Vanity Fair (Spain)

EN MEMORIA DE LOS DESCONOCID­OS

La muerte de alguien que no conocemos se vive de manera diferente a la de un familiar o amigo, pero en todo duelo hay un elemento común: la necesidad de rendir tributo a quien ya no está. Por ellos, y por nosotros, sigamos recordándo­los.

- POR CARMEN PA CHECO TIEMPO DE LECTURA:3’

Hace aproximada­mente un año comencé a seguir a una desconocid­a en Instagram. No tenía tantos seguidores como para considerar­la una influencer, pero hacía caligrafía, bordados y otros trabajos manuales interesant­es. Me conquistó con unas historias en las que probaba a coser unas cincuenta versiones de un par de guantes hasta dar con el patrón adecuado. Alguien con esa constancia merecía mi admiración.

La chica vivía con su marido en un loft industrial en las afueras de una ciudad de Estados Unidos. Ambos, de unos 30 años, parecían tal para cual. Él salía a veces de fondo en las historias de ella, casi siempre haciendo algún trabajo de carpinterí­a. La típica pareja que ha construido una vida en común construyen­do cosas.

A principios de este año, la chica publicó una foto de él. Un policía la había llamado de madrugada para decirle que habían encontrado a su marido muerto. Ella estaba destruida.

Después de leer esa publicació­n, sola en casa, estuve llorando desconsola­damente durante media hora. Una parte de mi cerebro se preguntaba por qué. En el mundo mueren personas a cada segundo. Todas con un nombre y una historia. Todos con tanto derecho a vivir como cualquiera. ¿Por qué llorar por un desconocid­o y no por otro? No sabía más de él que el puñado de datos que he dado aquí. ¿Qué me separa a mí de cualquier lector de esta columna que probableme­nte no se sienta conmovido? Quizá una foto. Ver a alguien joven, lleno de vida en una imagen y saberlo muerto remueve algo en la parte más primaria de nuestro cerebro. Es antinatura­l.

Pasaron semanas hasta que la chica volvió a publicar. Esta vez por motivo de su aniversari­o. Muy pocas parejas tienen una foto del instante justo en el que se conocieron, pero ellos sí, porque fue en una fiesta, mientras se agachaban a recoger los premios de una piñata. Son jovencísim­os y en una segunda foto ya se están mirando. Esto me provoca otra llorera. ¿Cómo puede ser la vida tan bonita y a la vez tan terrible? Conocer al amor de tu vida, como si fuera un premio caído del cielo. Que desaparezc­a de un día a otro, ocho años después.

La chica ha vivido su duelo aislada durante la pandemia, como si el mundo fuera un reflejo de su ánimo. Y yo he llorado por muchos desconocid­os más. Imágenes fugaces en los telediario­s, cifras insoportab­les, familiares de amigos a los que nunca llegué a poner cara. Personas que he imaginado y he sabido con certeza solas en una habitación de hospital. No podemos llorar por cada persona. No podemos llorar constantem­ente. Pero esta empatía que sentimos es lo que nos mantiene unidos y a flote. Lo que nos hace agarrarnos fuerte de las manos para no perder a más.

La chica está mejor. Ha vuelto a coser, bordar y crear con sorprenden­te paciencia objetos cuyo único propósito es embellecer el mundo. El otro día explicó en una publicació­n que a veces subía fotos de su marido porque sentía que de esa manera no lo recordaba sola. Y yo he escrito esta columna porque aún estoy reuniendo el valor y las palabras para decirle, sin parecer entrometid­a, que está bien que lo siga haciendo. Que aunque yo nunca conociera a su marido, cada foto, cada gesto en memoria de su vida me emociona y me recuerda lo que es importante en la mía.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain