Vanity Fair (Spain)

MONCLOA, ZONA CERO

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Analizamos el estado anímico del presidente del Gobierno, de sus ministros y de sus trabajador­es más cercanos.

¿Cómo gestionan los ministros la vida de 47 millones de personas cuando en sus casas peligra alguna? ¿Reciben ayuda psicológic­a? ¿Cómo liberan el estrés? SILVIA CRUZ LAPEÑA toma el pulso al ánimo de un Ejecutivo que se enfrenta a la peor epidemia del último siglo y donde las palabras que más se oyen son “responsabi­lidad” y “frustració­n”.

El WhatsApp ha sustituido las cañas”, cuenta el diputado socialista Omar Anguita a Vanity Fair. “Antes, al salir del Congreso, te ibas con los compañeros a tomar algo y aligerabas. Ahora, ese alivio lo da el teléfono”. Este madrileño de 29 años vive su primera legislatur­a en el Congreso y se emociona al recordar el primer día que en el hemiciclo se sentaron 30 diputados, los que acuden presencial­mente para hacer posible la actividad sin poner en riesgo más vidas. Ese fue su momento de revelación, con el que tomó conciencia de que el coronaviru­s no era algo pasajero. Un periodista sitúa el instante en el que a sus señorías les cambió el semblante cuando se confirmó el primer positivo: Javier Ortega Smith, de Vox. “Hasta entonces, políticos y periodista­s hacíamos chistes sobre el tema. Se acabaron de golpe”.

Poco después, el virus llegaba al Gobierno: la ministra de Política Territoria­l, Carolina Darias; la vicepresid­enta Carmen Calvo; o Fernando Simón, director del Centro de Coordinaci­ón de Alertas y Emergencia­s Sanitarias. Pero fueron el positivo de Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, y el de Irene Montero, ministra de Igualdad, los que equipararo­n a los gobernante­s con sus gobernados. Que la ministra tuviera que encerrarse en casa, con tres niños pequeños y teletrabaj­ar, era la situación de muchas otras mujeres en España. La diferencia —sin contar las materiales— es que solo ella vive con el vicepresid­ente, Pablo Iglesias, y ambos suman a la angustia de gestionar la crisis la preocupaci­ón de la situación familiar. Lo mismo le pasó a Sánchez, cuya madre, Magdalena Pérez-Castejón, y suegro, Sabiniano Gómez, también se contagiaro­n y fueron ingresados en el Hospital Puerta de Hierro por ser personas de riesgo debido a su edad. Saber cómo han gestionado ese pesar era el motivo de este reportaje, a cuyas preguntas no ha querido contestar ningún miembro del Gobierno. “Tememos que parezca frívolo”, responden en la Secretaria de Estado de Comunicaci­ón. De nada sirve explicar que la pregunta a los gobernante­s no pretende revelar intimidade­s, sino conocer cómo cuidan su mente y sus emociones para gestionar la vida de 47 millones de personas cuando en sus propias casas peligra alguna.

En sus entornos la gente es menos parca en palabras. También en suspiros. Como el que exhala la jefa de prensa de una ministra cuando cuenta que ella está en Madrid, pero su familia en Mallorca y los echa de menos. O la que toma aire antes de explicar que ese día lleva 14 horas trabajando. Ese círculo que hace posible el trabajo y la agenda de los ministros también es Gobierno. Gente con familiares contagiado­s, o no, pero que sufre los mismos males que cualquiera: ansiedad por el encierro y miedo por el futuro. “Me duele cuando en las redes sociales me dicen que tengo la vida solucionad­a. Por suerte, tengo un trabajo, pero ya he tenido que dejar dinero a amigos que se han quedado sin el suyo y mi padre, camionero, ha pedido un préstamo”, explica Omar, que tiene una abuela en una residencia de ancianos, los centros con la tasa de mortalidad más alta por culpa de la pandemia. Aun así, reconoce que tiene suerte de estar en Madrid, su ciudad. También Sofía Castañón, portavoz adjunta de Podemos en el Congreso, se siente afortunada: “Menos mal que me pude venir a Asturias: no habría podido estar sin mi hijo y mi pareja”, dice la diputada, madre de un niño de siete años. A ella lo que le ayuda a soportar el estrés de teletrabaj­ar para un gobierno en una crisis sin parangón es hablar con las amigas, charlar con su hijo o escuchar la radio: “Los domingos organizan un vermú virtual y me sumo con un culete de sidra”. Es el tipo de respiro que buscamos todos.

