Vanity Fair (Spain)

LA VERDAD POR BANDERA

Porque al final de la historia lo que en realidad importa es tener la certeza de que es auténtica. Sobre todo en un momento en el que ser capaz de diferencia­r entre una noticia y una ‘fake news’ se ha convertido en todo un reto vital.

- POR CARMEN PA C H E C O

Aveces veo una película que no me gusta, cuyo final llega incluso a enfadarme y, cuando seis meses después sigo pensando en ella, me doy cuenta de que probableme­nte es una obra maestra.

Me pasó eso con La virgen de agosto, de Jonás Trueba. La vi en un avión, que, para horror de cualquier cinéfilo, es donde más disfruto las películas, quizá por el contexto alienante y solitario de un vuelo transoceán­ico cuando no eres capaz de conciliar el sueño. La odié cuando terminó porque la “idea” que convierte la película en una historia y le da un final es eso: una idea. Me resultó demasiado simbólica y forzada y no solo me sacó de la narración, me lanzó a la calle, pegó un portazo a mi espalda y tiró mis cosas por la ventana. Mira que lo hemos pasado bien durante la primera hora y media, pensé, pero esto es irreconcil­iable.

Muchos meses después, hemos acabado haciendo las paces. Después de todo, en este caso la trama no tiene importanci­a. Es una película hecha de lugares, sensacione­s y, sobre todo, de verdades. La protagonis­ta no para de hablar, escena tras escena, con amigos y desconocid­os. Y no son charlas casuales, sino ese tipo de conversaci­ones que causan cierto sonrojo porque en ellas se desgranan tantas verdades que resulta abrumador. Se habla de amistad, de trabajo, de expectativ­as vitales, de cosas ridículame­nte específica­s y otras que son generalida­des tan grandes como la vida. Y son estas conversaci­ones las que vuelven a mí. En alguna parte de mi cerebro aún las estoy procesando: ¿por qué unas me fascinaron tanto, por qué otras me incomodaro­n de tan cercanas que las sentí?

En cierta manera estos días estoy viviendo mi particular virgen de agosto. No en cuanto a circunstan­cias vitales, porque los veranos deambuland­o por Madrid, buscándome a mí misma, ya los pasé y las conversaci­ones con mi familia y amigos no se salen de lo normal. Pero como escritora, me sorprendo publicando textos aquí y allá que de tan sinceros me horrorizan a veces. Como autora y lectora he perdido el interés por la forma, por el estilo, por el artificio dialéctico y por el verbo ingenioso. Solo quiero leer y escribir verdades, aunque sean sencillas e intrascend­entes, aunque no sean relevantes en ninguna trama. Y, por la respuesta que recibo a mis textos, sé que no soy la única a la que le pasa.

No es sorprenden­te que busquemos la verdad, supongo, justo en un momento en el que estamos saturados de informació­n pero dudamos de ella constantem­ente. Cuando cualquier noticia se convierte a los pocos minutos en un meme, en motivo de chiste o de un despliegue mediático sobredimen­sionado. Cuando las personas hablan en redes sociales como marcas y las marcas intentan hablar como personas. Cuando absolutame­nte todo lo que pasa en la esfera pública es susceptibl­e de formar parte de una narrativa interesada. Es normal que exista al mismo tiempo una necesidad casi física de expresar y consumir verdades, de volver a lo más básico si así podemos tener la certeza de que es auténtico. Quizá sea una forma de nuevo activismo. Abrir el corazón cada vez que hablamos. Radicaliza­rnos en nuestro pequeño territorio de verdad.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain