PRODIGIO NATURAL
La lucha de la reina Sofía por salvar el planeta. Su último proyecto: un santuario para delfines.
Ha recogido basura, alentado pegas de carteles y salvado tortugas. Está muy preocupada por la crisis del COVID-19, en particular por el reciclaje de guantes y mascarillas de plástico. Y va a montar un santuario marino. Amigas, colaboradores, biógrafos y familiares descubren a PALOMA SIMÓN la vis activista de doña Sofía. Una fuerza de la naturaleza.
Una mona mordió a doña Sofía durante un viaje de los reyes a Brasil en los años noventa. El incidente, que al final no revistió gravedad alguna, preocupó a todo el mundo menos a la reina. Y eso que su tío, Alejandro I de Grecia, murió a consecuencia de un percance similar mientras defendía a su perro, Fritz, del ataque de un mono en el jardín del Palacio de Tatoi, en Atenas. “Ha sido una cosa sin importancia”, contestó a los reporteros que cubrían la visita y que se interesaron por su estado. Entre ellos estaba la entonces corresponsal en la casa real de Radio Televisión Española, la periodista Carmen Enríquez. “Esas cosas le pasaban por su proximidad con los animales. No solamente no le asustan: le encantan. No concebía que la pudieran atacar. Tenía un minizoo en la Zarzuela. Sabino —Fernández-Campo, jefe de la casa real entre 1992 y 2009— solía bromear diciendo que en palacio había un director de Asuntos Caninos. Tenía muchísimos perros. Una vez le pregunté: ‘Señora, ¿qué hace con ellos?’. ‘Cada día me traen dos, y así estoy con todos”, me contestó. En la década de los noventa Enríquez acompañó a la reina en numerosos viajes oficiales y de cooperación, y recuerda de forma especial los que devolvieron a doña Sofía a los lugares donde transcurrió su infancia: Grecia, Egipto y Sudáfrica. Fue allí donde empezó a amar la naturaleza y los animales, sobre todo en el país africano, donde la familia real griega recaló durante la II Guerra Mundial huyendo de los nazis. No fue una etapa fácil. La reina Federica y sus hijos Sofía, de tres años, y Constantino, de uno, cambiaron hasta 20 veces de domicilio en un año mientras el rey Pablo viajaba de Londres a El Cairo, sede del Gobierno griego en el exilio. Pero en Sudáfrica la familia real acabó bajo la protección de un personaje clave en su vida: el general Jan Smuts. El primer ministro del país, conmovido por las penurias que padecían, los invitó a vivir en la granja Doorklof, su residencia oficial en Pretoria con increíbles vistas a la sabana. “Nos contaba historias maravillosas (…). De la selva, describía cada uno de sus animales de una manera fascinante”, relata en su biografía la princesa Irene de Grecia —quien, por cierto, nació en Sudáfrica y fue apadrinada por el general Smuts—. Con el tiempo, la hermana menor de la reina sería quien practicaría de forma más intensa la filosofía holística que su madre y doña Sofía aprendieron del general. No es extraño que salga al jardín de repente y abrace un árbol para recargar energías. Si Sofía es vegetariana —le encanta la tortilla de patata—, Irene, vegana, budista, hace yoga y no usa bolsos de piel.
Las jóvenes princesas se educaron en Schule Schloss Salem, en el sur de Alemania, un internado cuyo método se basaba en la filosofía de Platón y en la autoestima, el honor, el deber y la responsabilidad personal. “El reglamento que regía la vida de las niñas era muy severo: se levantaban a las 6:15 de la mañana. Tres minutos después debían tener hechas las camas plegables. Después salían a correr, independientemente del tiempo que hiciera”, recoge Eva Celada en Irene de Grecia, la princesa rebelde (Plaza & Janés). En Salem se afianzó la afición de doña Sofía por la música. Las hermanas cantaban en el coro y recibieron clases de piano de la concertista griega Gina Bachauer, quien con el tiempo tocaría La pasión según San Mateo, de Bach, en la agonía de su padre, el rey Pablo. También por la filosofía —al final del día tenían que hacer una lista con las cosas que habían hecho bien y las que no, y reflexionar al respecto— y el trabajo —fregaban los platos, servían las mesas o pelaban patatas—. Entre los bosques donde salía a correr cada mañana, incluso en invierno, la joven Sofía también profundizó en su pasión por la naturaleza que ya le habían inculcado sus padres en Grecia. En los jardines de Tatoi, con el aroma de los pinos, los eucaliptos, el romero o la jara, doña Sofía y sus hermanos aprendieron a amar la vida al aire libre y a respetar y cuidar a los animales de la granja: vacas y gallinas. Un paraíso donde, como cuenta Pilar de Arístegui en Sofía, la reina (La Esfera de los Libros), estaba prohibida la caza y los días acababan con el rey Pablo contando leyendas mitológicas con los nocturnos de Chopin de fondo.
