LUPITA: el origen
Salió de la nada para ganar el primer Oscar que se haya llevado nunca una mujer africana. Vive en Brooklyn y es imposible separar su carrera de la persecución política que la llevó a nacer en México. JAVI SÁNCHEZ indaga en la trayectoria de Lupita Nyong’o
Lupita Nyong’o (Ciudad de México, 1983) es una de las especies más combativas dentro de ese laboratorio de la condición humana que es Hollywood. O, mejor dicho, fuera del laboratorio: incluso desde antes de su Oscar, Nyong’o ya vivía en Brooklyn, en un barrio y una ciudad que le permiten sentirse acogida y anónima. “Los neoyorquinos están tan ocupados que no se paran a reconocer a la gente”, contaba hace unos meses durante la promoción de Nosotros, de Jordan Peele. Pese a su actividad en Internet, donde se deja ver con amigos sacándole el jugo al distrito más moderno de la Gran Manzana o liderando discusiones sobre igualdad y diversidad, Nyong’o es increíblemente reservada con su vida privada. Y juega al despiste con sus relaciones. En la última gala del MET saltaron las chispas entre ella y la cantante Janelle Monáe, que a su vez tiene una relación difícil de enmarcar con la actriz Tessa Thompson, sin que ninguna de las tres haya querido pronunciarse. “Hay partes de mí que me interesa compartir y otras que no tanto”, le contaba a la comisaria de arte Kimberly Drew en la edición americana de Vanity Fair. Respuesta similar a la que dio a Vogue UK en su portada de febrero: “La privacidad es un bien difícil de conseguir”. Desde ese ángulo, la intérprete es inescrutable.
Quizá sea porque Nyong’o ha conseguido entrar en la industria del cine a pesar de. A pesar de obstáculos como Harvey Weinstein, al que se enfrentó cuando ella no era nadie y él la acosó en dos ocasiones, amenazando incluso su carrera incipiente.
A pesar de haber llegado tarde al cine y a la actuación en general, porque primero hizo Estudios Africanos en la universidad. A pesar de que entró en Hollywood como asistente de producción hace una década y durante la mitad de ese tiempo solo pudo conseguir papeles televisivos. A pesar de no haber nacido en Estados Unidos y haberse criado en la grotesca pseudodemocracia de Kenia, donde el teatro y el rap eran sus únicas vías de escape.
En realidad, toda Lupita Nyong’o cabe dentro de la última frase con la que recogió su Oscar a mejor actriz secundaria en 2013, por Doce años de esclavitud. La intérprete, frisando la treintena, vestida de celeste Prada y al borde del llanto, remató su discurso con un: “No importa de dónde vengas, tus sueños son válidos”. Ni de dónde vengas, ni cuántos años tengas, ni cómo haya sido tu carrera, ni qué monstruos hayas tenido que rechazar por el camino poniendo en juego tu futuro, podría haber añadido.
La prueba es este 2020 que se abre para Nyong’o. La exasistente ahora es productora junto a Brad Pitt y coprotagonista con su amiga Danai Gurira —Michonne en The Walking Dead, con la que ya coincidió en Black Panther— de la adaptación para HBO de Americanah, la novela de Chimamanda Ngozi Adichie sobre la vida y el choque con el racismo de una inmigrante nigeriana en Estados Unidos, de la que compró los derechos en 2014.
Pero el origen de la frase de los sueños se encuentra en 1980. No porque fuese cuando nació su hermana mayor, Zawadi, sino porque fue el año en el que su tío paterno, Charles Nyong’o, desapareció en Kenia. O eso dice la versión oficial: “Desaparecido”. El padre de Lupita, el profesor, político y entonces también activista Peter Anyang’ Nyong’o, contaba en 2014 que sabía cuál había sido el destino no oficial de su hermano: asaltado y arrojado por la borda de un ferry camino a Mombasa por el papel de ambos como opositores y activistas contra la corrupta presidencia de Daniel arap Moi. En 1982,
Nació en México, y volvió a vivir allí 16 años a los para aprender español
tras un golpe de Estado fallido y la instauración de una dictadura de facto, el profesor, su mujer, Dorothy Ogada, y su primera hija, Zawadi, emigran a México. Allí nace en 1983 Lupita —por Guadalupe, tributo de sus padres al país que los acogió— Amondi —por su rebelde tía materna, de quien confiesa haber heredado su gusto por la ropa y las actitudes extremas— Nyong’o.