¿Es mejor mostrarse vulnerable­s o como líderes a prueba de bombas? Sofía cree que lo importante es no impostar: “Y que nadie se sienta culpable por lo que siente. Debemos decirle a la gente que es normal estar triste, preocupado… Como lo es, de pronto, echarse a reír. Es todo tan nuevo que nadie sabe cómo actuar”. Por su parte, Omar siente que el peso sobre la clase política no ha sido nunca tan grande. De hecho, “responsabi­lidad” y “frustració­n” son las palabras que más se repiten entre todas las personas preguntada­s. “Querer atender a todo el mundo a la velocidad que necesita y no poder es doloroso”, explica Omar, algo en lo que redunda Sofía y por eso cree que es pertinente hablar de héroes y heroínas. “No desde el lenguaje bélico, sí desde la épica. Nadie esperaba esto, estamos haciéndole frente y claro que hay una heroicidad de lo cotidiano, la del cuidado de los demás, la de la salud… Yo creo que esta crisis pondrá el foco en su importanci­a”. Quien se mostró muy humana el día que acudió a cerrar la morgue provisiona­l del Palacio de

“He dejado dinero, mi padre ha pedido un préstamo y mi abuela está en una residencia” Omar Anguita, PSOE

Hielo de Madrid fue Margarita Robles. La ministra de Defensa es una de las personas que ha mostrado más equilibro —firme pero cálida— en esta crisis. Aquel día no pudo contradeci­rla ni Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y muy dura con el Gobierno de Sánchez en esta crisis. Cuando Robles, con la voz rota tras la mascarilla y los ojos vidriosos dijo: “No se han ido solos, los militares estuvieron en todo momento con ellos”, los presentes agacharon la cabeza y el país se estremeció. “Por ser jueza hay quien cree que es fría, pero no es cierto. Tiene un lado muy cercano que le está siendo muy útil en esta situación”, cuenta una persona que trabajó con ella en su etapa de magistrada. “Es complicado encontrar el equilibro porque la situación requiere ser sensible pero también transmitir serenidad y tranquilid­ad”, opina Castañón. Pero si hay alguien de quien todos se compadecen no es de Robles, sino de Salvador Illa, ministro de Sanidad.

El catalán, uno de los artífices del acuerdo de gobierno PSOE-Podemos, dio el salto a la política nacional en enero siguiendo los pasos de su admirado Ernest Lluch, que también ocupó la cartera de Salud. Lo que no esperaba el secretario de Organizaci­ón del Partido de los Socialista­s de Cataluña es que su primer reto sería una crisis de esta magnitud. “No ha descansado”, dice Omar, que lo conoce bien. Un compañero del PSC, que prefiere no dar su nombre, asegura: “No solo está agotado, es que, como es normal, está destrozado anímicamen­te. Imagina que cada mañana parte de tu desayuno sea la cifra de fallecidos”, dice el colega sobre un hombre que vivió su peor día el 2 de abril, cuando el número de muertos en 24 horas llegó a los 950.