Ala reina solo le interesan tres cosas: los animales, la naturaleza y la música”, me confirma una persona de su entorno que vio cómo doña Sofía y su hermana Irene se volvían literalmente locas, “como dos niñas”, durante una visita a la granja de una aristócrata balear —la única persona que tutea a la reina— donde hay especies
En una granja de Mallorca doña Sofía y la princesa Irene besaron y abrazaron a las crías de cerdo negro “como niñas”
autóctonas. “Tendrías que haberlas visto abrazar y dar besos a unas crías de cerdo negro que acababan de nacer”. En Alemania, uno de los países de origen de su familia materna, los SchleswigHolstein-Sonderburg-Glücksburg, besar a un cerdo da buena suerte.
Quizá el cerdo haya sido de las pocas especies que doña Sofía no ha cuidado en su minizoo de la Zarzuela, en el que ha habido perros: todos de raza pequeña, como los schnauzer o los teckel de pelo duro que su buena amiga, la infanta Alicia de Borbón, introdujo en España. De hecho, doña Alicia y doña Sofía solían ir juntas a exhibiciones caninas. También había gatos, tortugas de tierra, loros, caballos y un par de ejemplares de una especie en peligro de extinción por la que siente debilidad por su “humildad” y porque le recuerda a Grecia.
“De niño, una tarde estaba en la Zarzuela con mi tía, que hablaba por teléfono mientras garabateaba en un cuaderno: estaba dibujando un burrito. Me pidió que lo intentara y yo le dije que no me iba a salir. ‘Si te concentras, lo conseguirás”, evoca Nicolás de Grecia, que confirma que el burro es el animal favorito de la reina, y añade: “Mi tía es una pionera en la defensa del medioambiente antes de que estuviera de moda”. El príncipe tiene toda la razón. De hecho, la reina ha tenido la valentía de no ir a corridas de toros, por ejemplo, una decisión que sin duda debió de costarle, dado su alto sentido del deber. “Ni toros ni caza”, apunta Pilar Urbano, quien recuerda la siguiente anécdota del primer día que fue a la Zarzuela a ver a la reina durante la preparación de su libro homónimo. “Llegué muy enfadada. ‘Majestad, una cierva me ha arañado el coche’. ¡Y me preguntó si la cierva se había hecho daño!”. Aunque una de sus instantáneas más populares la protagonizó un simpático úrsido.
“Son como peluches, qué calentitos”, comentó la reina en 2007 durante un viaje a China mientras los reporteros captaban la famosa foto de doña Sofía con dos crías de oso panda en su regazo. En la imagen subyace algo más que ternura: a través de su fundación, que se constituyó en 1977 con “un pequeño capital personal”, dice su web, la reina ha auspiciado diversas causas medioamAgamenón, bientales desde 1998, año en el que financió con más de 120.000 euros la rehabilitación de una zona de cultivos agrícolas en Mauritania. La fundación combate el maltrato y el abandono animal con su apoyo a la Asociación Nacional de Amigos de los Animales o contribuye a la protección de los orangutanes de Borneo. En los últimos tiempos los esfuerzos de la reina Sofía en este sentido se reparten entre estas causas o la conservación de la fauna ibérica, en particular del lince —soltó emocionada a un ejemplar llamado Lava en los Montes de Toledo en 2015— y su gran pasión y preocupación: los océanos. “No olvides que fue olímpica”, me recuerda una íntima que la describe como “una fuera de serie”. Doña Sofía compitió con el equipo griego de vela en los Juegos de Roma de 1960. “Mi hermano obtuvo el oro, y yo navegaba con él en los entrenamientos”, contó la reina en 2008.
