AMENAZA EN LA ZARZUELA
De izda a dcha., el rey emérito, en Sanxenxo, en 2017; con Corinna, en los premios Laureus 2006, en Barcelona. Oficiales saudíes en el tren de alta velocidad Medina-La Meca.
Guerra entre Corinna y don Juan Carlos: alerta a casa real.
Corinna zu Sayn-Wittgenstein pasó de ser la amiga entrañable del rey Juan Carlos a su enemiga íntima. DAVID LÓPEZ CANALES narra la guerra entre ella y la Corona. Una amenaza de desenlace imprevisible que la Zarzuela ya ha puesto en cuarentena.
El fin de semana del 13 de marzo, cuando en España se declaraba el estado de alarma y los ciudadanos descubríamos a la fuerza conceptos como distanciamiento social y confinamiento, el rey Juan Carlos fue, más que nunca y más allá de los discursos, como el resto de los españoles. Aún resistente a sus 82 años, tanto como para haber vuelto incluso a navegar, la mente del rey emérito, como la de todos, cavilaba a dónde escapar para romper el confinamiento. Pero ni el suyo era el mismo aislamiento ni sus planes los de unas vacaciones idílicas. Aquel fin de semana, a través de un comunicado de la casa real tan inédito como duro, Felipe VI ponía a su padre, siguiendo el paralelismo de los sucesos que vivíamos, en cuarentena. Y lo hacía, sobre todo, reconociendo así la posible existencia de unos negocios y fortuna privados hasta entonces negados desde palacio. El nombre de los dos reyes, Juan Carlos y Felipe, aparece hoy ligado a dos fundaciones en Suiza y Panamá con fondos en el extranjero tan millonarios como opacos y objeto de investigación por presunto blanqueo en Suiza y en España. Don Juan Carlos estaba, más que cualquier español, aislado. Y su deseo de huir, con un “disgusto monumental”, como me revela una persona próxima al rey, no era para hacerlo provisionalmente, sino de forma permanente. Escapar, seguro, fuera de la Zarzuela, donde su relación familiar con los reyes y doña Sofía apenas existe. Pero la clave entonces era a dónde. ¿Dónde en España? ¿O dónde en el extranjero? Por cada vuelta de pensamiento la alternativa de marcharse lejos, lo más lejos posible, a República Dominicana probablemente, cobraba más fuerza. Este destino ganaba opciones en la ruleta de ideas, porque allí viven sus buenos amigos Pepe y Alfonso Fanjul, magnates del azúcar.
“Nosotros no hemos comentado eso que me dice…”, me responde el armador Josep Cusí. Con el país confinado y sumido en una grave e incierta crisis, la opción de marcharse se complicaba día tras día. “Él ha viajado mucho y tiene muchos amigos fuera, pero de momento no creo que lo haya pensado. Es un español más que sufre y no quiere desentenderse en estos días tan duros”, añade.
Coetáneo del rey emérito, Cusí es su mayor apoyo desde hace años. Un hombre extremadamente educado y discreto que no se considera a sí mismo un amigo suyo, sino “un servidor fiel”, porque un “rey no tiene amigos” y “el que se considere amigo no es alguien leal”. Él es hoy la única persona del entorno más cercano a don Juan Carlos que rompe la “discreción” casi mitológica en la que se escudan todas para no hablar. Cusí me confiesa que el rey está “triste” y que le “duele” lo que sucede, dentro y fuera de palacio, pero que como rey que es “sabe perfectamente llevar todas las situaciones”. También me dice que todos “deberíamos valorar lo mucho que ha hecho por España” y poner en una balanza, para verlo, lo positivo y lo negativo. “Todo el mundo comete errores”, añade, con su tono afable, pausado y de cierta resignación.
Los “errores” a los que se refiere Cusí, el escándalo creciente que amenaza hoy a la casa real y ha desatado otro estado de alarma intramuros del palacio, han coincidido en el tiempo con la crisis mundial por el coronavirus. Un nombre tan paradójicamente apropiado como otro, más irónico y acertado para comprender la situación: el corinnavirus. Porque es Corinna zu Sayn-Wittgenstein, de 56 años, princesa oficiosa, alemana políglota, mujer encantadora e inteligente, hábil cazadora y ambiciosa intermediaria empresarial, la gran sombra que acecha hoy a la casa real. La antigua amiga entrañable de don Juan Carlos, el eufemismo de una relación sentimental de años conocida tras la accidentada cacería en Botsuana en 2012, se ha transformado en la enemiga íntima de la institución. En un virus de la Corona que ha tardado más de una década en estallar. Catorce años de incubación, para ser exactos.