Los Nyong’o solo vivirían 12 meses más allí, aunque Lupita regresaría a México con 16 años para aprender español —lo habla perfectamente— y, más importante, recoger la herencia cultural del lugar que la vio nacer. Ostenta la doble nacionalidad keniata-mexicana y se siente partícipe de ambas herencias, mientras los políticos de ambos países mantienen una pequeña disputa diplomática por “apropiarse” a la ganadora del Oscar. Pero, en esos años intermedios, los Nyong’o todavía vivirían una pesadilla.
Peter Nyong’o volvió con su familia a Kenia en 1987, tras tres años de investigación política en Etiopía. Su nombramiento como director de programas de la Academia Africana de las Ciencias, una organización panafricana con sede en Nairobi, la capital keniata, le permitía regresar a su país natal con su familia con un cierto margen de seguridad. Se equivocó. Su intento de crear un partido democrático clandestino fue respondido por el régimen con detenciones constantes: “Tan a menudo como se les antojase”, como desveló Peter justo después de que su hija ganase el Oscar. Detenciones que en muchas ocasiones acababan en tortura psicológica.
Peores eran las amenazas anónimas. Las detenciones, que podían prolongarse durante días y en las que al padre de Lupita y a otros activistas se les sometía a castigos en condiciones infrahumanas, eran la respuesta oficial del régimen. Pero las llamadas y la posibilidad de que los Nyong’o acabasen como Charles, “desaparecidos”, provocaban el terror en la familia, que se mudaba constantemente de piso franco en piso franco. Pero los opositores terminaron ganando: Peter Anyang Nyong’o fue elegido diputado en 1992 y el régimen poscolonial caería en 2002. Nyong’o llegaría incluso a ser ministro años después. Su compromiso jugó un importante papel en la educación de sus hijos.
De ahí surge la fortaleza que la llevó a enfrentarse al ultimátum de Weinstein: en cuanto este le dijo que el camino al éxito pasaba por sus genitales, ella respondió que no podría dormir por las noches si cediese al chantaje del monstruo más poderoso de Hollywood.
Cuando estalló el caso Weinstein y la actriz publicó el relato de aquel acoso en The New York Times, Lupita Nyong’o hizo también la firme promesa de no volver a callarse nunca algo parecido, convencida de que la denuncia pública podría haber evitado sufrimiento a otras personas. La misma convicción que la llevó a recordar, al ganar el Oscar: “No se me escapa ni por un instante que tanta felicidad en mi vida la tengo que agradecer a tanto dolor en la vida de otros”. Porque Patsey, la esclava que interpretaba en Doce años de esclavitud, fue una persona real, sometida a crueldades reales.
Patsey le cambió la vida a Nyong’o. Cuando se presentó a la audición para el papel, era una alumna de último curso en la Escuela de Arte Dramático de Yale, como en su momento lo fueron Angela Bassett o Paul Newman. Con una carrera estancada, un colchón tirado en un pisito en Brooklyn —ocho años después, Nyong’o vive en un apartamento en una torre de lujo sobre el East River—, pequeños papeles ocasionales, 28 años y la incertidumbre de si podría seguir residiendo en Estados Unidos cuando acabase el curso, la elección del director Steve McQueen le permitió desatar todo su talento, una “luz interior”, como la han descrito casi todas las personas que han trabajado con ella. Esa película fue su primer largometraje. Y su Oscar, el primero obtenido jamás por una mujer negra africana.
Nyong’o empezó su carrera como asistente de producción, no actriz como