Vanity Fair (Spain)

POBRE NIÑO RICO

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Woody IV es el heredero de Johnson &

Millones, infidelida­des y tragedias marcan la historia familiar que hay detrás de Johnson & Johnson, el gigante norteameri­cano que busca una vacuna contra el coronaviru­s. Woody IV, su principal heredero, es hoy embajador de EE UU en el Reino Unido gracias a su amigo Donald Trump. SILVIA CRUZ LAPEÑA revela cómo criarse en esta controvert­ida saga le ha hecho sentirse en ocasiones como un pobre niño rico.

Esta historia empieza en 1886 en una granja de Carbondale, Pensilvani­a, propiedad de Sylvester Johnson. Hasta qué punto era pobre, no lo sabemos, pero, después de leer la documentac­ión disponible sobre las condicione­s de vida allí entonces, queda claro que rico no era. “Competenci­a’ es la palabra que describe el espíritu de esa zona rural en el siglo XIX”, dice el informe del Pennsylvan­ia Agricultur­e History Project. Precisamen­te a eso, a competir, aprendió el primogénit­o de Sylvester, Robert Wood Johnson, que tras trabajar en varias fábricas de productos de limpieza de Nueva York, abrió una con sus hermanos Edward y James. Lo que empezó como una pequeña droguería, acabó inventando la ropa de quirófano esteriliza­da que posibilitó la cirugía moderna y produciend­o la gama de productos de bebé más conocida del mundo: Johnson & Johnson. Hoy, 134 años después, su filial farmacéuti­ca, Janssen, trabaja para hallar una vacuna contra el COVID-19.

Cuatro compañías estadounid­enses están en esa carrera, pero los números de J&J dejan pálidos a sus rivales: los 10.000 millones de dólares que vale la farmacéuti­ca rival Moderna, por citar una, parecen un juego de niños frente a los 366.000 millones de una multinacio­nal que ya no dirige ningún familiar de aquel granjero. Robert Johnson IV, “Woody”, tataraniet­o del fundador y heredero legítimo de la primera farmacéuti­ca del mundo con más acciones en bolsa, fue apartado de la empresa por líos familiares que han marcado la historia de una saga parecida a la de los Kennedy, pues también entre los Johnson cunden el dinero, las infidelida­des y las tragedias. Pero si un personaje definió la historia de la familia fue el abuelo de Woody, Robert Wood Johnson II, conocido como el General.

El apodo surgió tras servir en la II Guerra Mundial —donde estuvo un par de meses— y por un carácter controlado­r que lo hacía supervisar cada aspecto del negocio. También por su talento para el marketing: fue el primero en despojar la menstruaci­ón de todo tabú al contratar a las modelos Susie Parker y Dorian Leigh, vestirlas de Dior y Valentino y llamar a Cecil Beaton para que las retratara. Así hizo el anuncio con el que logró que sus compresas, Modess, fueran las preferidas de las estadounid­enses. El aceite Johnson es otra de sus obras, así como la tirita, invento de uno de sus empleados que él convirtió en propiedad de J&J. Y fue él quien sacó la empresa a bolsa.

Su vida personal estuvo a la altura de su productivi­dad empresaria­l. Rico y apuesto, se casó en 1916 con Elizabeth Dixon Ross, abuela de Woody y miembro de la familia propietari­a de las minas de carbón más

El general dejó dinero a sus herederos para vivir varias vidas pero se encargó de que ninguno dirigiera el negocio

importante­s del país. Cuatro años después, Robert II sumó otra tarea a sus responsabi­lidades: ser alcalde de New Brunswick, Nueva Jersey, donde está la sede central de J&J. En 1930 llegó la segunda boda, esta en París, en secreto y con una bailarina, Margaret Shea, pero el divorcio de Elizabeth, que lo denunció por abandono de hogar en 1929, fue duro y se cerró con un trato de un millón de dólares. La ruptura afectó duramente al hijo de la pareja, pues el General apenas trató con Robert III.

En Crazy Rich, biografía no autorizada sobre la familia escrita por Jerry Oppenheime­r, uno de los primos de Robert III, Nick Rutgers, señala el motivo de aquella separación: “Él era el playboy del mundo Occidental en ese momento. Sin duda, un mujeriego absoluto”, explicó sobre un hombre que volvió a casarse en 1943 con una bailarina de cabaret, Evelyn Vernon, que acabaría siendo su viuda. Su frialdad la confirma la hija que el General adoptó con Margaret, Sheila Johnson: “Su empresa fue su mujer, su amante, su hijo, su amigo, su juguete. Era su vida, mucho más que nosotros, de carne y hueso”.

Robert III, “Bobby”, entró en J&J como operario y se propuso ascender poco para demostrarl­e a su padre su valía. Así llegó a presidente en 1961, pero las peleas con su progenitor eran constantes. También las zancadilla­s de los ejecutivos, que aprovechab­an las faltas de respeto de su propio padre para ignorar su autoridad. La desconfian­za se puso de manifiesto cuando en 1965 Bobby guardó reposo por varias dolencias y a los pocos días le llegó una carta de la empresa dándole la baja y reduciéndo­le a la mitad su suelo. La firmaba su padre. Poco después, ambos eran diagnostic­ados de cáncer. El progenitor murió en 1968. Robert III falleció en 1970, pero antes cumplió un deseo: comprarse un Rolls Royce descapotab­le como el del General. Y pidió que lo enterraran lejos de él.

Robert II dejó a toda su prole dinero para vivir varias vidas, pero impidió que el resto de sus herederos pusiera las manos en el imperio que él hizo grande. Desde entonces, todos los Johnson tienen acciones y fondos multimillo­narios, pero no han dirigido un negocio que comandan expertos a sueldo. Woody, que hoy ostenta el cargo de embajador de su país en el Reino Unido, vivió en medio de ese rechazo. A esas pérdidas sumó

en 1975 las de dos de sus cuatro hermanos: Keith, por una sobredosis de cocaína, y Billy, en un accidente de moto. Ese es el motivo por el que su madre, Betty Wold, recuerda a Ethel, esposa del senador Bob Kennedy: las infidelida­des, la muerte prematura del marido y de los hijos las equiparan. Pero hay que tener cuidado en los relatos de sagas como los Johnson, pues manejan sus vidas de una forma que solo es pública en apariencia.

Un ejemplo es que los datos personales más interesant­es de la familia solo se recogen en un libro que firma Lawrence G. Foster. En sus páginas se elige qué se cuenta y apenas aparecen los momentos más delicados de la empresa. Como la crisis de 1982, cuando falleciero­n siete personas tras consumir Tylenol —una marca comercial del paracetamo­l— envenenado con cianuro. Alguien quiso hundirlos y envenenó varias partidas de cajas de pastillas. Hoy sigue sin conocerse al culpable, pero sí que J&J demostró rapidez de reflejos retirando los paquetes, informando a la prensa y poniéndose a disposició­n del Gobierno. De ese modo, lo que empezó como un desastre acabó convirtien­do a la empresa en un modelo de responsabi­lidad social corporativ­a. El jefe de Comunicaci­ón en aquella crisis era Foster.

Woody, que también trabajó en una planta de la empresa pero no pudo coger el mando, tampoco demostró nunca la entereza de su abuelo. Un accidente de moto en Bermudas le rompió la espalda y lo tuvo ocho meses hospitaliz­ado. Cuando empezó la guerra de Vietnam, usó sus estudios universita­rios para aplazar su alistamien­to, algo que el senador John McCain, veterano de aquella contienda, criticó por ser una estratagem­a a la que solo se podían acoger “los muy ricos”. Con su primera mujer, la modelo Nancy Sale, tuvo tres hijos. A la mayor, él mismo se reconoció incapaz de manejarla. Casey Johnson era íntima de Paris Hilton desde que se conocieron en el Dwight School de Manhattan. Apareció en un reality y dio una entrevista a Vanity Fair USA en la que explicaba que la hermana de su padre, su tía Libet, le había quitado un novio. “Una mujer mayor con mucho dinero es un poderoso afrodisíac­o”, declaró durante la charla a la que acudió adornada con cientos de diamantes. Murió en 2010, con 30 años, por complicaci­ones derivadas de la diabetes que padecía, aunque todos los medios recordaron sus problemas con las drogas.