Febrero de 2006. Hemos visto la fotografía repetida durante años. Visita privada del rey —esas de cuya agenda y propósitos nunca informaba la Zarzuela—, al castillo de Schöckingen en el estado de Baden-Württemberg, al sur de Alemania. Don
“El rey era desorganizado. Corinna no, así que le dejó la gestión de sus negocios ”, revela una fuente
Juan Carlos, traje oscuro, camisa blanca y corbata amarilla, comparte mesa con Corinna, vestido negro sin mangas, melena suelta y vistosos pendientes de brillantes. Tras ellos, un empresario alemán —que asiste a la cena con el rey como invitado especial y repleta de directivos de la industria alemana y otros hombres de negocios del mundo— les susurra algo al oído. El rey escucha; Corinna, también, mientras mira de frente y sonríe. Esa es la noche en que habría comenzado a gestarse el virus. Pero para comprenderlo debemos descongelar la imagen.
Don Juan Carlos y Corinna suman ya entonces casi dos años de relación sentimental. Supuestamente, ella es otra conquista más del currículum de un rey crónicamente aficionado a las mujeres. Pero no es una conquista más. A Corinna no le gusta el segundo plano, la sombra, el papel de amante. Ella prefiere los focos. Las semanas previas presiona a don Juan Carlos para sentarse junto a él en esa mesa. Quiere que todos la vean allí, a su lado. Que sepan que está con él y que tiene acceso a él. Y lo consigue. Corinna deja oficialmente de ser la amante escondida. A partir de entonces pasará a hablar en nombre del rey y a decir que es asesora suya. “El rey era muy desorganizado para sus negocios. Ella todo lo contrario, así que le dejó toda la gestión. Estaba feliz de tenerla”, me revela una fuente que vivió aquella etapa cerca de la pareja y que la vio transformarse. Me pide que no desvele su nombre. “Corinna es capaz de todo…”, se excusa.
Aquella noche a don Juan Carlos y a Corinna les presentan a los directivos y empresarios allí reunidos. Entre ellos, a un árabe de nombre Amr Dabbagh que dirige SAGIA, una agencia pública de inversión saudí. Cercano al entonces rey Abdalá, Dabbagh debe potenciar Arabia Saudí como un país de inversores y para inversores. Finanzas, pero también relaciones públicas, porque eso ayudará a mejorar la imagen exterior de unos de los regímenes más duros del mundo. Aquel contacto es el embrión del que saldría en 2011 el contrato por casi 7.000 millones de euros con un consorcio de empresas españolas, liderado por OHL, para desarrollar la línea de tren de alta velocidad entre La Meca y Medina, los dos santuarios del islam. Supuestamente, don Juan Carlos y Corinna cobraron una comisión millonaria por aquel contrato. La supuesta comisión que se investiga ahora en Suiza.
La conexión árabe es hoy el epicentro del escándalo de la casa real y de la guerra abierta con Corinna. Pero por las dos operaciones bancarias realizadas, en realidad, antes de que se firmara el contrato. La primera, en agosto de 2008, el envío de Riad a Suiza de 100 millones de dólares —77 millones de euros— a una cuenta de la fundación en Panamá a nombre del rey Juan Carlos. Se hizo dos años después de una visita oficial de los reyes de España a Arabia Saudí y de la primera, al año siguiente, del rey Abdulá a España, cuando ambos países mostraban con ellas públicamente su amistad y cooperación. Fruto de aquellos viajes se creaba, además, un fondo privado de inversión hispano-saudí —en cuya creación sí participó Corinna— que aspiraba a reunir 5.000 millones de dólares y que terminó fallido y disuelto.
De la cuenta en Suiza hoy bajo sospecha saldría la segunda operación: 65 millones de euros transferidos a Corinna y que serían, según ha desvelado ella a través de sus abogados, “una donación” del rey por el “cariño” que le tenía. El “regalo”, 65 millones de euros que don Juan Carlos jamás podría haber ahorrado con su sueldo como jefe de Estado, se realizó en la primavera de 2012, tras la cacería de Botsuana. En
aquella época desde la Zarzuela decían que la relación del rey con Corinna estaba “cancelada” y la describían insistentemente como exclusivamente sentimental. Literalmente, en palacio aseguraban que don Juan Carlos estaba “encoñado”. Al mismo tiempo, Corinna denunciaba por primera vez que la vigilaban y amenazaban y señalaba a los espías del Centro Nacional de Inteligencia español. Corinna dice hoy que aquellas presiones y amenazas han continuado desde entonces y que planea incluso denunciar por ellas al rey en un tribunal británico.
