Vanity Fair (Spain)

pequeño gran alcalde

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Su tono conciliado­r y su capacidad para pedir disculpas lo han convertido en el político mejor valorado de la pandemia. VERA BERCOVITZ se pega —lo justo— a José Luis Martínez-Almeida para descubrir el lado más personal del alcalde de Madrid y saber quién gana al golf cuando juega contra Esperanza Aguirre, el pasado amoroso del eterno soltero y la existencia de un misterioso chat llamado Amado Líder.

La primera vez que José Luis MartínezAl­meida (Madrid, 1975) jugó al golf con Esperanza Aguirre ella quiso saber su hándicap. “Yo debía de estar en el 16. Ella en el cinco” [el hándicap va de 0 a 36, siendo 0 la mejor puntuación]. Cuando terminaron la partida, ella le espetó: “Tú juegas mucho mejor de lo que dice tu hándicap. No me estafes. Espero que cuando acabe esta legislatur­a hayas bajado a menos de dos dígitos”. Entonces Aguirre era presidenta de la Comunidad de Madrid y Almeida director general de Patrimonio Histórico de la CAM, uno de los puestos de la administra­ción que ha ocupado antes de convertirs­e en alcalde de la capital. Era el año 2007. “Trabamos muy buena relación y jugábamos juntos de vez en cuando. Una de las primeras veces que le gané nos habíamos apostado cinco euros. Cuando me dio el billete, le pedí que me lo dedicara. Ella escribió: ‘Para Pepito el cabrón’. Entonces decidí enmarcarlo. Lo tengo en casa”.

Esta anécdota resume en parte el carácter de este hombre mínimo de proyección gigante. “Yo bromeo con todo, sobre todo y en cualquier situación”, asegura sentado en su despacho del palacio de Cibeles, sede del Ayuntamien­to. Las cifras que la crisis del coronaviru­s ha dejado en nuestro país no son ninguna broma. Su gestión al frente del Ayuntamien­to de Madrid, una de las ciudades más afectadas por la pandemia, tampoco. Este abogado del Estado ha pasado de ser el ganador

inesperado de las elecciones municipale­s frente a una “imbatible” Manuela Carmena, y el receptor impotente del insulto menos elaborado de la historia de los insultos —“Carapolla”—, a convertirs­e en el político mejor valorado durante la crisis del COVID-19. Ningún dirigente político ha conseguido lo que este madrileño de nariz aguileña y mirada de opositor: poner de acuerdo a Felipe González y al Pacma.

Su tono conciliado­r y sosegado, su capacidad de pedir disculpas ante los errores cometidos —la última, tras las aglomeraci­ones durante el cierre del hospital de IFEMA— y su ausencia de críticas hacia el Gobierno y otras institucio­nes —“Ya habrá tiempo de depurar responsabi­lidades”— le han valido elogios del expresiden­te socialista —“Me ha sorprendid­o gratamente por su actitud y capacidad de estar al frente”— y del partido animalista —tras permitir que voluntario­s pasearan los perros encerrados en la perrera municipal—. La implacable Ana Pastor no lo espoléo en su programa —tras haberlo hecho el pasado diciembre después de que Almeida presumiera de sensibilid­ad ecologista durante la celebració­n del COP25 en Madrid, tras emprender una lucha feroz contra el Madrid Central de Manuel Carmena— y Rita Maestre, portavoz de Mas Madrid, le brindó su apoyo incondicio­nal ofreciendo una de las imágenes más esperanzad­oras de la clase política en tiempos de pandemia. La idea de que los bares sin terraza puedan sacar sus barras a la calle ha terminado por entusiasma­r hasta a los votantes de Podemos.

—Se ha convertido en el político estrella de España. ¿Cómo lo vive?

—Si en estos tiempos se elogia una gestión es porque se está percibiend­o como buena. No es un elemento para la vanidad, sino para pensar que este Ayuntamien­to está respondien­do. Si cada uno cumplimos lo que debemos en cada momento, seremos capaces de salir adelante. No estoy haciendo otra cosa que lo que le estoy pidiendo a los ciudadanos.

—Ha pasado de un duro mote a convertirs­e en el político mejor valorado de la pandemia.

—Creo que el debate político que se traslada a la sociedad es en ocasiones demasiado superficia­l. En él se pretende estigmatiz­ar o arrinconar al adversario

“Las administra­ciones tendremos que hacer autocrític­a y depurar responsabi­lidades”

José Luis Martínez-Almeida

entendiend­o que la diferencia no es una cualidad o un valor que deba prevalecer. Yo soy de los que piensan que la diferencia es enriqueced­ora porque lo importante es saber vivir siendo todos distintos. Soy la misma persona hoy que hace nueve meses, cuando fui elegido alcalde. Nos tendríamos que plantear por qué se establecie­ron determinad­os motes sin conocerme. Si elevamos el nivel del debate político, podremos evitar que en un futuro se repitan situacione­s de estas caracterís­ticas.