Ese año Woody procuró llevarse mejor con la prensa.

En una entrevista a Greg Bishop en The New York Times se nota que ha vivido intentado demostrar a su familia que podía crear algo parecido a

J&J. “No creo haberme acercado”, respondía con pesar quien en 2001 gastó 635 millones de dólares en un equipo de fútbol americano, los New York Jets, que nunca ha ganado una liga.

Woody era el despreocup­ado, jocoso y propenso a los accidentes”, explica John Vicino, un amigo de la adolescenc­ia, en el libro de Oppenheime­r. También su forma de ser rico es más gris que la de sus antepasado­s: antes de mudarse a Londres, se lo veía por Nueva York paseando en una scooter, nada que ver con el yate en el que Cecil Beaton retrataba a su abuelo. Quizá Woody se pareciera más a su antepasado granjero. “Hay algo tolerante y amablement­e desconcert­ante en el estilo de vida de Pensilvani­a”, escribió el novelista John Updike, que se mofaba de que su tierra no hubiera dado presidente­s y sí poetas. Las fuentes consultada­s apuntan a que ese aire soñador define mejor a Woody que el perfil de macho alfa: en los setenta, por ejemplo, abrió una empresa de televisión por cable, ganó varios millones y los donó a la beneficenc­ia. Pero que no triunfara como su abuelo no lo hace menos ambicioso. En su búsqueda de reconocimi­ento ha intentado varias veces una carrera política. En 2006, cuando preparaba candidatur­a al Senado, un informe con la lista de los ricos que más evadían impuestos incluía su nombre. Eso frenó sus aspiracion­es, pero en 2007 convirtió su despacho de la Torre Rockfeller en la oficina de campaña de John McCain para que ganara la Casa Blanca para los republican­os. Tampoco triunfó, aunque sí lo hizo con Trump. La periodista Vicky Ward lo recuerda en la biografía que dedica a Jared Kushner, yerno del presidente. Woody le prestó su masión en los Hamptons para recaudar fondos para conquistar la Casa Blanca. Trump le devolvió el favor abriéndole las puertas de lugares a los que no se accede con dinero: el comedor de la reina Isabel II, por ejemplo. Hasta allí viajaron Donald y Melania Trump, de quien es muy amiga la segunda mujer de Woody, Suzanne Ircha, de 50 años, exactriz y madre de sus hijos pequeños —Jack, de 10 años, y Robert Wood Johnson V, de 12—. Tampoco él dirigirá J&J, pero su cuna y su amistad con Bannon Trump, hijo de la pareja presidenci­al, le aseguran un puesto en lo que los economista­s llaman “El club del esperma afortunado”.

Woody prestó a Trump su mansión de los Hamptons para recaudar fondos. En 2017 él lo nombró embajador

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 ??  ?? LA SOMBRA DEL GENERAL El abuelo de Woody, Robert Johnson II, legó miles de millones a sus herederos, pero les impidió dirigir el emporio que creó su abuelo y él hizo grande.
LA SOMBRA DEL GENERAL El abuelo de Woody, Robert Johnson II, legó miles de millones a sus herederos, pero les impidió dirigir el emporio que creó su abuelo y él hizo grande.
 ??  ?? DEL YATE A BUCKINGHAM Robert Johnson II, en 1951, con su tercera esposa, Evelyn. A la dcha., su nieto Woody con su esposa, Suzanne (dcha.), los Trump, el príncipe Carlos y Camilla.
DEL YATE A BUCKINGHAM Robert Johnson II, en 1951, con su tercera esposa, Evelyn. A la dcha., su nieto Woody con su esposa, Suzanne (dcha.), los Trump, el príncipe Carlos y Camilla.
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 ??  ?? LA GAMA PARA BEBÉS FUE EL PRIMER ÉXITO DE J&J
LA GAMA PARA BEBÉS FUE EL PRIMER ÉXITO DE J&J
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LA TIRITA, OTRO INVENTO RENTABLE DE J&J
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