Pero no, la relación ni estaba cancelada ni era solo una cuestión sentimental.
Aquella cena de 2006 habría sido el comienzo de una serie de operaciones conjuntas que no se limitarían solo a Arabia Saudí y que no se liquidaron con la “donación” del rey. “¿Sabe lo que sucede? Corinna sabe bien el dinero que había. Y para ella 65 millones de euros serían un puñado de cacahuetes. Quiere más”, me dice una de mis fuentes. “El rey ha generado mucha suciedad para hacerse rico. Y Corinna es parte de ella”, añade. Según me revela, mi fuente dispondría de documentación que demostraría los negocios de ambos, pero se niega a facilitarla para que se publique porque Corinna sabría quién la habría filtrado, aunque no descarta compartirla directamente con el fiscal que investiga el caso en Suiza.
Me pongo en contacto con Corinna. Trato de averiguar qué sucede realmente y por qué mantiene esta guerra, hoy ya abierta, con el rey y la casa real. Durante años tuve contacto con ella. Decenas de llamadas y correos electrónicos en los que tenía palabras de cariño para el rey. “¿Por qué no le dais un respiro?” o “Una persona que ha tomado una decisión así necesita tiempo para reconfigurarse”, me decía tras la abdicación del monarca. Pero mostraba también su enfrentamiento con la casa real y con el CNI. “Intento minimizar mi contacto con él porque no me siento cómoda con esas personas que tú y yo sabemos…”; o deslizaba: “Gracias a Dios nunca hablaré, pero a veces pienso que si la gente supiera lo que yo sé…”. También tuve tres encuentros con ella en Mónaco y Londres. En uno de ellos, la primavera de 2013, en el restaurante del hotel Connaught, su cuartel general en la capital británica, hablamos de toda su relación con el rey. “Yo no creo haber sido el gran amor de su vida, sino el último”, me confesó. Aquel día le pregunté directamente por el dinero árabe.
—Sé que ambos habéis cobrado al menos 100 millones por el contrato del tren —le dije aquella noche.
—Yo no —me respondió—. El rey sí. Lo hizo por medio de Shahpari Zanganeh [intermediaria en la operación y exmujer del traficante de armas Adnan Khashoggi]. De hecho, me preguntó por e-mail qué me parecía que lo cobrara a través suyo. Yo le recomendé que, dado el perfil de ella, lo hiciera mejor, como siempre, por medio de Villar Mir [Juan Miguel Villar Mir, fundador de OHL y amigo personal de rey].
Cinco años después, el verano de 2018, se filtraba una conversación similar que Corinna mantuvo con el excomisario José Manuel Villarejo. Es la grabación de la que partió la investigación hoy abierta en España por aquellas supuestas comisiones. En esa charla la alemana señalaba a Álvaro de Orleans-Borbón, primo de don Juan Carlos, como su mano derecha en los negocios y revelaba que continuaban las amenazas contra ella desde la primera línea de defensa del rey.
orinna ha negado siempre haber cobrado nada de aquel contrato. Y no se ha demostrado que lo hiciera. Las fechas de los ingresos que se investigan son anteriores. Pero no significa que no pudiera haber otras operaciones, entre ellas ese fondo hispano-saudí, de las que sí se beneficiaran ella y el rey. Le pregunto directamente qué sucede. De Orleans ha dado públicamente la cara diciendo que tanto las fundaciones investigadas como el dinero eran suyos y que don Juan Carlos no estaba detrás. Pero De Orleans-Borbón, según mis fuentes, y así se lo digo a Corinna, no tendría la capacidad ni la habilidad para haber hecho negocios de ese calibre. Sería un “hombre de paja”, como me lo describen, pero no el cerebro detrás del negocio. Le planteo dos hipótesis. La primera, que esta es una pugna económica. Ella le reclama más dinero al rey Juan Carlos o él es quien se lo pide a ella. La segunda, compatible con la primera, que ella esté exigiendo que no le afecte ninguna de las dos investigaciones abiertas. Corinna no responde hoy al teléfono ni al correo electrónico, pero sí lo hace, desde Londres, con copia a sus abogados, la responsable de una agencia de comunicación y gestión de crisis a la que Corinna ha reenviado mis mensajes. “Toda esta desinformación es simplemente la continuación de la campaña de abuso contra ella que será revelada en una corte británica”, me dice en su respuesta. “Corinna nunca hizo negocio con el rey ni tiene implicación en el tren a La Meca. Y nadie aquí está pidiendo dinero”, añade. “Hubo una solicitud de diálogo de buena fe para que parasen esos abusos y no lo hicieron. Esa es la realidad”, remata.
