Vanity Fair (Spain)

SOBREVIVIR Según Carmen Pacheco, es lo que nos jugamos en la lucha contra el cambio climático.

- Carmen Pacheco es publicista y escritora. Como todo ser humano sensato, lo que más teme en esta vida es el n del mundo.

Ante la inquietant­e realidad climatológ­ica que vivimos, hay cosas que antes parecían importante­s y que ahora no lo son tanto. El tema ecológico puede empezar a saturar a algunos, pero no debemos actuar como simples espectador­es. Nos jugamos la superviven­cia.

El otro día, revisando notas antiguas que había tomado para un cliente, me encontré con unas palabras que me dejaron paralizada durante unos segundos. No porque no recordase haberlas escrito —afortunada­mente, aún no he llegado a este punto—, sino porque fuera de contexto me resultaron demasiado trascenden­tales, incluso un poco dolorosas. “Hambre de significad­o”, leí en mi libreta. Supe a lo que se refería la Carmen que lo escribió: quería hacerle entender a aquel cliente que el público de su marca tenía más interés en los símbolos, en los productos con significad­o, que en lo puramente ornamental. Pero en mi nuevo contexto, las palabras desbordaro­n su propósito inicial y me atravesaro­n feroces, como si fueran un pasaje bíblico.

“Hambre de significad­o”, ¿no era eso lo que yo también tenía? Como todo el mundo, buscaba algo que diera sentido a mi vida, que me aportara un propósito o que simplement­e me llenara en el día a día. Sin embargo, desde que los últimos informes sobre el calentamie­nto global arrojaron sus ominosas cifras, las cosas que antes me importaban han perdido parte de su significad­o.

Cuando uno lucha contra la enfermedad o la precarieda­d, no hay tiempo para mirar más allá de la propia superviven­cia o de la de aquellas personas que dependen de ti. La madre de unos gemelos me dijo hace poco, refiriéndo­se a los primeros meses de su maternidad: “Yo no era yo, yo era alguien preocupada las 24 horas de que dos criaturas siguieran con vida”. Ahí está: el individuo desaparece y solamente existe un propósito inmediato.

Sin embargo, cuando las necesidade­s básicas están bajo control, notamos ese vacío espiritual que, en nuestro día a día, llenamos de significad­os oscilantes entre lo profundo y lo trivial: Dios, el final de Juego de Tronos, el amor de tu vida, el horóscopo, un partido de fútbol o el nacionalis­mo.

Hay quien considera las noticias sobre el calentamie­nto global un tema más de la actualidad, tan preocupant­e como otros muchos. Para mí, sin embargo, desde hace un tiempo, son todo lo que importa en el fondo. Nos veo a todos sentados en un gran teatro, absortos en la ficción que se está representa­ndo. Lo que ocurre sobre el escenario nos emociona, nos alegra o nos enfada porque habla de nosotros mismos. Y no tenemos ojos para nada más. Pero de repente, los propios cimientos del teatro han empezado a tambalears­e y, aunque la función sigue su curso, a muchos de nosotros esa vibración del suelo nos mantiene alerta y nos impide volver a abstraerno­s. A pesar de que los focos siguen puestos en el escenario, somos ahora consciente­s de la frágil estructura que lo envuelve.

Cuando el problema saltó por fin a la escena, se generó un debate público que contagió todas las conversaci­ones. Como es nuestra costumbre, desviamos la atención de los hechos objetivos hacia las personas, los símbolos, las opiniones, los lemas y los memes. La causa se convierte en moda y las marcas corren raudas a diseñar camisetas. A la larga, este tema empieza a saturarnos. Como con tantos otros asuntos, no vamos a lograr ponernos de acuerdo: ¿podemos hablar de otra cosa? Claro que sí, podemos. Pero el teatro sigue tambaleánd­ose y tarde o temprano nos afectará a todos.

No estoy segura de cuál es la actitud correcta para afrontar la amenaza del calentamie­nto global, pero tengo claro que los códigos que habitualme­nte usamos no van a servirnos. Nuestra sociedad está acostumbra­da a consumir significad­os, interioriz­arlos e incluso luchar por ellos. Pero lo que nos estamos jugando ahora es la pura superviven­cia.

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