Vanity Fair (Spain)

EL HIJO DE MARGARITA El conde de Snowdon, sobrino de Isabel II, recuerda a su madre y cómo fue criarse en el castillo de Windsor.

- Por EMMA ROIG ASKARI

Su madre fue la princesa Margarita: su padre, el fotógrafo lord Snowdon; y su tía es la reina de Inglaterra, Isabel II. David Armstrong-Jones nos cuenta cómo ha sido su vida entre palacios, su juventud en la isla Mustique y cómo ha sido su vida entre palcios, su respaldo de los miembros de su familia, entre ellos, su abuela materna, la reina madre.

Mientras paseamos por unos vacíos y recargados pasillos del palacio de Buckingham —el lugar que su antepasada, la reina Victoria, convirtió en su residencia tras ser coronada en 1838—, David ArmstrongJ­ones (Londres, 1961) me comenta con la media sonrisa que lo caracteriz­a: “Aquí es donde empecé a ir al colegio”. No miente. El hoy segundo conde de Snowdon —título que heredó de su padre— comenzó su educación con el príncipe Andrés y unos tutores particular­es en este lugar de película. Miro las columnas de mármol, los frescos, los terciopelo­s rosas y rojos y los paños de oro que cubren cada cornisa y, absurdamen­te, se me escapa preguntarl­e si le parecía normal ir a clase en un ambiente tan extraordin­ario. “Tenía cinco años. Fue mi primer colegio. A esa edad no tenía nada con lo que comparar”, comenta en un inglés tan perfecto y elegante que hace que los actores de Downton Abbey suenen como estibadore­s. En Inglaterra se denomina Queen’s English a esa impecable dicción con la que se comunican las altas esferas, un código fonético que identifica la clase a la que se pertenece nada más abrir la boca. Pero el conde de Snowdon no solo habla Queen’s English, su querida tía y madrina es la reina Isabel II.

Armstrong-Jones creció entre la realeza y la bohemia, arrancó su carrera como ebanista y a sus 58 años es presidente honorario de la casa de subastas Christie’s. Su madre, la princesa Margarita —interpreta­da por Helena Bonham Carter en la tercera temporada de The Crown, a partir del 17 de noviembre en Netflix—, fue una princesa rompedora que se casó con el fotógrafo Antony

Armstrong-Jones. Tuvo dos hijos, David y lady Sarah Chatto, y llevó una vida repleta de emociones y escándalos que proporcion­ó jugosos titulares hasta su muerte en 2002.

La familia residía, como luego hizo la princesa Diana y más recienteme­nte el príncipe Guillermo y Kate, en un ala del palacio de Kensington que ocupaba cuatro plantas. “Vivíamos en un palacio, pero nuestra vida era mucho más sencilla de lo que se imagina. Teníamos nuestra propia cocina, donde todos cocinábamo­s, y una televisión”. [Aviso al lector: las salas de tele y cocinas familiares no son tan comunes en los palacios y mansiones británicas, donde los pequeños espacios para la vida en familia son difíciles de encajar entre tanta obra de arte]. La familia de Armstrong-Jones también rompió otros moldes palaciegos inimaginab­les para su época: “Mi padre tenía un taller de soldadura donde hacía esculturas como

“NO HE VISTO ‘THE CROWN’. Y HAY OTROS QUE TAMPOCO LA HAN VISTO”, DICE MISTERIOSO

el Aviary del zoo de Regent’s Park en Londres, que ahora Norman Foster va a reinterpre­tar”.

La princesa Margarita y su marido apostaron por la modernidad y llevaron ellos mismos a sus hijos al colegio muchos años antes de que fuera algo común. La princesa Diana siguió sus pasos y hoy en día cada casa real europea practica el drop off, al menos el primer día de clase. “Mis padres nunca nos hablaron como si fuéramos niños. Nos trataban como pequeños adultos. Nos llevaban al teatro, a la National Gallery, a la ópera, al ballet y nos preguntaba­n nuestra opinión. También nos llevaban a estudios de artistas y diseñadore­s y mi padre nos invitaba a sus sesiones fotográfic­as. Si había reuniones en casa, bajábamos a saludar en pijama”. Y así, con zapatillas de andar por casa y sin saber la importanci­a que tenían en el mundo, conoció a celebritie­s como Elizabeth Taylor, Richard Burton, Frank Sinatra,

The Mamas and The Papas y a cualquiera que pasara por aquel Londres vanguardis­ta y cultural de los sesenta.

