CUANDO ESTO ACABE
Porque nada es para siempre y todo pasa. El día que podamos volver a las calles no solo disfrutaremos de ese paseo tan ansiado, sino que nos daremos cuenta de muchas cosas que ahora tal vez no seamos capaces de comprender.
No tengo ganas de abrazarme con desconocidos. Ni siquiera con ciertos conocidos. No tengo ganas de entrar corriendo en el mar. No tengo ganas de puestas de sol. No tengo ganas de gritar frente a un acantilado. No tengo ganas de reuniones de antiguos alumnos. No tengo ganas de ver esos anuncios de Navidad que ya oteo en el horizonte. No tengo ganas de sonrisas de foto de stock. No tengo ganas de vencedores, de discursos motivacionales, de patrioterismo, de cursilería, de chovinismo, de políticos dándose golpes en el pecho. No tengo ganas de saltar en un concierto. No tengo ganas de conducir un descapotable con gente levantando los brazos. No tengo ganas de “un día más, un día menos”, porque así no me enseñaron a vivir. No tengo ganas de lecciones moralizantes sobre supuestos mensajes que nos envía la “Madre Naturaleza”. No tengo ganas de fotos falsas de delfines en Venecia.
Solo quiero andar, tomarme un café donde me gusta tomar café. Cortarme el pelo. Darme la vuelta al cruzarme por la calle con un perfume que reconozco. Enfadarme por tonterías que me crispan los nervios. Tener ansiedad en los aeropuertos. Hacer “ssshhhh” en el cine. No caer bien a los que no quiero caer bien. Quiero ruidos, pitidos y taladros. Quiero sentirme raro en la discoteca. Quiero alarmas y bocinazos. Quiero hablar de fútbol con el portero de mi casa. Quiero recuperar la frivolidad. Quiero quejarme por el precio del zumo de naranja. Leer las memorias de
en una terraza. Woody Allen
Despotricar contra las rotondas más espantosas mientras buscamos una salida. Quiero el agobio por llegar tarde a un sitio. Reírme con el humor negro. Pararme delante de esa tienda con bañeras que nunca tendré. Volver a sentir el infantil miedo en la sala de espera del dentista. Hablar de cosas intrascendentes. Quedarme dormido viendo un programa basura. Quiero protestar por tener las calles cortadas una mañana de domingo por la enésima carrera popular con un fin vagamente benéfico. Quiero que fumen a mi alrededor. Quiero el desorden que es irte de viaje. Que el tiempo influya en mi estado de ánimo. Quiero recuperar el placer de observar a alguien limpiando el cristal de un escaparate. Perder el tiempo en la parada del autobús. Quiero discusiones en el supermercado por el pan integral. Quiero torturarme con dudas. Quiero el olor del metro. Quiero mentir y ser miserable. Quiero comulgar en el funeral de nuestros muertos y luego comprar pasteles en su honor. Quiero ver los primeros vencejos de primavera. Quiero esa última partida de ping-pong con Nighy. Quiero poder
Bill elegir. Quiero ser ese pez que no olvida, como decía
David Wallace, que todo esto Foster es agua.
Quiero que me devuelvan el insignificante papel que me dieron en esta gigantesca ópera egipcia que es el universo. No soy el héroe, ni el guapo, ni el villano, ni
Ryan Gosling en La La Land. Pero el foco brilla sobre todos nosotros fugazmente una última vez antes de ser olvidados como
Norma en El crepúsculo de Desmond los dioses.
Dice el diseñador italiano
Falcinelli: “La sociedad Riccardo industrializada es la primera en ser, si no atea, sí carente de paraíso. Si no tenemos la certeza de que existe otra vida, estar sin hacer nada significa desperdiciar el escaso tiempo que nos ha sido concedido, a riesgo de no poder cumplir nuestro propio destino”.
Por eso a lo mejor hemos descubierto ahora que nuestro paraíso, como una vez dijo
Cash, era tomar café Johnny con ella por la mañana.