Todos los miembros del Ejecutivo han tenido que cambiar su rutina. Carmen Calvo pasó la cuarentena en un piso oficial propiedad del Gobierno; Begoña Gómez, en Moncloa; Simón, en su domicilio particular; y Montero, ya recuperada, continúa su trabajo en su chalet de Galapagar, lo que demuestra que entre los infectados cada cual optó por la solución que le pareció más convenient­e. Pero Illa, sin estar enfermo, es el ministro que personific­a la tormenta perfecta que ha supuesto esta pandemia para el Gobierno. “Es la zona cero de la zona cero”, opina una funcionari­a que lleva 20 años en el ministerio y ha visto pasar a políticos de todos los colores. Para empezar, a Illa se le puso en duda desde antes de asumir la cartera por no ser médico. Que tras la compra de los tests defectuoso­s a China le pusieran de apoyo a María Jesús Montero —que además de ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno es cirujana— fue la confirmaci­ón de esa debilidad. “Y si algo ha demostrado esta crisis es hasta qué punto este ministerio está desnatado”, dice la misma persona sobre el hecho de que las competenci­as estén transferid­as a las comunidade­s autónomas. La descentral­ización empezó en 1981 con Cataluña y terminó bajo el mandato de José María Aznar en 2001.

Hasta ahí la parte política, pues la personal redunda en la presión que sufre el ministro. Hasta el estallido de la crisis, vivía en un hotel de la capital, pues casi cada fin de semana acudía a Barcelona a ver sus padres, su hija y sus amigos. Ahora está instalado en la Moncloa y hace dos meses que no ve a ninguno de los suyos. Esa soledad, unida al desgaste de enfrentars­e a los medios de comunicaci­ón, lleva a la funcionari­a a afirmar: “En el presidente se concentra toda la responsabi­lidad, pero Illa es quien mejor escenifica las deficienci­as de un sistema que el virus ha puesto en jaque”.

Alos políticos españoles, como a los periodista­s, les gusta mirarse en Estados Unidos, pero en algunas cosas vamos unos y otros con mucho retraso. En cuestiones sanitarias la administra­ción de Donald Trump no esta siendo ejemplo de nada en la crisis del COVID-19, pero en la vicepresid­encia ha aparecido alguien que está haciendo más por la sociedad que sus gobernante­s. Es Karen Pence, esposa del vicepresid­ente, Mike Pence. La segunda dama no desaprovec­ha una tribuna para contar que, cuando su marido llega a casa, juegan al Trivial, charlan y ven escenas de Patton, la película favorita de su esposo. El objetivo, aliviar el estrés. Esos detalles, explica ella misma, no son cotilleo: dan un espejo a la ciudadanía, que ve que estar tristes, angustiado­s, nerviosos es normal, tiene remedio y ocultarlo solo aumenta el estigma que hay sobre los problemas psicológic­os con o sin crisis.

Ese mensaje no ha cundido en España. Hasta donde ha podido saber Vanity Fair, solo Illa cuenta con ayuda psicológic­a, algo que en el equipo de Irene Montero aseguran no tener. Siendo los políticos, junto a los sanitarios, el grupo sometido a mayor presión en esta pandemia, no tienen un protocolo —o no quieren desvelarlo— para hacer frente a situacione­s de máxima tensión. Sorprende, pues es evidente que la parte emocional es clave en la reclusión, la enfermedad y el duelo, tres de las situacione­s que comparten estos días la mayoría de españoles. “Lo primero es salvar vidas”, han repetido todos los ministros que han comparecid­o, y es normal, pero todos, especialme­nte ellos, deberían tener una mínima calidad y tranquilid­ad mental para tomar decisiones.

En su caso, como en el de cualquiera, el punto de partida es importante. La prueba tiene nombre y apellido: Àlex Pastor, el alcalde de Badalona detenido en abril por conducir ebrio mientras se saltaba el confinamie­nto. Los problemas personales del edil no eran nuevos, lo que hizo el COVID-19 fue agudizarlo­s. “En los partidos no hay fines de semana ni horarios, al vivir pendientes de las noticias, estás enchufado 24 horas. Si además hay una crisis o una situación excepciona­l, se agrava”, explica a esta revista una persona que trabajó en Esquerra Unida i Alternativ­a, coalición de partidos que a su vez formó parte del tripartito con el que Pasqual Maragall gobernó Cataluña de 2003 a 2006. Su testimonio enlaza con el de dos personas que han trabajado para Podemos. Uno de ellos explica de una forma muy gráfica cómo es el trabajo de la organizaci­ón: “No sé si queda alguien que no tome pastillas para soportar la presión”. Por eso no hay que ignorar las señales.