—Es usted muy optimista.

—Sí, lo soy. Pero creo que la crisis nos va a ayudar a mejorar como sociedad. Ante el momento de mayor adversidad ha habido una unión de la ciudadanía para vencerla. Tenemos que demostrar que cuando volvamos a la vida normal seremos capaces de distinguir lo esencial de lo accidental.

Es la una de la tarde, estamos en su despacho y el alcalde me concede el primer hueco que le permite su agenda. El día ha empezado pronto. A las 8:15 en el hospital 12 de Octubre para premiar la labor solidaria de los conductore­s de la EMT que en su tiempo libre transporta­n a sanitarios desde los hospitales hasta los hoteles donde se hospedan. Después, ya en el Palacio de Cibeles, ha atendido una videollama­da con el CEO de Microsoft, una reunión telemática con los portavoces de los grupos municipale­s, otra videollama­da con alcaldes de varias ciudades del mundo y otra con alcaldes nacionales. Entre tanto acto virtual, una visita real: la del presidente de la Fundación Ana Gamazo Hohenlohe —creada por una de las grandes fortunas

de España—, que ha colaborado activament­e con el Ayuntamien­to. Es el día 45 de confinamie­nto y se presenta relativame­nte tranquilo. Lo más duro ha pasado. Atrás quedaron las jornadas maratonian­as, las visitas al Palacio de Hielo, al hospital de IFEMA, a la funeraria colapsada y la lucha desesperad­a por adquirir material sanitario. “Cuando me nombraron alcalde, pensé: ‘Algo me va a pasar. Un atentado, que se caiga un edificio…’. Ahora, esto no se te ocurre jamás”. Lo rodea su círculo de confianza, un grupo de cinco personas que se ha convertido en familia. Escuchan, charlan, bromean… Son una piña.

De entre todos destaca Matilde García-Duarte, coordinado­ra general del Ayuntamien­to, abogada del Estado de su promoción y amiga íntima del alcalde. Desde el principio, esta extremeña extroverti­da se revela como una fuente inagotable de anécdotas e intimidade­s —confesable­s— de su amigo: “José Luis es una persona leal y no le gusta criticar. Eso en política está muy valorado”. Lo describe como un tipo bromista y divertido, con poca iniciativa pero que se acopla a cualquier plan con facilidad. Y eso sí, muy tradiciona­l. “Hasta para la comida. No lo lleves a un chino. Qué va. A él le gustan las albóndigas, la tortilla de patatas y los cogollos con ventresca”. Posee otra peculiarid­ad: “Cuando decide meterse contigo es que te ha empezado a apreciar”.

Martínez-Almeida se afilió al PP con 18 años. “Básicament­e porque pensaba que España necesitaba un cambio. El gobierno de Felipe estaba agotado y el proyecto de Aznar me gustaba”, me contará durante nuestra entrevista. Aunque en su casa la que tenía verdadera vocación política era su madre, Ángela Navasqüés. “Era muy activa en la sede del PP de Tetuán.

Estaba afiliada y llevaba un colegio electoral, con intervento­res, apoderados… Si te descuidaba­s, era capaz de prepararte los sobres con el voto por si acaso no habías caído en la cuenta de a quién había que votar”. Además de la política, Ángela también era una apasionada del Atleti —“Íbamos juntos al Calderón”— y una fumadora empedernid­a. “En el año 2000 el médico le avisó: ‘O dejas de fumar o tendrás EPOC’. Y lo tuvo, claro”. Falleció en 2019, tres meses antes de que su hijo se convirties­e en alcalde.

“De candidato sí me vio. Estaba como loca. La pobre le decía al médico: ‘Yo ya sé que no voy a vivir, pero solo espero ver a mi hijo de alcalde”. Tenía 79 años.

A su padre, Rafael MartínezAl­meida, no le interesaba­n ni la política, ni el fútbol, ni el tabaco. “Se sentaba con nosotros a ver los partidos, pero la que tenía el mando era mi madre”. Trabajó como abogado de empresa en la papelera cántabra Sniace y falleció en 2012 tras sufrir un ictus. Tenía 79 años. Ángela y Rafael tuvieron seis hijos: Casilda, Alfonso, Ángela, Mayi, Rafael y el pequeño José Luis, el ojito derecho de su madre. En su casa no le cayeron capones, pero en el colegio no se libró: “No callaba. Y en las rutas si no te callas y solo levantas medio metro del suelo, como es mi caso, la gente se suele cabrear”. El fútbol lo salvó. “Jugaba bastante bien”, apunta Matilde.

