Vanity Fair (Spain)

CÓMO ser una MUJER KING

El estreno de la cuarta temporada de The Good Fight es una excusa tan buena como cualquier otra para hacer un repaso a una de las cosas que mejor se les da a sus creadores: los personajes femeninos.

- por PALOMA RANDO Paloma Rando es guionista y redactora y fantasea con que ir a lanzar hachas como Diane es aún mejor que ir al bingo.

Cómo describe tan bien a la mujer?”, le preguntaba una admiradora a Melvin, el protagonis­ta de Mejor... imposible. “Pienso en un hombre y le elimino la sensatez y la responsabi­lidad”, respondía él para quitársela de encima, en uno de los chistes más celebrados de la película de Brooks. James L.

El gag funciona, entre otros motivos, porque sabemos que la ficción en muchos casos ha maltratado a sus personajes femeninos. Tanto, que 20 años después, cuando le hicieron una pregunta similar a Martin, su

George R. R. respuesta fue: “Sabes, considero a las mujeres personas”.

El matrimonio creativo y personal formado por y Robert Michelle King, quizá el más importante de la televisión desde los Shapiro, considera a las mujeres personas. Pero no se olvidan de que son mujeres y las enfrentan a particular­idades propias de lo que se espera de una mujer. A veces les eliminan la sensatez y la responsabi­lidad por una buena razón, como ocurrió de forma progresiva con el personaje de en The Good Wife. Y a veces Alicia Florrick ponen la insoportab­le levedad de la sensatez y la responsabi­lidad sobre sus hombros, como sucede con Lockhart, a la que Diane disfrutamo­s durante las siete temporadas de su serie madre y cuyos avatares seguimos gozando en The Good Fight.

Diane y Alicia, tan diferentes entre sí que, no olvidemos, la primera acabó abofeteand­o a la segunda en el último capítulo de The Good Wife, son los dos estandarte­s más llamativos del abanico de posibilida­des de lo que significa ser una mujer King. Pero ni mucho menos son los únicos, porque la colección de personajes femeninos que nos han aportado sus series, incluidas sus rarezas, es de aúpa. Ahí tuvimos a Laurel —Mary Winstead—, Elizabeth la protagonis­ta de Braindead, que volvía a Washington D. C. para trabajar junto a su hermano —senador demócrata—, enamorarse del republican­ísimo asesor de un adversario de este y de paso descubrir que unos insectos alienígena­s estaban devorando los cerebros de los políticos de la capital. Y ahí tenemos a Kristen Bouchard —Katja Herbers—, protagonis­ta de Evil, una escéptica psicóloga forense que empieza a trabajar en un equipo que se dedica a dilucidar si ciertas posesiones son obra del demonio. Por no hablar de los personajes interpreta­dos por Jumbo, Cush Audra y en The Good Fight. O el de Leslie, McDonald Sarah Steele Rose a la que despedimos la pasada temporada. Mujeres de diferentes edades, razas, orientacio­nes sexuales, con diferentes objetivos, con maneras distintas de enfrentars­e a la vida. Con conflictos por ser madres, hijas, novias, profesiona­les. Y con otros que no provienen de nada de eso. Mujeres que salen del trabajo y necesitan una copa de vino. O irse a lanzar hachas.

Por supuesto, en unas series escritas con tantos matices, los King no convierten a sus personajes femeninos en alegatos de nada. Y eso es uno de los motivos por los que son extraordin­arios, porque no tienen que cumplir más expectativ­as que las narrativas. Pueden equivocars­e, pueden ser injustas, pueden no tener razón. Esto, que es una obviedad de primero de creación de personajes con hechuras, cada día se ve más cuestionad­o por los exégetas que interpreta­n las series desde la literalida­d y quieren cargar sobre sus hombros otra insoportab­le levedad: la de convertirs­e en símbolos moralizant­es.

Cuando terminó The Good Wife, en una entrevista en la que les preguntaro­n cuál creían que sería el legado de la serie, Robert contestó: “Creo que hemos hecho un honorable intento de presentar personajes femeninos como personajes por derecho propio y no solo figuras de empoderami­ento o de malicia”, evitando los estereotip­os. Cómo no querer ser una mujer King.

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