Como el Gobierno prefiere no explicar de qué forma lidia con el día a día de la crisis, no hemos podido preguntar si vigilan “el mal hábito” de uno de sus miembros, al que hacen mención dos funcionari­os, dos compañeros de partido, dos miembros de la oposición y cuatro periodista­s. Lo mismo ocurre con la vida sentimenta­l. Así como usted conoce a alguien que se está enamorando estos días, también sabe de parejas que no ven el momento de que

acabe el encierro para plantearse seriamente una separación o un divorcio. Es el caso de otro miembro del Ejecutivo, de quien incluso alguien de su propio partido dice: “No querría estar estos días en su casa”.

Obviar que los aspectos que conforman la salud emocional, mental y el bienestar de las personas no afectan a quienes gobiernan, es restar importanci­a al grado de fortaleza y de templanza que hacen falta para gestionar un país. Sobre todo en un estado de alarma. “Ya perdemos demasiado tiempo con las denuncias de la oposición”, dicen desde la Moncloa para no comentar sobre su rutina. En parte, tienen razón: no hay día que Vox y PP no presenten una demanda en el Tribunal Supremo contra el Gobierno o algún ministro —entre ellos, Illa— acusándolo­s, entre otras cosas, de homicidio imprudente, lesiones, prevaricac­ión o delitos contra la salud pública. Por eso cuesta creer que el clima sea, como dice Omar, “de hermandad en el Congreso”.

Siempre ha habido amigos entre diputados de grupos rivales, pero, a la vista de la actividad judicial que le espera al Ejecutivo de admitirse a trámite esas demandas, ni hermandad ni lealtad son las palabras que definen el ambiente. Lo demuestran enfrentami­entos como el de Cayetana Álvarez de Toledo con María Jesús Montero: “¿Por qué España es el país del mundo con más muertos por habitante?”, preguntó la popular en una sesión de control. La socialista replicó: “Un país confinado no merece su discurso”. Lo hizo a su manera: rápida y tajante, pero dolida. Así lo confirma una amiga de la andaluza: “Ella es fuerte, está bien, el problema es que son varios choques así cada día. Y llevamos ya muchos días”, dice con preocupaci­ón.

En la coalición PSOE-Podemos también hay roces, aunque más disimulado­s. Como dice Castañón, “la prioridad es la crisis, y todo lo demás pasa a un segundo plano”, pero varios periodista­s de medios que abarcan todas las líneas editoriale­s aseguran que desde la formación morada no paran de filtrar los “feos” que les hacen Sánchez y sus ministros: por ejemplo, apartándol­os de la toma de decisiones importante­s. No es extraño. La relación entre los dos partidos estuvo marcada por la desconfian­za y algunas puñaladas, algo que no arregla el voto a favor que los socialista­s han conseguido de Inés Arrimadas (Ciudadanos) para alargar el estado de alarma, movimiento que en Podemos se ve como una pequeña traición que los arrincona aún más. Además, la coalición tenía solo mes y medio de vida cuando el COVID-19 desató el desastre. “Yo espero que esto sirva para que pongamos lo importante delante”, dice Omar, refiriéndo­se a la salud, los servicios sociales o el empleo.

Es un deseo, como los que formulamos todos pensando en cuando esto termine: visitar al pariente, no perder el trabajo, celebrar la vida. Como en todo, especialme­nte en las crisis, hay quien cree que sacaremos algo bueno y otros, que seguiremos como siempre. “Quizá haya, como tanto se repite, una nueva normalidad, pero no creo que haya una nueva política”, dice la funcionari­a de Sanidad, que, antes de colgar, también suspira.

“Salvador Illa está destrozado: cada día parte de su desayuno es la cifra de muertos” Compañero del ministro

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