El mar ha jugadoun papel fundamental en su vida. Por mar volvió a Grecia desde el exilio junto a su familia, y la vista del puerto del Pireo constituye uno de sus recuerdos más emocionantes. Por mar navegó por sus queridas islas griegas, como la de Rodas, que ha recorrido a lomos de un asno y donde ha bailado el sirtaki. Y en un crucero, el que organizó su madre, la reina Federica, conoció al gran amor de su vida. Juanito, el chico de los Barcelona, de quien sigue, me insisten desde su entorno, “profundamente enamorada”.
Qué puedo hacer?”. Así arrancan las reuniones con doña Sofía en Ecoembes, la ONG con la que la reina colabora desde 2018. Ese verano, la madre del rey Felipe fue a Cala Teulera (Menorca) a recoger residuos. “Se pone los guantes y es una voluntaria más”, me dice Nieves Rey, directora de Comunicación y Marketing de la ONG. La acción forma parte del proyecto Libera 1m2 por las playas y los mares, que auspicia la organización y que pretende concienciar sobre el peligro de la presencia de plásticos y otros materiales de desecho en los espacios naturales. El año pasado doña Sofía repitió y fue al embalse de Valmayor, en la localidad madrileña de Colmenarejo, junto a 13.000 voluntarios. “Habla con todo el mundo y comenta: ‘Mirad qué me he encontrado, ¡qué problema tan grave!”, decía cuando se encontraba un envase. Ecoembes desarrolla su actividad en tres frentes y la reina está metida en todos. El de sensibilización, para el que ella misma propuso la idea de actuar en los puertos deportivos y mentalizar así a los regatistas de la suciedad que hay en el mar, con una pega de carteles en el Puerto de Palma de Mallorca; el de movilización —las batidas de recogida de basura—; y el científico. “Nos están ayudando a medir cómo está el Mediterráneo de afectado por los microplásticos a través de unas tortugas, a las que hemos colocado un dispositivo. La tortuga es un animal al que tiene cariño. Siempre sale en las conversaciones, porque ha navegado mucho y las ha visto”, continúa Nieves Rey, a quien doña Sofía contactó directamente en 2014 después de ver en los medios uno de sus proyectos.
La orquesta Cateura actuó ese año por primera vez en España, en el Auditorio Nacional de Madrid. En cuanto se enteró, doña Sofía quiso ver a esos niños que hacían música con instrumentos fabricados con materiales de
“Mi tía es una pionera en la defensa del medioambiente. Su animal es el favorito burro”
Nicolás de Grecia
desecho de un vertedero de Paraguay de la que tanto se hablaba. “Después del concierto, en el ascensor, nos dijo que por qué no hacíamos algo así en España. Y nos pusimos manos a la obra”, recuerda Rey. Y nació La música del reciclaje. “Cada Navidad, los niños de la orquesta, que proceden de un centro de acogida en Pozuelo de Alarcón y de un colegio en Vallecas, tocan para los ancianos del Centro Alzheimer Fundación Reina Sofía. Personas que no recuerdan ni su nombre se ponen a cantar Los peces en el río. Acabamos todos llorando. La reina se emociona. Es un ser mágico, capaz de hacerte pensar, de conectar a la gente. Tiene muy claras sus preocupaciones: la ecología, la infancia y la tercera edad. Y trabaja para ellas”.
Odile Rodríguez de la Fuente está en el Comité Protector de la Orquesta, que preside doña Sofía. “Muestra un interés genuino, lo cual no es fácil. Lo normal es que alguien de su categoría tenga la cabeza en otras cosas”, cuenta la hija del célebre naturalista quien, por cierto, conoce a la reina desde niña y fue al colegio con las infantas Elena y Cristina. “Iba a mandar mi libro, Félix, un hombre en la Tierra (GeoPlaneta), a ella y a don Felipe y doña Letizia, pero estalló la crisis del coronavirus. Para mí es importante que lo lean”, dice Odile, que describe así a doña Sofía: “Es una persona muy humana y, contrariamente a lo que se cree porque no es española y se da por supuesto que es más fría que el rey Juan Carlos, es tremendamente sensible, muy cercana, cariñosa. Y con una memoria increíble”.
