JUAN SANGUINO
Jane Austen, en todas partes
Solo un cinéfilo como Sanguino podría haberle sacado todo el jugo al estreno de Emma, la cinta basada en la novela homónima de Jane Austen. El autor de Generación Titanic reflexiona sobre cómo la obra de la novelista británica sigue influyendo en todo el cine femenino sentimental o social.
Incluso una de las mujeres más pasivas escritas por Austen, la Jane Anne Elliot de Persuasión, se revolvía cuando un amigo le explicaba que la debilidad de carácter es una cualidad intrínseca femenina. “No he abierto ningún libro en mi vida que no describiese la inconsistencia de las mujeres”, argumentaba Benwick. “Quizá porque todos estaban escritos por hombres”, replicaba Anne. “Ellos han tenido ventaja sobre nosotras al contar su propia historia. La educación ha sido suya. La pluma ha estado en sus manos”. La voz de Jane Austen, que firmó sus seis novelas como “A Lady” —una dama—, sigue reverberando no solo en adaptaciones directas de su obra —como la nueva Emma de Wilde—,
Autumn de sino en cualquier relato sobre una mujer en busca de novio. ¿Tendría razón
E. M. Forster cuando dijo que los lectores de Austen son como los feligreses en misa, que “apenas escuchan lo que se está diciendo”? La obra de Austen es más popular que nunca ahora, 203 años después de su muerte, gracias a un revival desatado por las adaptaciones en 1995 de Orgullo y prejuicio —seis capítulos en la BBC que convirtieron a su Mr. Darcy,
Colin Firth, en una estrella— y Sentido y sensibilidad, por la que Emma ganó un Thompson
Oscar como guionista. Siendo los noventa una de las décadas más rentables para el cine romántico, el marketing de estas adaptaciones instauró la percepción colectiva de que Austen era una escritora sentimental. Que lo era. Pero también fue una cronista satírica de su contexto social: ridiculizaba el paternalismo hacia las mujeres, el sistema según el cual una mujer no podía recibir su herencia si no se casaba y el esnobismo de las clases altas que tenían más tierras pero, como demostraba la sabandija de Henry Crawford en Mansfield Park, muchos menos escrúpulos. Y lejos de reírse de las mujeres desesperadas por cazar un marido, Austen era solidaria con ellas en boca de Charlotte cuando le aclara a su amiga Elizabeth
en Orgullo y prejuicio: “No todas podemos permitirnos ser unas románticas”. Pero el final feliz que siempre concedía a sus heroínas era sobre todo una fantasía escapista para sus lectoras, la gran mayoría casadas por prudencia y no por amor, y un requisito para que alguien la publicase. Al fin y al cabo, el pseudónimo de Austen era una declaración de género pero también de clase.
Helen Fielding admitió que basó todo ‘El diario de Bridget Jones’ en ‘Orgullo y prejuicio’: el matrimonio como validación social
Es posible que de estar viva en 1996 ella se hubiese reído —para sí misma, claro— de la novela que definiría el feminismo romántico del cambio de siglo. En El diario de Bridget Jones, de
Helen Fielding, la protagonista contaba seguir soltera entre sus fracasos —no adelgazar, no dejar de fumar, no ascender en su trabajo— y, al llegar a casa, en vez de ponerse porno se ponía la escena de la Orgullo y prejuicio de la BBC en la que Mr. Darcy salía del lago con la camisa empapada. Para cuando Bridget se hizo carne en el cine con, en un órdago metanarrativo, interpretando
Colin Firth al pretendiente de ensueño, las comedias románticas ya llevaban años nutriéndose de las reglas creadas por Austen: desde los eléctricos debates de ingenio entre futuros enamorados —Cuando Harry encontró a Sally— hasta la crueldad de los roles impuestos por las clases sociales —Pretty Woman—, los malentendidos —Mientras dormías—, el amor como motor de toda decisión humana —Love Actually— o el romanticismo testarudo de saltar al vacío renunciando a una estabilidad predecible —Algo para recordar, Pocahontas, Tienes un e-mail—. Pero Emma siempre fue un agente libre.
De entre los pocos detalles que se conocen de la vida de Jane Austen —su hermana quemó todas sus cartas y su hermano construyó un legado para beatificarla—, se sabe que con Emma Woodhouse se propuso crear “una mujer que no le cayese bien a nadie excepto a mí”. A los admiradores de Austen les gusta, ante la ausencia de biografía fiable, imaginársela como a la más heroína de todas, la Elizabeth
Bennet de Orgullo y prejuicio, con las botas llenas de barro, leyendo abstraída y defendiendo sus permanentes optimismo y buen humor como un derecho, una libertad y una independencia. Otros asocian a Austen con la más virtuosa según los cánones del período de la Regencia, la Anne Elliot de Persuasión, callada, con un gran mundo interior y amargada por un amor que se le escapó de joven. ¿Pero y si su mayor álter ego fuese Emma? La única chica Austen con la estabilidad económica suficiente para no perder el tiempo con los hombres, que dedicaba sus tardes a comentar con acidez las desventuras sentimentales de sus amigas y conocidas y que criticaba deslenguada la sociedad desigual en la que le había tocado vivir.
Por eso cabe soñar que a Jane Austen le habría encantado Clueless (Fuera de onda), la adaptación moderna también de 1995, en la que Emma se llamaba Cher —Alicia Silverstone— y era una pija que manipulaba los ligues de sus amigas como buena —o mala— abeja reina del instituto y que siguió reencarnándose en el cine —Una rubia muy legal, Chicas malas—. Tanto en Emma como en Clueless el amor —el hermanastro de la protagonista— no es más que un caramelo para terminar y la nueva Emma incluye la incómoda humillación que la antiheroína perpetra, por pura diversión, contra su amiga Miss Bates durante un pícnic —presente en la novela, pero no en sus adaptaciones anteriores—. “Quería que todo el mundo se sintiese culpable, no solo Emma”, explica la directora. “Esa mentalidad de la turba tan habitual en el instituto, a la que te unes para reírte de alguien, y en la que de mayor comprendes avergonzado que solo fuiste un peón”. El eje de esta nueva Emma, por tanto, son las relaciones sociales femeninas. Algo que a Jane Austen le importaba más de lo que muchos creen y una de las razones por las que, mientras sigan existiendo la división de clases y el amor monógamo, su voz seguirá teniendo ecos por todas partes. Hay Austen para otro par de siglos.