El “diálogo de buena fe” que menciona el equipo contratado por Corinna se refiere a la carta que sus abogados enviaron a la Zarzuela en marzo de 2019 solicitando que terminara esa, como la describen, campaña de abusos. Corinna, como denuncian sus abogados, responde hoy porque se ha visto “arrastrada” a una investigación, la de Suiza, sobre unos eventos en los que “no estaba involucrada”. Jamás, añaden, ella “ha hecho demandas indebidas (financieras o de otro tipo) a la casa real”.
La casa real recibió hace un año la misiva. Fue el detonante para que actuara. Un movimiento que, sin embargo, no conoceríamos hasta un año más
“Gracias a Dios nunca hablaré, pero a veces pienso que si la gente supiera lo que yo sé…”, ha a irmado Corinna
tarde a través del polémico comunicado que puso a don Juan Carlos en cuarentena. El rey Felipe renunció entonces a su herencia, negó tener conocimiento de que figurase como beneficiario final de las fundaciones y de su patrimonio y pidió ser excluido de ellas. En mayo del año pasado, dos meses después de recibirse en palacio la carta bomba de Corinna, se anunciaba la retirada de don Juan Carlos de la vida pública.
Hoy aquella decisión parece distinta. Entonces era la de un hombre dispuesto a vivir los últimos años de su vida alejado de los focos. La de un anciano retirado del poder, con una relativa buena salud después de años de achaques, que aprovechaba su jubilación para disfrutar de buenos restaurantes, viajes con amigos y, de nuevo, desde marzo de 2017, de la vela. El capítulo final de una abdicación que le había resultado más amarga de lo previsto, como descubrió inmediatamente tras ceder el trono.
VIDA PÚBLICA
La llegada de don Felipe y doña Letizia cambió radicalmente la casa. En un recinto, el de palacio, limitado de espacio, lejos de la suntuosidad de Buckingham, donde sobran alas para tener moquetas sin apenas huellas, los nuevos reyes ocuparon los despachos de los salientes. Doña Sofía se acomodó enseguida al cambio. Como me dice Laura Hurtado de Mendoza, hoy jubilada, pero que fue su asistente privada durante su reinado, “mantuvo su actitud de hacer lo que debiera hacer y lo que el rey Felipe necesitase”. El resultado, lo ensalza, “de unos valores e ideas clarísimos de lealtad y servicio”. Los mismos ideales con los que la reina habría aguantado, con estoicidad regia, los turbulentos años finales del reinado de su marido hasta la abdicación y cuando el nombre de Corinna había trascendido los rumores de alcoba para convertirse en asunto de Estado. “Ella siempre se ha agarrado a sus ideales. Es duro, es difícil, es admirable y es ejemplar”, lo destaca Hurtado de Mendoza. “Por eso todo el mundo la valora aún más conociendo la situación. ¿Cómo no le iba a afectar? Por supuesto que lo hacía. El corazón de la reina es humano, como el de todos. Pero siempre sabe lo que tiene que hacer”, añade.
Don Juan Carlos fue quien no se adaptó. Pasó de ser el rey a tener incluso que buscar una sala en la Zarzuela donde poder reunirse con algunas visitas, primero, y después a poseer un despacho propio en el Palacio Real que no le gustaba porque se sentía una pieza de museo entre tapices y lámparas del siglo XVIII. Pero sentía, además, como le insinuaba a algunos conocidos, que su hijo lo había dejado apartado. Esperaba figurar a su lado, como consejero necesario en los primeros años, y se encontró con que el nuevo rey no lo necesitaba ni recurría a él.
