Vanity Fair (Spain)

ESTA es su CASA

-

Le han animado a formarse un punto de vista o, simplement­e, a evadirse a través de sus sesiones e historias. Han entrado en su hogar con sus crónicas sobre los escándalos de la alta sociedad. Hoy PALOMA SIMÓN recorre el camino inverso y descubre la vida interior de las firmas más influyente­s de Vanity Fair y Vogue. En ellas hay gatos, flores y mucho chintz. Pase sin llamar.

Diana Vreeland Editora de Moda y directora de ‘Vogue’

La inventora del oficio de editora de Moda a juicio de uno de sus más estrechos colaborado­res, el fotógrafo estadounid­ense Richard Avedon, en su apartament­o de Nueva York en 1976, reclinada en un sofá de chintz. “Las revistas han ayudado al lector a tener un punto de vista”, decía.

Endiciembr­e de 1974 un niño de 10 años se debatía en una tienda de ultramarin­os de Kent, Inglaterra, entre comprar gominolas o un paquete de Sherbert Mountains, unas chucherías muy populares, hasta que algo llamó su atención más allá de los estantes de golosinas: una foto de una pareja abrazada, a punto de besarse en la playa mientras se ponía el sol —“¿O amanecía después de una noche memorable?”—, mientras sostenía sendas copas de champán. El niño era Hamish Bowles (Londres, 1963), y recuerda como si fuese ayer lo que pensó cuando vio aquella portada de Vogue. “Quiero trabajar ahí”, me cuenta desde su “acogedor” apartament­o de Nueva York, que evoca su nostalgia de Europa y en el que el editor-at-large internacio­nal de la revista vive “rodeado de libros y objetos queridos”.

Con el tiempo, Bowles descubrirí­a que los personajes de la portada de enero de 1974 que le hizo “pararse en seco” en Kent eran el zapatero Manolo Blahnik y la modelo Anjelica Huston. También el lugar donde se tomó aquella instantáne­a que cambió su vida y lo transportó “al sur de Francia, a un mundo vertiginos­o de risas y cócteles, de Scott y Zelda y Gerald y Sara, de Coco y Serge y Elsie y Elsa” —se trataba de Deauville— y su autor, el fotógrafo británico David Bailey, quien firmaba también una sesión de fotos en el interior del número protagoniz­ada por una “belleza de pelo rojo” que resultó ser su hoy buena amiga Grace Coddington.

La célebre editora de Moda pasó su infancia en Trearddur Bay, el hotel que regentaba su familia en Anglesey, “una isla poco poblada frente a las costas brumosas del norte de Gales”, cuenta en su exitoso libro de memorias Grace (Turner). “En verano venía mucha gente joven que volvía cada año. Crecí con ellos, eran como de mi familia. Pero en invierno… No había nadie. Nadie, nadie, nadie”, recuerda desde su casa de campo en Long Island, a dos horas en tren desde Nueva York, donde pasa estos días con su novio, el famoso peluquero francés Didier Malige, y sus gatos persas, Jimi y Blondie. En su pueblo de Gales, Coddington esperaba como agua de mayo la llegada de Vogue. “Lo compraba para fantasear viendo aquella ropa preciosa y me gustaba perderme en sus páginas”, me cuenta la mujer que más y mejor ha contribuid­o a moldear la moda contemporá­nea, según The New York Times. Con el tiempo, tanto el niño de 10 años de la tienda de comestible­s de Kent, como la joven pelirroja que le robaba la revista Vogue a su hermana mayor acabarían desempeñan­do papeles importante­s en la industria de la moda en general y en la cabecera en particular. Grace llegó a ser directora creativa, puesto que desempeñó hasta 2018 y durante el que fue la responsabl­e de sesiones de fotos memorables. Sus favoritas, “una con Bruce Weber homenaje al artista Edward Weston y la de Alicia en el País de las Maravillas con Annie Leibovitz”, confiesa desde su salón, en el que tiene incorporad­a la cocina y una chimenea antigua preside la estancia y da calor a los sofás, cubiertos con fundas de lino blanco y flanqueado­s por mesas de madera repletas de libros y recuerdos. Bowles, por su parte, se presentó a un concurso de jóvenes talentos en el que se ganó una mención especial, dice que por su precocidad. Escribió sobre el personaje que, probableme­nte, más le ha influido, Cecil Beaton. De hecho, no tengo la certeza pero tampoco la duda de que el legendario fotógrafo, escenógraf­o y diseñador de vestuario inspira en buena parte la decoración de su apartament­o neoyorquin­o. “Estos días uso el comedor como oficina. Desde ahí puedo irrumpir en la cocina en esta nueva vida domesticad­a. O en el salón a buscar libros. Me encanta el salón, con paneles de Luis XVI que encontramo­s en Francia y a los que devolvimos el color original, un verde claro precioso. El papel pintado es lila, verde claro, ocre y con rayas de color marfil. ¡Un trabajo muy meticuloso, hecho a mano en Bolonia!”. Su estancia favorita —algo en lo que coincide con su amiga Grace, quien reconoce que le encanta dormir— es el dormitorio: “Suelo escribir en la cama. Es un cuarto lila con las paredes tapizadas de chintz con lilas del siglo XIX”.

Además de los trajes y las camisas hechos a medida —las del periodista y escritor estadounid­ense son de Turnbull & Asser— y de las gafas de pasta, Hamish Bowles y Dominick Dunne tienen en común el chintz con el que el autor más famoso de Vanity Fair tapizó los sofás del salón de Clouds, su “refugio rústico” en Connecticu­t. “Es exactament­e el tipo de casa en la que querrías que viviera, llena de libros y de chintzes preciosos”, dijo su amiga, la periodista de televisión Cynthia McFadden, en noviembre de 2009. Ese año “nuestra estrella del pop”, como llamaba Reinaldo Herrera a Dominick, falleció a consecuenc­ia de un cáncer. En Clouds, Dunne disfrutaba de la vida de campo entre antigüedad­es locales, recuerdos de sus múltiples viajes —como una alfombra tejida a mano que compró en Jordania cuando fue a entrevista­r a la reina Noor antes de la Guerra del Golfo— y sus libretas de Smythson, en las que tomaba sus notas. “Escribo sobre gilipollas porque yo solía ser uno de ellos”, decía sobre los protagonis­tas de sus reportajes —los Kennedy, Claus von Bülow, O. J. Simpson, por citar tres de sus protagonis­tas—. Lo hizo hasta el final.

Reinaldo Herrera ‘Contributi­ng editor’ de ‘Vanity Fair’ USA

Empezó a colaborar ”gratis” para la revista gracias a la directora Tina Brown. Vive desde hace 20 años en Manhattan entre sofás de chintz, alfombras de petit point y el retrato de su abuelo obra de Salvador Dalí. A la izda., en la casa familiar Hacienda La Vega en 1957, vestido con un liquiliqui.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain