjidze, del English National Elena

Ballet, en La muerte del cisne. En 2016, el coreógrafo

—marido de Benjamin Portman— Millepied encargó al alemán Natalie la realizació­n de los decorados y trajes del BrahmsSchö­nberg Quartet.

Hoy, el espíritu de Chanel renace en la Ópera de París, institució­n de la que la maison ejerce como mecenas de su Gala de Apertura de la temporada 2019/2020 de danza. Viard, sucesora de Lagerfeld Virginie al frente de la marca, firma el vestuario del ballet Variations con la ayuda de las virtuosas manos del taller de la Maison Lemarié, expertos en la confección de flores decorativa­s. El resultado son unos oníricos vestidos con cierto cariz oscuro ornamentad­os con perlas y flores de seda. La coreografí­a pertenece al bailarín Serge Lifar, aquel amigo que, casi un siglo atrás, hacía sonreír a Gabrielle Chanel.

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