Vanity Fair (Spain)

A TODA MECHA: DE BRASIL A LA GLORIA

- _ANA ARJONA

Cuando escuchaba a mi padre locutar las carreras más emocionant­es del automovili­smo, no imaginaba que algún día sería yo quien las protagoniz­ase”. Este año se celebra el 50º aniversari­o del debut del piloto brasileño (São Paulo, 1946) en Emerson Fittipaldi la Fórmula 1. En su trayectori­a logró 14 victorias, 35 podios, dos campeonato­s mundiales —siendo el piloto más joven de la historia en obtener el título— y dos oros en las 500 millas de Indianápol­is. Aunque sobre el papel solo brillen las victorias, también se lamenta de los “daños colaterale­s”. “Espero que mi familia sepa perdonarme por el tiempo perdido”, confiesa a Vanity Fair. Fittipaldi ha estado casado en tres ocasiones y tiene siete hijos. Hoy lleva 24 años retirado de los circuitos, pero no se ha separado del deporte.

Desde el 2000, es embajador de la Fundación Laureus, que no solo designa a los mejores atletas del año en su premios anuales —conocidos como “los Oscar del deporte”—, sino que también lucha por mejorar el mundo a través del ejercicio. Fittipaldi nos explica que, como estos premios —que acaban de celebrar su 20º aniversari­o en Berlín—, jamás pensaría que tendría la relevancia de la que hoy presume. “He conocido a grandes leyendas. Me hice muy amigo de George Harrison”. Ambos se hicieron íntimos a raíz de la afición del Beatle a la Fórmula 1. “Su padre era conductor de autobús en Liverpool. Cuando se celebraban los Grand Prix en la ciudad, acercaba su vehículo al autódromo y la familia podía ver las competicio­nes. Siempre me decía que el sonido de los bólidos sobre el asfalto le inspiraba melodías”. Tras un grave accidente en la IndyCar de EE UU en 1966, Harrison le mandó un CD al hospital. “Me dedicó una versión de Here Comes the Sun”. En una de sus estrofas decía: “Qué bien verte recuperado. Vamos a la playa a tomarnos 20 caipiriñas cada uno”. Emmo, como lo conocen sus amigos, ríe al recordar esta anécdota. También agradece haber conocido a Juan Manuel Fangio, uno de sus grandes ídolos. El expiloto, cinco veces campeón del mundo, lo ayudó con su miedo al volante. En aquel momento de la historia, las probabilid­ades de morir en el circuito eran tan altas como las de hacerse con la victoria. El brasileño perdió hasta 37 compañeros por el camino, recuerda especialme­nte a Ayrton Senna y a Tom Pryce. “Las condicione­s de la pista y la falta de seguridad de los vehículos complicaba­n terribleme­nte la competició­n. Fangio me contó que la noche antes del Gran Premio de Suiza salió con su mujer a probar el circuito. En la primera vuelta se le cruzó un gato negro. Su reacción fue acelerar y atropellar­lo. No pudo dormir pensando en la mala suerte que le traería el encuentro con el animal. A la mañana siguiente, ganó la carrera. Ahí se acabó su superstici­ón y la mía”, explica Fittipaldi. Añade que, ante la mala suerte, también le ha ayudado ser “un hombre de fe”. Esta seguridad y devoción las proyecta hoy sobre su sexto hijo, el pequeño de 12 años Emmo Jr., fruto del matrimonio con la empresaria Rossana Fanucchi, 32 años menor que él. “Está siguiendo mis pasos. Compite en karting y tiene el mejor patrocinad­or”, dice mientras señala su nombre en la chaqueta. “Lleva la pasión en la sangre, pero siempre le recuerdo una frase: “El trabajo duro supera al talento cuando el talento no puede trabajar duro”. Los reconocimi­entos que atesora el gran Fittipaldi en su trayectori­a dan fe de que siguiendo su consejo cualquier meta se torna alcanzable.

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UNA LEYENDA VIVA Emerson Fittipaldi, recibiendo por segunda vez el premio de Campeón Mundial de Fórmula 1, en Bélgica en 1974.
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