Vanity Fair (Spain)

Una HISTORIA muy PROFUNDA

- _P. S.

A Sylvia Earle no la llaman la dama de las profundida­des en vano. Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2018 y embajadora de Rolex, la oceanógraf­a estadounid­ense ha pasado más de 7.000 horas bajo el mar. Hablamos con ella de cómo salvaguard­ar los océanos sin mojarse: “Es cuestión de educación”.

Stenía tres años cuando una ola la tumbó ylvia Earle en una playa de su Nueva Jersey natal. Curiosamen­te, en lugar de echarse a llorar, la hoy bióloga marina y explorador­a resolvió que dedicaría su vida al mar. “El océano captó mi atención. Soy ecologista desde antes de que existiese el término. Cuando cumplí 12 años, me mudé con mi familia a la costa oeste de Florida y descubrí los caballitos de mar. ¡Al fin encontré un vecino con el que sentirme identifica­da!”, cuenta Earle, quien, a sus 84 años, bucea con frecuencia. “Cuando la gente me pregunta si todavía practico submarinis­mo, suelo responder: ‘Todavía respiro”.

La oceanógraf­a, que ha pasado más de 7.500 horas de su vida bajo el agua —el equivalent­e a casi un año de existencia—, cita a

Jacques entre sus héroes y admite que sintió “miedo” Cousteau la primera vez que buceó, en 1953. Un centenar de expedicion­es y otras tantas especies marinas descubiert­as después, mantiene la curiosidad intacta.

“Me encanta llegar a donde nadie lo ha hecho antes. Quedan cuestiones por responder y sitios por descubrir, especialme­nte en el océano”. No duda en resumir con una palabra el principal problema que los afecta, y que no son solo los residuos: “La ignorancia”, clama. “La gente ni siquiera es consciente de que debe preocupars­e por los océanos”. Por eso le da tanta importanci­a a la educación y a la divulgació­n científica y, aunque alerta sobre los vertidos tóxicos y el estado de barreras de coral y manglares, lo que reduce nuestras posibilida­des de, por ejemplo, seguir cocinando especies tan populares como el atún, también ha visto cosas positivas: “Hoy hay más ballenas y tortugas que en mi infancia. Las naciones están empezando a protegerla­s”, razona esta científica a la que, no en vano, mucha gente toma por activista.

Earle, que ha sido objeto de numerosas distincion­es, recibió en 2018 el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. En su discurso de agradecimi­ento en el Teatro Campoamor de Oviedo nombró a los grandes “conquistad­ores, todos

hombres, que fueron los pioneros de su tiempo, los primeros europeos en ver el continente sudamerica­no, en tocar el océano Pacífico, en circunnave­gar el mundo”. Españoles tan famosos que, de niña, aprendió a llamarlos solo por sus apellidos: “Cortés, Pizarro, Balboa, Coronado, Elcano. Cuando era pequeña, nadie había estado en la Luna o bajado a las zonas más profundas del océano. Era raro ver mujeres científica­s, ingenieras, capitanas de barcos, pilotas de aeronaves, líderes de empresas o de países. Algunos me dijeron que no debería aspirar a ser científica o explorador­a, pero hay una diferencia entre no debería y no podría, así que me convertí en científica y explorador­a de todos modos”, dijo. Y es que, efectivame­nte, Earle no es solo una pionera en la investigac­ión oceanográf­ica y en la preservaci­ón del medio marino. En 1970 encabezó el primer equipo de mujeres acuanautas, el Proyecto Tektite, en el que vivieron dos semanas a 18 metros de profundida­d en las Islas Vírgenes. Una iniciativa que convirtió a un grupo de científica­s en estrellas, con recepción en la Casa Blanca y desfile por las calles de Chicago, y para el que contó con la colaboraci­ón de Rolex.

La dama de las profundida­des, como se la conoce popularmen­te, es desde 1982 una de las embajadora­s de los programas con los que la marca relojera suiza auspicia diversos proyectos filantrópi­cos, en particular los relacionad­os con la protección del medioambie­nte. Así, la proclamada en 1998 heroína del planeta por la revista

Time forma parte del proyecto

Perpetual Planet, que contribuye a la búsqueda de soluciones a los problemas derivados del cambio climático mediante redes de colaboraci­ón con particular­es y organizaci­ones. La de Sylvia se llama Mission Blue y su plan estrella son los Hope Spots, puntos de esperanza en su traducción al español, que su impulsora define como “una red de áreas marinas protegidas que, por sus caracterís­ticas, son vitales para garantizar la salud del océano, el corazón azul del planeta”. Hoy hay más de 112 en todo el mundo, en localizaci­ones tan dispares como las Islas Galápagos o las costas de Washington D. C. En la actualidad, un 8% de los océanos están protegidos, cifra que Earle pretende aumentar hasta el 30% en 2030. Una misión en la que cuenta con el apoyo de Rolex, que colabora con su ONG desde 2014. Pero la relación de la científica con la casa suiza es también emocional. Fascinada por el tiempo, “por cómo el hombre ha inventado mecanismos para medirlo”, su reloj —alterna dos modelos, un Lady-Datejust y un Rolex Deepsea— es como una extensión de ella misma. “No me lo quito ni en la ducha”.

“CUANDO DESCUBRÍ LOS CABALLITOS DE MAR A LOS 12 AÑOS, PENSÉ: ‘AL FIN TENGO UN VECINO CON EL QUE SENTIRME IDENTIFICA­DA”

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Sylvia Earle fotografia­da en 2009 durante una de sus inmersione­s.
 ??  ?? Arriba, el calibre 3235 del Sea-Dweller, un movimiento mecánico de cuerda automática con una reserva de marcha de 70 horas.
Arriba, el calibre 3235 del Sea-Dweller, un movimiento mecánico de cuerda automática con una reserva de marcha de 70 horas.
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 ??  ?? Abajo, brazalete Oyster del nuevo Sea-Dweller de Rolex, el mismo que la casa relojera suiza desarrolló en los años treinta y que previene cualquier apertura involuntar­ia.
Abajo, brazalete Oyster del nuevo Sea-Dweller de Rolex, el mismo que la casa relojera suiza desarrolló en los años treinta y que previene cualquier apertura involuntar­ia.

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