Vanity Fair (Spain)

ACORDES Y DESACUERDO­S

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Hubo un tiempo, a principios de los 2000, en que Carlos Vázquez Moreno, conocido como Tibu —un tiburón implacable de los negocios—, era uno de los hombres más poderosos del mundo de la música en España. Mánager de Hombres G, El Canto del Loco, Javier Gurruchaga, Marta Sánchez, Javier Álvarez, Vicente Amigo, José Mercé o Aute, entre otros, había conseguido grandes proezas para sus representa­dos: la vuelta de Hombres G y su unión, a posteriori, para una gira con El Canto del Loco, que se recuerda como un hito en la carrera de las dos formacione­s; los míticos conciertos en 1993 del cubano Silvio Rodríguez y Aute; o que Vicente Amigo acabara tocando mano a mano con Sting en Send Your Love. Por entonces, Tibu alardeaba de tener 12 casas con servicio, un velero, dos Mercedes, un Porsche, un Range Rover, tres furgonetas, dos Harleys, 24 empleados y una cuenta con muchos ceros en La Caixa. “Era el mánager de moda con el que todo el mundo quería estar”, confirma el cantante de Hombres G, David Summers.

Pero todo quedó en suspenso un día de noviembre de 2010. Mientras Tibu navegaba por Ibiza, a su despacho llegaba una querella criminal por apropiació­n indebida y deslealtad societaria interpuest­a por El Canto del Loco. Hacía meses que tenía problemas económicos con sus artistas, quienes habían ido abandonánd­olo, pero esta vez un grupo lo acusaba de robo. Cinco años después, el mánager todopodero­so ingresaba en la cárcel de Soto del Real para pasar allí los siguientes cuatro años, dos meses y un día. Terminó de cumplir su condena en abril de 2019, con casi 60 años. Lo hizo arruinado, separado, sin apenas amigos y el estigma de quien ha pasado por prisión. Poco tiempo después lo conocí. “Me he cambiado de barrio, no soportaba cómo me miraba mi panadero de toda la vida”, me dijo enfundado en su inseparabl­e chupa de cuero mientras fumaba un cigarrillo tras otro. A veces parecía un hombre abatido, débil. Otras, alguien rencoroso,

traicioner­o. Ya entonces me anunció que bajo el brazo escondía un arma de destrucció­n masiva: los secretos de decenas de cantantes y músicos que habían trabajado con él. El resultado que se publica ahora, Memorias de un mánager (Malpaso), es un ejercicio, según él, de “honorable derecho a la venganza, como decía la mafia”. El texto arranca con una amenaza: “Guardo en el despacho de un notario fotos, correos, mensajes de texto y todo tipo de escritos de muchos personajes conocidos que romperían familias, empresas y hasta algún que otro partido político. No tengo intención de sacarlos a la luz, salvo que un juez o mi propia necesidad me obliguen a ello”. Lo que desvela en esta biografía es una parte de eso. Algunos ya preparan sus demandas.

Dice: “Sé que este libro va a levantar ampollas y me ganaré un montón de enemigos”. ¿Por qué lo ha escrito? —Como respondió Bill Clinton cuando le preguntaro­n por qué había hecho eso con Monica Lewinsky: “Porque quise y pude”. Y porque nunca me han dejado contar mi versión y estoy un poco harto. A estas alturas me da igual lo que piense la gente, se han dicho ya tantas mentiras. Quiero contar la puñetera verdad, me crean o no. La realidad de los artistas, del falso glamour y la falsa imagen.

—La lista de afectados es larga. Narra la vida más íntima de Hombres G, a los que describe como “gourmets del sexo”, y de alguien como David Summers, su amigo y representa­do durante 18 años.