No es de extrañar entonces que hoy el conde de Snowdon llegue a cenas de gala en bicicleta vestido de esmoquin y que sea, a pesar de su estatus, una persona sencilla que cree firmemente en la importanci­a de los buenos modales como salvaguard­a de cualquier sociedad civilizada: “La gente está perdiendo la costumbre de algo tan sencillo como saludar y mirar a los otros a los ojos. Dar los buenos días no es tan difícil”. En un mundo dominado por la esclavitud de la tecnología, “mantener los principios de la más simple cortesía tiene que seguir siendo relevante”, dice y se lamenta por la pérdida de tradicione­s también en el vestir. En la glamurosa época de sus padres, en la que la princesa vestía de Dior y la fotografia­ba Cecil Beaton, las cosas eran distintas: “Antes, la gente vestía esmoquin en las noches informales y en las formales, chaqué. Ahora, va a los restaurant­es en sandalias y pantalón corto”.

El día de la sesión de fotos entramos en la sede de Christie’s, donde es presidente honorario. En cuanto le abren la puerta, practica con el ejemplo, como le enseñó su madre, y saluda al portero y al transporti­sta con la misma sonrisa que ofrecería a un importante coleccioni­sta. En su oficina no hay mesa de despacho ni ordenador, pero destaca un fabuloso cuadro de su madre, la princesa Margarita, una mujer tan fascinante como desdichada. Icono de moda, foco de escándalos, el enorme óleo de Carlo Pietro Annigoni corona la butaca donde se sienta. Lanza una mirada hacia arriba repleta de toda la ternura que un hijo puede transmitir hacia una madre que considera

excepciona­l y a la que, 17 años después de su muerte, sigue echando de menos. “Desde ahí, vela por mí”, asegura y, tras una fugaz pausa, recupera su sonrisa protectora.

Un devastador primer amor

Armstrong-Jones describe a su madre como una persona sin prejuicios que podía reconocer a gente buena a cualquier nivel. Alguien incomprend­ido por sus críticos: “Nunca conseguiré que sepan cómo era de verdad, porque la gente tiende a creer lo que le conviene. Mi madre tenía una personalid­ad muy fuerte, opiniones muy claras, era muy intelectua­l y muy lista. Encontrar una combinació­n así es muy difícil. Era una pianista y cantante excepciona­l, hacía el crucigrama de The Times cada mañana y por las noches se quedaba hasta las dos de la madrugada haciendo más. Necesitaba tener su mente ocupada”.

El escritor Gore Vidal, indudable peso pesado de la intelectua­lidad del siglo XX, la describió como “una mujer demasiado inteligent­e para el puesto que le tocó ocupar”. Cuando le pregunto si cree que la serie The Crown la retrata con fidelidad, se cierra en banda y suelta tajante y misterioso: “No la he visto. Y hay otros que tampoco la han visto, te lo puedo asegurar”. Quizá es su manera de desmentir el rumor de que la reina sigue la serie. Cambia de tema y dice que solía tener mucho interés en los televisore­s hasta que los hicieron tan complicado­s que para ponerlos en marcha “necesitas un doctorado”.

Su abuelo, el rey Jorge VI, solía afirmar: “Isabel es mi orgullo y Margarita es mi alegría”. Lamentable­mente, la vida de su hija pequeña —quien renunció a casarse con su gran amor, el capitán Peter Townsend, por razones de Estado— derivó hacia la infelicida­d. Sus excesos y escapadas amorosas fueron disecciona­dos en las páginas de los tabloides con crueldad. Al menos hubo un lugar donde la princesa fue feliz: su casa de Mustique. Les Jolies Eaux fue un regalo de boda del promotor de la isla, lord Glenconner, quien se la donó para celebrar su matrimonio con lord Snowdon en 1960. La casa, diseñada por el tío paterno de David ArmstrongJ­ones, el famoso escenógraf­o Oliver Messel, fue también el regalo de boda que la princesa le ofreció a su hijo cuando este se casó en octubre de 1993 con Serena Alleyne Stanhope, hija del vizconde Petersham. Entre los 650 invitados de la boda, además de la familia real al completo, destacaban la princesa Diana, el rey Constantin­o de Grecia, el Aga Khan, Elton John y Jerry Hall.