La escritora francesa Laurence Debray realizó para la televisión de su país un documental sobre el rey, Yo, Juan Carlos I, antes de la abdicación. Más de 10 horas de entrevista grabadas para un trabajo que se centraba en su reinado hasta el punto álgido de la España de 1992. Pero Debray, como me revela, quiso ir más allá en las conversaciones. En una ocasión le preguntó a don Juan Carlos si había hablado con su padre cuando este renunció al trono en su nombre. El rey le confesó que no, porque en su familia “no se habla mucho” y que la “procesión se lleva siempre por dentro”. Cuando quiso saber si ahora él lo hacía con su hijo, volvió a darle la misma respuesta. Tras la abdicación, don Juan Carlos seguía teniendo agenda oficial pero cada vez más exigua. En 2017, el año más intenso fuera del trono,
tuvo 29 actos oficiales, prácticamente uno cada dos semanas. Felipe VI tuvo aquel año 161, prácticamente uno cada dos días. El año pasado, antes de su retirada definitiva, solo cinco.
Esa renuncia a la vida pública parece hoy, tras revelarse los movimientos de Corinna y la reacción en palacio, un cortafuegos. El que habría puesto palacio frente a la amenaza cada vez menos latente y más abierta de la alemana. Un cortafuegos como el que durante años estableció la clase política alrededor de don Juan Carlos. Hoy, tanto el PSOE como el PP mantienen su respaldo al rey Felipe. “Es una medida necesaria y coherente con su compromiso de transparencia y ejemplaridad”, evaluó el presidente, Pedro Sánchez, la decisión y el comunicado de la casa real. Pablo Casado, el líder popular, mostró la “confianza” de su partido en el “ejemplar servicio público del rey”.
“Se tomaron muchas decisiones para proteger la monarquía. Creo que puede haber motivos legítimos para ello, si se entiende la casa real como la clave de bóveda del sistema”, lo analiza Pablo Echenique, secretario de organización de Unidas Podemos, uno de los partidos hoy en el Gobierno más críticos con la Corona. Como me explica, aunque las reuniones son secretas, no le “consta” que antes del estado de alarma sus compañeros de partido llevasen la cuestión al Consejo de Ministros. Pero asegura que cuando pase la crisis insistirán para que el Congreso investigue al rey y que estudiarán la opción de personarse en las causas judiciales abiertas o abrir otras nuevas.
Entre esas decisiones para proteger la institución estarían gestos como negar las comisiones de investigación en las Cortes, con el voto del PSOE y PP en contra por no considerarlas constitucionales, como sucedió en marzo, o evitar que el Centro de Investigaciones Sociológicas pregunte en sus encuestas por la monarquía, como dejó de hacer un lustro atrás.
Hace ocho años, con España atravesando una grave crisis económica, la casa real palió el episodio de Botsuana con don Juan Carlos entonando un histórico perdón. Hoy, con el país sumido en una emergencia social aún más grave, en palacio ya no bastan solo las palabras. Felipe VI ha aislado, simbólicamente, a su padre, que continúa siendo rey emérito y miembro de la familia real con los reyes, la princesa Leonor, la infanta Sofía y la reina Sofía. Y don Juan Carlos, de momento, ha contratado ya un prestigioso abogado, Javier Sánchez Junco, para que lo defienda. Sánchez Junco, que rechaza hacer declaraciones porque dice que no es momento aún para eso, ha anunciado que no han recibido ningún requerimiento oficial por las investigaciones abiertas. Sobre ellos pende la duda legal, en la que no coinciden los expertos, de saber qué pasaría si lo recibiesen y si el rey podría ser juzgado por un presunto delito de blanqueo cometido tras su abdicación. Hasta ese momento está a salvo por la inviolabilidad que tenía como jefe de Estado.
Pero esa es solo una de las amenazas que se ciernen sobre palacio. La otra, más incierta e imprevisible, Corinna, es la que ha contagiado a la Zarzuela. Los cercanos del rey suspiran con un “A ver si nos la sacamos de encima” cuando se les menciona su nombre, como si fuese una fiebre pasajera y no los síntomas de una enfermedad más grave. Ellos confían, como me dice Cusí, en que sea, como “el gran rey que hemos tenido”, la historia, y solo la historia, quien lo juzgue. Pero saben, como lo saben también en la Zarzuela y como lo sabe mejor que nadie don Juan Carlos, que ella sigue siendo esa mujer astuta y misteriosa a la que su primer marido convirtió hace más de 20 años en la sabana africana en una excelente tiradora de caza mayor a largo alcance.