—Si yo hubiera sido un mánager estándar segurament­e no hubiera decidido contar esto. Pero al haberme involucrad­o tanto en sus vidas y al haber recibido tantos bofetones cuando llegaron las vacas flacas, siento ganas de decir: “Todo lo que habéis dicho y hecho no es gratis”. Pero solo salpico un poquito. Si duele, que se jodan. Está muy bien que la gente crea que David

Summers es el yerno ideal de España y El Canto del Loco un grupo maravillos­o, pero igual no es así. Ni yo soy tan malo ni ellos tan buenos.

—Hace poco fallecía Aute. El País titulaba: “Luis Eduardo Aute, el hombre del que nadie habló mal”. Usted retrata a un hombre obsesionad­o por el dinero, que emprendió durante la gira con Silvio una verdadera batalla por las mejores suites de hotel, los mejores pasajes… Y escribe: “Uno de los personajes más inefables que he conocido”. ¿Le parece ético relatar esto de alguien que ya no puede defenderse?

—Teniendo en cuenta que lo escribí hace cuatro años, sí. ¿Hace cuatro años hubiera sido ético y ahora no? Con Aute tuve una relación de complicida­d mucho más allá del management. De Dani Martín me pude esperar la traición, incluso de Hombres G, pero de Aute nunca y fue de los primeros en bajarse del barco cuando hacía aguas y de muy malas maneras. Me dejó por teléfono. Luego, se dedicó a hablar mal de mí. Me fui enterando: “Oye, Aute te está poniendo a parir”. Aquello me dejó muy dolorido, porque quien había montado toda la película de la gira con Silvio y el movidón de Las Ventas había sido yo. Él solo no llenaba un teatro de 800 localidade­s. Sentí que todos los años de entrega habían sido mentira. No me merecía ser tratado de esa manera. Hay una imagen onírica y maravillos­a de un Aute que es el compendio de todas sus virtudes, pero hay un más allá también, cosas que la gente no sabe.

EL LIBRO DE LA VENGANZA Un año después de salir de la cárcel, Carlos Vázquez Moreno publica con la editorial Malpaso Memorias de un mánager.

—Hace un retrato de la profesión cainita. Su hijo es pareja de la hija de José Mercé, es decir, son ustedes consuegros. Y, sin embargo, dice de él que solo quería tener una casa grande, jugar al bingo y comprar visones para su mujer. ¿Sigue hablándose con su familia?

—Hay una cosa que me gustaría que se entendiera: he sido representa­nte de José Mercé durante 17 años, de Aute durante 18, de Summers otros tantos, lo que significa que lo he hecho muy bien. Si hubiera sido tan canalla como se dice de mí, me hubieran durado seis meses. En el caso de Mercé, él decide dejarme porque al principio en mi casa había Moët Chandon, luego latas de cerveza y después ni eso. Perdí el glamour y ya no molaba estar con Tibu. José se fue y se negó a cumplir los contratos que tenía firmados. Hizo que su abogado me mandara un burofax, uno de los textos más crueles que he leído en mi vida. Pude ampararme en la ley de incumplimi­ento de contrato, pero decidí no hacer nada. Y cuál es mi sorpresa cuando al salir de prisión mi hijo me dice: “Tengo novia y es la hija de José”. ¡Coño, vivir para ver! Están juntos, pero no tengo ninguna relación con su familia y cuento lo que es verdad.

“De Dani Martín me pude esperar la traición (…), pero de Aute nunca”

Carlos Vázquez, Tibu

Antes de que Tibu fuera Tibu “el mánager”, era Carlitos Vázquez, hijo de un arquitecto, procurador en las Cortes con Franco, al que le costó aceptar que su vástago, niño pijo educado en El Pilar, quisiera ser músico en un mundo que hacía grietas y otro nuevo se abría. Tibu fue el producto de ese Madrid de los ochenta donde los grupos de rock ensayaban en los locales de Embajadore­s, levantados con ladrillos de hueco y aislante acústico de fibra de vidrio. El Madrid de Barón Rojo, Obús, Burning, Rosendo o Banzai, con quienes Tibu tocaba. También de Ramoncín, de quien fue bajista con su éxito El rey del pollo frito en 1978. Una época en la que, según sus memorias, “rulaban las pastillas de todos los colores y las botellas de whisky

medio empezadas”. “Cuando conocí a Tibu era un crío grandón. Yo tenía la banda y nos faltaba un bajista. Este fue el que nos gustó más. Pero creo que tiene muy mala memoria con eso de las drogas: el batería no bebía ni agua, el guitarrist­a y yo fumábamos a lo mucho un porro… Éramos unos hippies. Lamento que diga algo que no es cierto para darle color al asunto”, asume estoico el cantante Ramoncín. Le sucede lo mismo a Hermes Calabria, batería de Barón Rojo, cuando le leo lo que narra su excolega Tibu sobre aquellos años: “Hacía tiempo que me rondaba la idea de dar clases. Junto a Hermes Calabria, el batería de Barón Rojo, monté una academia de rock: el Rockservat­orio”. Calabria se ríe: “La academia la monté yo con otro socio, Rubén Melogno. Tibu era solo profesor de bajo. No invirtió nada. No tengo nada contra él, pero tiene un problema con la verdad”.

on los años en los que, según cuenta hoy Tibu, llegó a ensayar durante dos meses con los Scorpions, se fue de gira por España con Jerry Lee Lewis en 1985 o tocó con Georgie Dann. “Todo en mi historia es así, aunque parezca mentira. Y eso que cuento lo que puedo, si explicara todo… No sé si Spielberg tendría tanta imaginació­n”. Hasta que en 1986 abandonó el bajo y empezó a trabajar en el sello musical Zafiro. Pronto fichó a unos jóvenes La Guardia, que llegaron a vender miles de copias con Mil calles llevan hacia ti o Cuando brille el sol. Tibu escribe: “Ganábamos tanto dinero que la cocaína no era un problema, el coste lo añadía en las liquidacio­nes de cada concierto, en el apartado ‘Camisetas de promoción’. ¡Nunca he visto unas camisetas más caras!”. Después llegarían Olé Olé, un joven Javier Álvarez o Manolo Tena.

No fue hasta 1997 cuando conocería a uno de los artistas que más dinero le haría ganar: David Summers. El cantante había dejado Hombres G y lanzaba su segundo disco en solitario, Perdido en el espacio. Summers recuerda aquellos años: “Yo buscaba nuevo mánager y un amigo común me habló de él. Fui a verlo a su oficina y me atendió supercariñ­oso, lo vi con muchas ganas de trabajar y eso me bastó. Nos dimos la mano y, a partir de ahí, Tibu le echó mucha ilusión. Hicimos una promoción enorme por México, viajamos juntos… Creyó mucho en mí. Éramos como hermanos”. Tal era su confianza, que Summers, quien se resistía a un regreso de Hombres G una década después de su despedida, terminó por ceder. “Fue cojonudísi­mo y un éxito enorme”, reconoce hoy. Pero Tibu quería más. “Había que darle un giro de tuerca a la estrategia”, escribe. Por entonces ya despuntaba­n los jóvenes de El Canto del Loco y su líder, Dani Martín, reivindica­ba en sus conciertos a sus colegas: “¡Que vivan los Hombres G!”, gritaba. En 2005 decidieron juntarse para una gira común que los llevó hasta el Calderón, donde reunieron a más de 55.000 personas. Tal era el éxito que El Canto del Loco había despedido a su anterior mánager y fichado por Tibu. “Hasta que todo petó”, dice Summers.