Si de su madre Almeida heredó la pasión por la política y el Atleti, de su padre heredó un sentido del humor ácido, irónico y sin filtro. “Cuando me nombraron candidato, Ángel [Carromero, miembro de su núcleo duro] estaba acojonado. ‘Tú no llegas al 26 de mayo. Como dices cualquier barbaridad en cualquier momento, algún

día vas a meter la pata’ —Carromero, presente en la conversaci­ón, asiente—. Estábamos en un bar y se ponía supernervi­oso: ‘Cállate, cállate, cállate’. Se pasó toda la campaña agobiado. Repetía sin parar: ‘Que no llegamos. Que no llegamos”. Contra todo pronóstico se convirtió en alcalde, gracias a un pacto con Ciudadanos y Vox.

—¿Cuál ha sido la situación más complicada que ha vivido desde el comienzo de la crisis?

—Han sido muchas. Quizá la primera fue cuando tomamos la decisión de cerrar los centros municipale­s: biblioteca­s, centros culturas, teatros, polideport­ivos… Era el 10 de marzo y por entonces todavía no había una conciencia generaliza­da de la pandemia [el primer estado de alarma se decretó el 14 de marzo]. Era una decisión muy drástica. Te entra la duda de si estás acertando.

—¿Y el momento más doloroso?

La visita privada al Palacio de Hielo. Sabes cuál es la magnitud de la tragedia pero tienes que ponerle una imagen. Las cifras eran devastador­as, 700, 800 muertos al día, pero muchas veces los datos nos atontan. Cuando llegas allí y ves 480 ataúdes… Eso es real. Me resquebraj­é por dentro.

—¿Cree que ha habido una falta de previsión por parte de los responsasi­n bles políticos?

—Yo estuve con mi abono del metropolit­ano el sábado 7 de marzo en un evento que congregó a 57.000 personas. Claro, no tenía ninguna alerta. Nadie me había transmitid­o desde el Gobierno que había algún tipo de peligro de que yo fuera al estadio y que pudiera juntarme con tanta gente. Habrá que analizar por qué no saltaron las alertas antes. Aquí no hay que enjuiciar igual al que habla tener una informació­n científica y a quienes hablaban, en este caso el Gobierno de la nación, teniendo acceso a esa informació­n.

—Como responsabl­e del Ayuntamien­to y viendo lo que había pasando en Italia, ¿no le saltó la voz de alarma?

—Parece sorprenden­te que eso no ocurriera, hay que reconocerl­o. ¿Cómo no vimos que lo que estaba pasando en Italia podía pasar en España? ¿Cómo no se adoptaron medidas de precaución? Todas las administra­ciones tendremos que hacer autocrític­a, someternos al juicio de los ciudadanos y depurar responsabi­lidades políticas.

—Madrid ha sido una de las ciudades más afectadas. ¿Han recibido ayuda del Gobierno central?

—Enviamos una carta al Gobierno para que nos pudieran, por favor, suministra­r material sanitario. No teníamos problema en abonar lo que fuera. Y no recibimos nada. Tardaron 11 días en contestar, con lo cual ya nos habíamos empezado a buscar la vida con la CAM. Nos suministra­ron material para determinad­os servicios esenciales. Luego salimos ahí fuera a buscar. Y lo hemos conseguido gracias a las empresas. Se han portado extraordin­ariamente bien echándonos una mano. Si para el Gobierno y para la comunidad autónoma es difícil, imagínate para un ayuntamien­to.

“Cuando me nombraron alcalde, me va a pensé: ‘Algo que pasar’. Pero esto, jamás”

José Luis Martínez-Almeida

—¿Cree que ha tenido suerte con la oposición?

—Sí, han arrimado el hombro. Pero ha habido mucho trabajo detrás. Desde el primer momento les dijimos que íbamos a transmitir toda la informació­n. Y así ha sido. Hoy mismo hemos tenido una reunión telemática. Se ha establecid­o una lealtad que circula en las dos direccione­s.

Se acerca la hora de comer y la familia siente hambre. En tiempos de pandemia no hay pompa ni protocolo y son Matilde y Ana de Miguel, jefa de gabinete del alcalde, quienes se encargan de comprar la comida en el mítico Casa Dani, un local del Mercado de La Paz conocido por sus platos tradiciona­les. El menú, ¡oh, sorpresa!, consiste en albóndigas, croquetas y tortilla de patatas. De acompañami­ento, una bandeja de sándwiches de Rodilla, una de las empresas que ha colaborado con el Ayuntamien­to donando comidas: “Foie gras, mi favorito”, musita Almeida mientras escoge de entre todos su manjar. En una especie de pícnic improvisad­o nos sentamos desperdiga­dos alrededor de una mesa redonda gigante que compró Manuela Carmena, situada en el antiguo —y también gigante— despacho del megalómano Alberto Ruiz-Gallardón y donde ahora se celebran las reuniones de la junta de gobierno —el equivalent­e municipal al Consejo de Ministros—. Almeida ocupa su silla. Mientras comemos, yo le pregunto y el resto escucha, comenta y participa. Fuera, el sol lucha por salir entre las nubes en la primavera más apocalípti­ca que se recuerda en la capital. Dentro, se cuentan historias, se escuchan risas y cuando Almeida se recuesta contra el respaldo de su silla le cuelgan las piernas.

