CABALLERO de FINA ESTAMPA
Sus columnas sobre estilo son tan amenas como su apodo en las redes, The Prophet Pizza. En una de las más recientes, la editora de estilo de la edición inglesa de la revista GQ, Rachel Seville Tashjian, habla con toda la razón del mundo sobre la influencia que ejercen nuestras abuelas en el vestir masculino de hoy. Los ejemplos, de la cuenta de Instagram de Marc Jacobs al inevitable Timothée Chalamet vestido con conjunto de nailon de Prada y broche de Cartier en los premios Oscar —“Perfecto
para ir a comer un sándwich al golf”—, club de resultan tan incontestables como los pe rsonajes que inspirarían la costumbre de llevar carrés de seda, jerséis de cashmere y mocasines: Nan Kempner, Gloria Vanderbilt, Brooke Astor, Lauren Bacall o Bunny Mellon. Para encontrar referentes masculinos quizá deberíamos remontarnos un par de generaciones más, hasta nuestros bisabuelos. Al V marqués de Anglesey (1875-1905), por ejemplo, que sacaba las joyas familiares tanto para disfrazarse
—misión de Aladino en la que gastó el
libras— equivalente a 12 millones de como en su día a día. Así se desprende de sus retratos en traje de tres pie zas. En España tendríamos a Antonio de Hoyos y Vinent (1885-1940) y sus “camisas de seda, ternos impecables, inmensos gabanes con amplios cuellos de piel, finísimos guantes y, en las manos, magníficas
—Go y raras sortijas nzález Ruano habla de
descomunal— una amatista y, siempre, su monóculo de concha”, escribe Luis Antonio de Villena. Una descripción que, salvo por lo del monóculo, podría referirse perfectamente a Alessandro Michele, director creativo de Gucci y un gran valedor de esta corriente entre excéntrica, ambigua e historicista.
¿En quién pensará Harry Styles entonces cuando saca las perlas? ¿En su abuela o en estos héroes de la belle époque?