Era el año 2010 y el mánager todopodero­so debía dinero a todo el grupo. Summers hace memoria: “A Tibu siempre le había costado pagar. Yo le había reclamado alguna vez el sueldo de mis músicos, pero en esa ocasión el gestor me avisó de que nos debía mucho. Empecé a preguntar y también le debía a Dani Martín, a Mercé, a Aute, a todos. Un día lo cogí por la pechera y le dije: ‘¿Qué coño has hecho con la pasta?”. Pactaron con él que en su próxima gira el mánager no cobraría. No lo denunciaro­n, pero le dijeron adiós. “Me senté con Dani Martín a hablar. Nos dimos cuenta de que nos había tratado de enfrentar y nos había robado a todos. Lo mandé a tomar por culo”. Tibu reconoce en su biografía: “Estaba herido de muerte por la ruina”. Pero no explica cómo llegó a esta situación. Tampoco quiso decírselo a sus artistas. “Es algo privado”, les respondía.

—¿Puede hoy, por fin, contar qué pasó con el dinero?

—Mi empresa dependía de las líneas de crédito con los bancos que se renovaban cada seis meses. Yo acomodaba mis gastos a mis ingresos y a las líneas de crédito. Además, tenía varias inversione­s inmobiliar­ias porque me lo aconsejaro­n como valor seguro. Cuando llegó la crisis, que arrasó al sector de la música, el banco me dijo que las líneas de crédito me las renovaban por la mitad. Es decir: no solo no manejaba la liquidez al 100%, sino que también les debía el 50% de lo otro. Además, en ese momento los ayuntamien­tos dejaron de contratar en un 60%. Yo tenía una infraestru­ctura brutal con 24 empleados, lo que generaba muchísimos gastos, más las hipotecas… Había arrancado una oficina en México que todavía no era rentable. En definitiva: un montón de pasta que soltar todos los meses. Al final te caes.

—Pero había ganado muchísimo dinero con Hombres G y El Canto del Loco, entre otros.

—Sí, habíamos ganado mucha pasta, es cierto. Pero en función de los ingresos uno planifica sus gastos. La última gira de El Canto no fue tan rentable porque, al morir la hermana de Dani, lo que iban a ser 100 conciertos se convirtier­on en 15. Eso fue un auténtico desastre para la previsión económica y me vi navegando a la deriva en tres meses. Empecé a retrasar pagos, hasta que un día nos cortaron hasta la luz. Ese fue el fin.

El principio del fin, porque en noviembre de ese mismo año El Canto del Loco se querellaba penalmente contra él por apropiació­n indebida y deslealtad societaria. Habían descubiert­o que, pese a haber creado con su mánager varias sociedades para cobrar los

“[Tibu] creyó mucho en mí. Éramos como hermanos. (…) Hasta que todo petó”

David Summers

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no privadas, y nuestras dos ellos facturaban conciertos otros empresas de dos forma por tanto. por mi conjuntas las Y empresa que eso suyas así es Y ellos lo que —No aseguran hicimos. consta que así nunca en la sentencia. dieron conciertos su beneplácit­o desde a su que empresa usted facturara privada. —¿Si no lo sabían, entonces por qué emitían facturas a mi empresa privada para poder cobrar? —Según el auto, usted fue quien le dio esa orden al asesor fiscal. Ellos no eran consciente­s de ese proceder. —Eso es lo que declaró el asesor en el juicio por algo muy sencillo: porque hoy en día sigue siendo el asesor de Dani Martín. Yo hacía tiempo que había

beneficios recibía el dinero de las giras, en sus Tibu empresas privadas, desde donde distribuía las ganancias, y no en su totalidad. Lo acusaban de haberse quedado con parte

2008: unos 220.000 euros, además de los como Paz de los rendimient­os o Sin El beneficios Hombre rumbo, que también de Linterna, generaban la gira contratado­s de Hotel grupos La por Los ellos no juicios solo en otra no fueron cruzaron sociedad. duros. ni una Los mirada músicos negaron con Tibu, la mayor: sino que que ante fuera el su tribunal representa­nte. era nuestro “No agente era nuestro de contrataci­ón”, mánager, repitieron aconsejado­s por su abogado. Un golpe duro al ego. “Supongo que fue por estrategia procesal, pero me pareció muy cobarde que mintieran así. En su móvil Dani no me tenía grabado como ‘Tibu’, sino como

‘Papá’. Consto como mánager en sus discos, en la película…”.

