LA MUJER DE SU VIDA
Rachel Valdés, la pintora y novia de Alejandro Sanz, abre las puertas de su estudio en Madrid.
Es una de las nuevas artistas de la escena cultural de Cuba. Desde hace seis meses, también es conocida por ser la pareja de Alejandro Sanz. Rachel Valdés nos recibe en su estudio en Madrid y ofrece a EDUARDO VERBO una entrevista única en la que comparte los recuerdos más duros de su vida convertida en una de las mujeres más buscadas del momento.
En 1998, cuando en Cuba todo era miseria, a Rachel Valdés Camejo (La Habana, 1990) le regalaron, por primera vez en su vida, una muñeca. Tenía siete años. “Nunca antes vi una. ¡En mi país no había nada! Escaseaba la comida, la gasolina… Mi madre dejaba de comer muchas veces para que lo hiciera yo. Si quería jugar, me tenía que conformar con lo que fuera. Me entretenía con lápices y cartulinas. Hasta que me presenté a un concurso de pintura en mi barrio. Dibujé a Fidel Castro para celebrar el día de su natalicio. ¡Lo gané! Además de la muñeca, me dieron ropa, zapatos… Ahí pensé: ‘¡Esto de ser artista no está nada mal”. Ahora aquella niña es una mujer cálida, de blanquísima sonrisa y piernas kilométricas —mide 178 cm— que durante la última década se ha convertido en una de las nuevas artistas de la escena cultural de Cuba. Desde hace seis meses, tras la publicación de su noviazgo con el cantante Alejandro Sanz, la joven es además un personaje atractivo para el papel cuché. La pintora me recibe en su estudio de Madrid. Se trata de un lujoso chalet al norte de la capital completamente vacío que hoy se ha llenado con el equipo de Vanity Fair. En la zona de estar, desde la que se otea un frondoso jardín y una piscina, ha instalado algunos de sus cuadros y su mesa de trabajo. En ella reposan más de 100 pinceles de todos los tamaños. Este taller está ubicado en una urbanización cercana a La Finca, donde Valdés se ha instalado junto a Ale, como se refiere a su pareja.
Rachel tiene 29 años, pero me sugiere que escriba que tiene 30. “Me gusta verme madura”, se justifica. Ha vivido muy rápido. Graduada en Pintura por la Academia Nacional de Bellas Artes de La Habana, recaló en Barcelona cuando tenía 20 años tras recibir una beca para seguir estudiando gracias a “unos coleccionistas que habían viajado a Cuba”. En la Ciudad Condal vivió un lustro: se casó con un importante abogado catalán y representante legal de algunos futbolistas con el que tuvo a su hijo Max, de cinco años, pero terminó divorciándose.
Sus progenitores tampoco consiguieron mantener unido su matrimonio. Su madre, Rachel Camejo, es programadora informática y se dedica al mundo del cine en La Habana. Su padre, Adolfo Valdés, también es informático. Se separaron cuando Rachel era muy joven. Adolfo rehizo su vida y tuvo otra hija, que hoy tiene 13 años.
Dulce pero firme, Rachel no quiere profundizar. Tampoco desvelar la identidad del padre de su hijo. El pequeño reside en la capital catalana, donde la pintora dispone de un apartamento, ya que viaja con asiduidad para estar con él.
En su estudio madrileño, mientras la maquillan, suena Quimbara, de Celia Cruz. Valdés no ha olvidado sus raíces ni los avatares de su infancia durante
“Alejandro Sanz es grande como persona y como artista. Es empático y humilde. ¡Muy noble!”
Rachel Valdés
el llamado Período Especial, una de las épocas más dramáticas de Cuba.
Tras la desintegración de la URSS en 1991, la isla quedó desabastecida al dejar de percibir ayuda económica y sufrir el embargo de EE UU. “Cuba ha evolucionado, pero no lo suficiente para el bienestar general. Aunque políticamente las cosas no funcionan, estoy orgullosa de ser de allí y agradecida a esos momentos que me han convertido en una persona que se sacrifica y supera”, reflexiona.
También fotógrafa y escultora, Rachel quiere centrar la entrevista en lo estrictamente profesional, pero no puede evitar las referencias personales. A su madre —“Siempre me ha apoyado. Cuando me fallaban las fuerzas, me decía: ‘Dale, mija, que estos son tus sueños”— y, por supuesto, a Alejandro, su nuevo amor, de quien prefiere no desvelar muchos detalles.