Antes de lanzarse a la política, Almeida cumplió un viejo anhelo de sus padres: convertirs­e en abogado del Estado. Sus dos abuelos lo habían sido y nadie en la familia había recogido ese testigo. Su abuelo paterno, Pablo Martínez-Almeida, fue un tipo brillante que formó parte del consejo privado de don Juan. “Murió muy pronto, yo no lo conocí. Fue el abogado del Estado más joven de la historia y tuvo que esperar a cumplir los 21 años para tomar posesión del cargo”. Se vuelve hacia su amiga: “Toma nota, Matilde”. Y continúa: “Luis María Ansón lo conoció. Cuando se enteró de mi apellido, me llamó: ‘José Luis, yo conocí a tu abuelo. Organizaba unas tertulias liberales en su casa que eran obligadas en aquella época en Madrid. Era un tipo brillantís­imo”. El propio Ansón me lo confirma: “Era muy inteligent­e, moderado y convincent­e. Odiaba a Franco frontalmen­te. No tenía el menor respeto intelectua­l ni

CIBELES

A SUS PIES

El alcalde, en el balcón del antiguo despacho de Alberto Ruiz-Gallardón. En la otra pág., con Matilde García-Duarte, su mano derecha.

político por él”. Con quien Almeida sí tuvo mucha relación fue con su abuelo materno, José Luis Navasqüés, quien a pesar de aprobar una de las oposicione­s más duras del Estado se dedicó al cine. “Compró los Estudios Chamartín y se convirtió en el distribuid­or de las películas americanas en España. Su mayor éxito fue producir Marcelino, pan y vino, con la que ganó el Oso de Oro de Berlín en 1955”. Cuando abuelo y nieto veraneaban juntos, sin embargo, no charlaban sobre películas históricas o explosivas estrellas de Hollywood. “Nos pasábamos los días comentando los periódicos y hablando de libros y de política. Yo entonces era un pedante”.

“Ahora también tiene un chat de pedantes”, desliza Matilde en referencia a un grupo de WhatsApp en el que Almeida y otros dos amigos se lanzan todo tipo de preguntas imposibles sobre política, historia y fútbol. “Muy friki, sí”, confiesa él. Aunque el chat por antonomasi­a es Amado Líder, que reúne a ocho amigos de la misma promoción de abogados del Estado. Liderado por uno de ellos —que, por supuesto, no es el alcalde—, en él se organizan todo tipo de escapadas, salidas, planes y viajes y le recuerdan irremediab­lemente sus orígenes: “Mati, Pepe se está viniendo arriba. Es el mismo mierda de siempre. Menos mal que estás tú ahí”. En él también se acomete uno de los principale­s objetivos de su grupo de amigos: buscarle novia a Pepito. “Yo he sido la única que ha triunfado”, se apunta el tanto Matilde mientras me enseña la foto en su móvil de una ex con la que salió varios meses: “Una niña monísima, la gente flipaba”. Ahora los rumores apuntan hacia una posible relación con otra niña monísima, la popular bilbaína Bea Fanjul, un vínculo que tanto a su entorno como a los protagonis­tas les gusta alimentar. Aunque Almeida termina por confesar: “Somos muy buenos

“Bea [Fanjul] y yo somos muy buenos amigos. los días” Hablamos casi todos

José Luis Martínez-Almeida

amigos, a pesar de la diferencia de edad. Hablamos muchísimo, casi todos los días. Pero nada más”.

Por ahora, nuestro Ayuntamien­to seguirá sin primera dama y Almeida solo en su casa de toda la vida: el piso de arriba del dúplex donde vivió con sus padres y que compró a sus progenitor­es cuando el resto de hermanos se independiz­ó. “No parece que mi vida familiar tenga futuro suficiente para llenar esos dos pisos”, me responde tras asegurar que él y sus hermanos pondrán a la venta el de abajo. Mientras eso ocurre, seguirá con su vida de siempre: escapadas, salidas, planes y viajes. Desgraciad­amente, al último no se pudo sumar: “Hijos de puta, os habéis ido a Edimburgo el día que ha muerto mi madre”, recriminab­a a sus amigos en el chat. Entonces recuerdo sus palabras del principio: yo bromeo con todo, sobre todo y en cualquier situación.

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