“Le divertían los regalos de la revista Telva. Me lo decía cada vez que coincidía con ella en algún concierto de la Escuela Reina Sofia. Tiene una memoria impresionante”, me confirma la periodista Covadonga O’Shea. La reina es, efectivamente, presidenta de la Escuela Superior de Música que lleva su nombre, pero que fundó en 1991 la hermana de Covadonga, Paloma O’Shea, con quien doña Sofía comparte melomanía. Su compositor favorito es Bach. “Es una mujer muy profunda, muy correcta y a la vez muy cercana. Pasó su infancia al aire libre, por eso le entusiasma la naturaleza. Siempre ha estado en su sitio: muy cerca de los españoles. Sigue al día de lo que pasa en el mundo. Le preocupa el todo, no los detalles”, zanja O’Shea.
Cuando don Juan Carlos abdicó en 2014, algunas presidencias de honor de la reina Sofía pasaron a doña Letizia. Pero para ella, “que no sabe estar quieta”, me cuenta una persona que ha seguido de cerca su actividad durante los últimos 30 años, no supuso problema alguno. Siguió con sus causas, siempre desde un segundo plano. Salvo en los actos de la familia real que le encarga su hijo, el rey Felipe, su labor apenas transciende. “Tiene un principio de vida que me explicó cuando escribí mi primer libro sobre ella: quiere ser útil a los demás. En algunos casos ha pensado que su papel como reina le ha impedido hacer lo que le pedía el cuerpo. En cuanto ocurre una catástrofe, ella piensa: ‘Hay que ir’. Y a veces le dicen: ‘En este momento no’. La presencia de la reina, el protocolo que necesita, puede estorbar en esas situaciones. Pero en cuanto puede, va”, me cuenta Carmen Enríquez, autora de Sofía. Nuestra reina (Aguilar) y testigo directo de esos viajes de cooperación en los que, vestida al más puro estilo Coronel Tapioca, doña Sofía ha estrechado las manos encallecidas de las indígenas de Bolivia, ha probado los salazones que las mujeres de Mauritania vendían en bolsitas de plástico para alcanzar cierta independencia económica y hasta ha participado en algún ritual “en los que el chamán entra en trance y se beben brebajes sospechosos”, recuerda Enríquez entre risas. En esos periplos la reina era la “Mamá Pata: desayunaba en el comedor del hotel, con el resto de enviados. Se desplazaba en furgonetas, salvo que tuviese cena con el presidente del país. Y era infatigable. Por la noche se empeñaba en salir a cenar por ahí. Si veía caras de cansancio, decía: ‘Da igual. Nos quedamos en el hotel. ¡En media hora, abajo!”.
Doña Sofía ha pasado el confinamiento en la Zarzuela y está muy preocupada por el destino de guantes y mascarillas, dos elementos que son doblemente peligrosos: contagian y contaminan. “Nos ha trasladado su inquietud por las imágenes de playas en China. Seguimos en contacto permanente con ella, planeando qué hacer. Es nuestra primera activista”, insiste Nieves Rey, de Ecoembes. La reina también está al tanto del trabajo de Cáritas, Cruz Roja o los bancos de alimentos.
En la Zarzuela, con sus perros —que, como en el caso de Isabel II, ya no le renuevan—, doña Sofía añora el mar. Adora Mallorca. Allí suele llevar a sus nietos a ver un espectáculo único: a las tortugas desovar en la isla de Cabrera. Quizá una de ellas haya pasado por la UCI para recuperación de esta especie y de otros cetáceos baleares que su fundación creó el año pasado en colaboración con la Fundación Palma Aquarium. “Van a buscar a las tortugas que quedan atrapadas en redes o plásticos en lancha, y sigue de cerca la operación con entusiasmo”, me cuenta alguien de su entorno en la isla.
Pero su plan más ambicioso, un santuario para delfines, tortugas y focas varados o procedentes de delfinarios o proyectos de investigación, se desarrolla en un lugar muy especial: la isla de Lipsi, en el Egeo. Como dice el príncipe Nicolás: “Mi tía ama Grecia”.
“Su interés, es genuino la gente de su categoría tiene la cabeza en otras cosas”
Odile Rdgz. de la Fuente