—¿Cómo y cuándo lo conoció?
—Hace un tiempo, a través de unos amigos en Miami —anuncia esquiva.
—¿Cómo lleva el revuelo que suscita su noviazgo con él?
—Intento mantenerme ordenada mentalmente. Tengo mis amigos de toda la vida, mi gente y soy muy natural. Notas que hay personas que preguntan de vez en cuando o se te acercan más, pero no es un big deal. Es algo que tiene que ver con mi relación, pero yo sigo siendo la misma. No quiero que nada me cambie.
—¿Seguía su trabajo desde pequeña?
—Es que yo no soy fan de nadie. Nunca he sido mitómana, pero su música siempre ha sido un referente. —¿Cuál es su canción favorita? —Cuando nadie me ve. Eso no lo sabe nadie. ¡Ni él!
—¿Qué cualidades destacaría de él? —Es un gran artista. Tener esa capacidad de transmitir algo tan fuerte, como una buena canción…
—¿Y como persona?
—Es grande como artista y persona. Es empático, humilde y muy noble.
—Cuando asiste a algún concierto, ¿le impresiona ver sus legiones de fans?
—Crear esa sensación tan inolvidable en la gente es maravilloso. Ahí te das cuenta del poder del arte.
—A Alejandro le gusta pintar y ha expuesto sus cuadros, ¿practican juntos?
—No. A mí me cuesta pintar en plan relajado porque es mi profesión. No soy tan bohemia. Me gusta organizarme bien, tener las cosas ordenadas… Pero Alejandro me parece buen pintor. Yo creo que ni sabe que pienso esto de él.
Rachel ahora vive a caballo entre Barcelona, Madrid y La Habana, donde tiene su estudio principal en una casa señorial ubicada en El Vedado, uno de los barrios de mayor esplendor de la ciudad, y donde, además de su familia, se reencuentra con otras amigas que también triunfan fuera de Cuba. Tal es el caso de las hermanas franco-cubanas Lisa-Kaindé y Naomi Díaz, integrantes del grupo de jazz Ibeyi, o la actriz Ana de Armas: “La admiro. Tiene un talento increíble”, comenta sobre la intérprete, a la que conoció gracias a unos amigos en común. A este continuo ir y venir por el mundo, Rachel suma la trepidante agenda de su novio, Alejandro Sanz, quien estas últimas semanas se encontraba de gira por Latinoamérica. Días antes de la entrevista, Rachel acompañó al español en su paso por Paraguay.
La creadora plástica ha ampliado su círculo de amistades. Ahora, por ejemplo, también se relaciona con Narcís Rebollo, presidente de Universal Music, la discográfica de Alejandro Sanz, y con su esposa, Eugenia Martínez de Irujo. “En noviembre, por mi cumpleaños, me regaló una joya con un perrito que ha diseñado para Tous. ¡Son encantadores!”. esde que saltó su relación con el cantante español, a la cubana le han adjudicado otros novios famosos, como Marc Anthony —en 2015 participó en el videoclip de Traidora— o el mismísimo Mick Jagger, líder de los Rolling Stones, con quien trabajó en 2016. Ella se ríe. “El tema del vídeo [con Marc Anthony] surgió porque me gusta la actuación y lo de convertirte en otra persona y hacer creer una sensación que no es real. Conocía a la gente de casting y por eso me llamaron”. Sobre Jagger, sostiene: “Era la primera vez que venía con la banda a La Habana después de muchos años. Yo los ayudé a traducir la presentación que iban a hacer: “Hola, Habana. ¡Buenas noches, mi gente de Cuba!”.
La forja de la artista
Tras ganar ese primer concurso con siete años en el que dibujó a Fidel Castro —a quien, por cierto, nunca conoció—, Rachel se tomó en serio la pintura y se apuntó a clases en el hoy llamado Gran Teatro de La Habana. “Teníamos que caminar mucho desde mi casa hasta allí. En ocasiones hacíamos autostop para llegar”, recuerda. El trayecto era de unos 20 kilómetros ida y vuelta. Con 12 años se presentó a un nuevo concurso. “Era un certamen organizado por Unicef. Se llamaba Conoce tus derechos. Pinté a unos niños en el malecón. Ahí pude ver a Raúl Castro”. Lo volvió a ganar. Cuando era una adolescente ingresó en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, donde en 2010, con 19 años, se graduó con la máxima nota en Pintura. Su abuelo paterno
“Cuba ha evolucionado, pero no lo su iciente para el bienestar general”
Rachel Valdés
había estudiado Historia del Arte. “Yo quería llegar a pintar como los personajes de sus libros: Velázquez, Miguel Ángel… Estaba lejos de aquello. ¡Salir de Cuba era difícil!”. Al concluir sus estudios, por fin, le llegó la oportunidad de mudarse a Barcelona.