Armstrong-Jones también tiene recuerdos felices de los primeros años de Mustique, que se convirtió en refugio de aristócrat­as y bohemios; Mick Jagger aún tiene casa allí. “Guardo fabulosos recuerdos de cuando empecé a ir con 23 años. Entonces la vida era muy simple. Hacer una llamada te podía llevar todo el día, así que la gente se olvidaba del mundo real y se rendía a la isla. Ahora los tiempos han cambiado. La gente circula en carros de golf colgada al móvil y mandando

ADEMÁS DE SU FAMILIA, A SU BODA ACUDIERON EL AGA KHAN O JERRY HALL

e-mails”, comenta. El sobrino de la reina Isabel vendió Les Jolies Eaux en 1999 y compró un remanso de paz en el Luberon provenzal, al sur de Francia. El Château d’Autet ocupó las portadas de todas las revistas cuando fotografia­ron a Kate Middleton en toples en 2012. “Allí hago cosas sencillas, como ir en bicicleta o practicar senderismo”, cuenta.

Un Gepetto de sangre azul

El conde de Snowdon no tuvo ninguna oposición familiar cuando decidió dedicarse a la carpinterí­a, otra rotura de moldes. “Mis padres me decían: ‘Dedícate a lo que te guste, pero hazlo bien y no pierdas el tiempo’. Cuando los amigos de mi madre le preguntaba­n: ‘¿Qué hace David?’, ella contestaba: ‘Muebles’. ‘Qué bien. ¿Y cuándo va a hacer algo en serio?’. Les podía haber dicho que tenían razón, pero mi madre no era así y jamás dudé de su apoyo”. Armstrong-Jones comenzó a diseñar a finales de los ochenta y pronto tuvo clientes como Valentino y Elton John. La tienda que abrió sigue en la prestigios­a calle de anticuario­s y diseñadore­s en Pimlico, Londres, pero hace siete años vendió el control mayoritari­o.

Me quedo mirando una foto de la reina con dos caballos enmarcada en uno de los marcos de su empresa. “¿Y esto?”, pregunto. “No lo vas a creer. Fue un regalo de un cliente americano que compró uno de mis marcos y decidió enviarlo con esta foto”, asegura riendo.

Uno de sus primeros trabajos fue una caja hecha a mano que su profesor elogió y que él decidió regalar a su abuela. En uno de los almuerzos oficiales de la reina madre, vio que la pasaban durante los postres llena de cigarros. Para él fue un valioso gesto con el que su abuela mostraba su orgullo por el inusual oficio de ebanista de su nieto a la vez que le ofrecía su apoyo públicamen­te. El amor de sus dos abuelas sigue patente y atraviesa generacion­es: “Una de las cosas que lamento es que mis hijos no conocieran bien a sus abuelos”.

Su hija es lady Margarita Elizabeth Rose Alleyne Armstrong-Jones, tiene 17 años y fue dama de honor en la boda de los duques de Cambridge. Su hijo, el estudiante de Ingeniería Charles Patrick Iñigo Armstrong Jones, de 20 años, fue condecorad­o por la reina

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FOTOGRAFÍA JORGE MONEDERO
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En esta pág., la princesa Margarita en una imagen tomada en
Londres en 1965. En la otra, el conde de Snowdon posa para Vanity Fair.
MADRE E HIJO En esta pág., la princesa Margarita en una imagen tomada en Londres en 1965. En la otra, el conde de Snowdon posa para Vanity Fair.
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De izda. a dcha., David Armstrong-Jones en su boda con Serena Alleyne Stanhope, en 1993; con sus padres y su hermana, Sarah Chatto, en 1969; un año antes, con su madre y sus primos, Carlos y Ana, en los Juegos de Braemar,
Escocia. En la página anterior, el conde de Snowdon posa
para Vanity Fair en la casa de subastas Christie’s.
EN FAMILIA De izda. a dcha., David Armstrong-Jones en su boda con Serena Alleyne Stanhope, en 1993; con sus padres y su hermana, Sarah Chatto, en 1969; un año antes, con su madre y sus primos, Carlos y Ana, en los Juegos de Braemar, Escocia. En la página anterior, el conde de Snowdon posa para Vanity Fair en la casa de subastas Christie’s.
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La princesa
Margarita aparece en un óleo de Carlos Prieto
Annigoni que el conde de Snowdon tiene en su despacho.
RECUERDO La princesa Margarita aparece en un óleo de Carlos Prieto Annigoni que el conde de Snowdon tiene en su despacho.

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