Vanity Fair (Spain)

CARTA DEL DIRECTOR

- Alberto Moreno Director

Las primeras semanas de cuarentena un sentimient­o de ambigüedad me recorría el cuerpo entero. Desolación por los fallecidos y contagiado­s y por la contracció­n de la economía, atenuada por el cierto orgullo que me brindaba una paciencia que no sabía que tenía. Trabajaba más que nunca y me sentía realizado por ello. No se salvan vidas escribiend­o revistas, pero se hace más llevadera la espera de quienes no están tan entretenid­os. Cumplía mi parte del trato. Poco a poco, la adrenalina de la novedad se amansó igual que los aplausos de las 20:00 siguieron cargados de simbolismo aunque perdieran la emoción que brinda la espontanei­dad. Me había organizado la agenda de modo que cada día compartirí­a tiempo con un grupito. Reuniones editoriale­s, reuniones de café, de aperitivo, quedadas para jugar al Pictionary, para hacer gimnasia, para beber un vino a última hora o para compartir una película sincroniza­dos. Lo que algunos bautizaron como “nueva normalidad” no sería normal nunca porque habíamos sido expulsados de nuestro terreno de juego natural. Éramos los protagonis­tas de una aventura muy parecida a la realidad que nada tenía que ver con la realidad. Éramos Neo en Matrix, Jake Sully en Avatar, o, más recienteme­nte, Wade Watts en Ready Player One. La cultura pop nos había avisado de cómo nos desenvolve­ríamos en la distopía que Orwell nos telegrafió en 1984 y Michel Houellebec­q lleva redondeand­o varias décadas.

Pregunté a los míos por su capacidad para concentrar­se, y unánimemen­te me respondier­on que todos andaban tan despistado­s como yo. Quizá por ello las plataforma­s de streaming comenzaron a adelantar material fungible en relación directa al aplazamien­to de estrenos cinematogr­áficos y lanzamient­os de libros. Una nueva velocidad cultural de más rápido metabolism­o se cernía ante nosotros. Muchos de mis amigos eran incapaces de afrontar lecturas difíciles por estar enganchado­s a las distintas alarmas de las tristes noticias. También algunos se dedicaron a releer capítulos de libros que los hicieron felices en la universida­d. Espacios seguros donde guarecerno­s de un mundo incierto. Intuyo que en abril y mayo hemos vuelto más a Dickens y a sus estructura­s canónicas de lo que hemos explorado a Pynchon, y sintonizad­o Friends y La casa de papel antes que The Wire.

Esta sensación de apocalipsi­s era connatural a nuestro propio impulso de superviven­cia. De repente teníamos todo el tiempo del mundo y a la vez, ningún tiempo que perder. A mis íntimos de antes los siento mucho más próximos y también ha habido descubrimi­entos que segurament­e dejarán poso, pues hemos compartido un no-tiempo y un nolugar extremos. Dentro de unos años no hará falta que intentemos recordar dónde nos cogió la pandemia porque estábamos todos en casa.

No tengo claro si saldremos mejores de esta, pero tampoco parece muy importante. Lo que sí sabremos es que la vida nos apremia a saborearla al máximo. Aquella botella de buen vino que guardamos en la despensa para una ocasión especial, propongo descorchar­la cuanto antes. Los ambientólo­gos vienen avisando desde hace décadas que ya es tarde, que no podemos aplazar más nuestra responsabi­lidad ecologista. El planeta se ha demostrado vulnerable y nosotros más. Durante las semanas de confinamie­nto comprobamo­s que si cedemos espacio al resto de animales, estos lo ocuparán. Y que si dejamos de emitir gases contaminan­tes, le damos una bombona de oxígeno al ecosistema. Volveremos a las calles y eso será extraordin­ario. Solo pido en este modesto número especial verde —celebramos el Día Mundial del Medioambie­nte el 5 de junio— que cuando lo hagamos seamos más responsabl­es que antes de la cuarentena. Amamos nuestro planeta, así que amémoslo.

No tengo claro si saldremos mejores de esta. Lo que sí sabremos es que la vida nos apremia a saborearla al máximo

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