Además de por su pintura, hoy en día Rachel es famosa por sus grandes instalaciones, en las que busca la ilusión óptica a través del uso del reflejo de los espejos: “Ser artista quizá no es la profesión más necesaria del mundo, pero me gusta crear emociones y sensaciones”. De esta serie, donde Rachel mezcla el mundo ideal con el real, destaca Happily Ever After, un gran espejo que fue ubicado en 2012 en el malecón de La Habana y en el que se veían el mar y sus paseantes. También siente orgullo de El principio del fin, una obra a base de espejos que fue expuesta en 2016 en Times Square, Nueva York, y que visitaron más de dos millones de personas. Esa actuación sirvió para ubicar su trabajo en el ojo global. “Los periódicos interpretaron aquello como algo político, aunque eso no me interesa”. El principio del fin tuvo varias lecturas. La más controvertida: una metáfora contra Donald Trump.
El punto de inflexión en la carrera de Rachel fue en el año 2012, cuando durante la presentación en Nueva York de la Bienal de La Habana, el mayor evento de las artes visuales en Cuba, Ben Rodríguez, director de la Rockefeller Brothers Fund, la fundación de la conocida saga de empresarios y políticos estadounidenses, se fijó en su obra. Ese revulsivo le valió conseguir una beca en el Vermont Studio Center, uno de los centros artísticos más relevantes de Estados Unidos. Ahora algunas de sus obras están en manos de importantes coleccionistas y galeristas como Brent Sikkema, uno de los más relevantes de Manhattan. Hace unos días Rachel expuso en la feria ARCO de Madrid, ya que forma parte del colectivo artístico Detrás del Muro, comisariado por el cubano Juan Delgado.
La joven puede resultar una mujer de extremos que pasa de hablar del minimalismo del arquitecto Van der Rohe al folclore cubano. “Puedo bailar mucho, pero también ser más calmada y conservadora”. Le encanta meditar, entrenar y la buena comida. Sus referentes artísticos son los maestros de lo abstracto, como Malévich, Willem de Kooning o Kandinsky.
Entre los bocetos colgados en las paredes de su taller destaca una serie de acuarelas sobre piscinas vacías en la que lleva trabajando desde hace tiempo y que, cuando termine, le gustaría exhibir, por ejemplo, en Madrid, “una ciudad con una luz preciosa que estoy descubriendo ahora”. La idea de este nuevo trabajo despertó en ella cuando era una niña. Antes de pintar, la madre de Rachel prefirió que aprendiese a nadar. “En la ciudad deportiva de La Habana las piscinas estaban vacías. Teníamos que entrenar en los bancos de afuera… ¡Sin agua!”, me cuenta entre risas mientras cita a uno de los grandes escritores cubanos, Alejo Carpentier, y su tono surrealista.
Mientras estudiaba, los apuros económicos en su familia nunca cesaron. “Siempre he estado muy centrada en ayudar a los míos. Los salarios eran muy bajos, incluso los de un médico. Todo el mundo sufría penurias económicas”, explica quitándose importancia. Por eso, desde los 14 hasta los 16, trabajó de modelo posando para diversos catálogos. “Tuve suerte de poder vender mi obra desde que era estudiante. Pintaba bien y a la gente le gustaba. Me ganaba la vida como artista sin todavía serlo”, añade.
Ha sido un día intenso. Mientras encuentro la salida de esta zona residencial de Madrid, reflexiono sobre el gran cambio en la vida de Rachel y cómo ha pasado de vivir en una humilde casa de Cuba a la urbanización favorita de las estrellas. Entonces recuerdo sus palabras: “Mi vida es una historia de esfuerzo y sacrificio”. Sin duda, le gusta ir pisando fuerte.