Todos declararon severament­e, mientras él, apostado en primera fila, agachaba la cabeza. Dani Martín se arrancó ante el juez: “Yo me dedicaba a cantar, mi primo a tocar la guitarra, y un día me doy cuenta de que el dinero que ganamos no lo está cobrando la sociedad que habíamos creado para ello, sino este señor, que luego ha decidido pagarnos a nosotros. Un día en una junta le pedimos explicacio­nes. No obtuvimos ninguna justificac­ión de por qué ese concierto o ese patrocinio de La Caixa lo ha cobrado él por su empresa y no por la que habíamos creado juntos. ‘¿Me lo puedes explicar?’, le dije. Pues hasta hoy nadie lo ha hecho”.

—¿Por qué si habían creado unas sociedades para liquidar ahí las ganancias usted las desviaba a su empresa?

—Yo tenía un gestor externo que era el mismo que el de El Canto del Loco. Él nos dijo que si nuestras sociedades comunes tenían demasiados beneficios pagaríamos muchos tributos. Entonces, para no dar tantos beneficios, nos aconsejó que yo facturara dejado de ser su cliente y no acabamos bien. Este señor omitió la verdad.

—También quedó probado que cuando usted repartió las ganancias no distribuyó todo el dinero.

—Jamás desvié un duro de El Canto del Loco, lo puedo asegurar. Una cosa es la verdad judicial y otra la verdad. En el juicio no pude demostrar que no lo había robado, lo que no significa que lo robara. Hoy sí podría demostrarl­o porque he recopilado todas las facturas y tengo una auditoría que me hizo un auditor de cuentas del Estado que los jueces no quisieron admitir.

—El Canto del Loco asegura que ellos tampoco han podido probarlo, pero que usted les robó mucho más que los 220.000 euros que quedaron acreditado­s.

—Sí, he escuchado a Dani decir en varias entrevista­s: “Se quedó con mucho más, pero no lo hemos podido demostrar”. Afirma algo que no puede probar, qué impunidad más tremenda. Lo digo porque soy famoso y porque yo lo valgo.

El 29 de enero de 2015 Carlos Vázquez, Tibu, ingresaba en la prisión de Soto del Real. “Nunca voy a olvidar el olor de la cárcel ni el sonido de la puerta cuando se cierra tras de ti”. Pronto recaló en el Módulo 10, el de presos ilustres como el expresiden­te

¿DÓNDE ESTÁ EL DINERO?

Tibu afirma

que hoy puede

demostrar que

no robó a

sus artistas.

“Jamás desvié un duro de El Canto del Loco, lo puedo asegurar”

Carlos Vázquez, Tibu

de la CEOE Gerardo Díaz Ferrán, o Mario Conde. “Mario, abogado del Estado, estudió mi causa y punto por punto me fue dando una serie de argumentac­iones por las que yo no tendría que haber ido a la cárcel. Ahí me di cuenta de la importanci­a de tener un buen abogado. Está claro que me ganaron por goleada”.

—¿Cómo fue pasar de tenerlo todo, yates, decenas de casas, vivir con servicio, a estar en prisión?

—Es verdad que nací entre algodones, luego la vida me fue llevando por otros derroteros: viví la droga, estuve en La Legión, y eso me hizo aprender las normas de la superviven­cia. Cuando llegué a la cárcel y me tocó dormir en un colchón de mierda, un resorte dentro de mí dijo: “Eh, acuérdate de cuando dormías así en barracones”. Sobreviví. Pero he visto a grandes empresario­s que los primeros días lloraban como Magdalenas. —¿Qué sacó de positivo? —Haber tenido la oportunida­d de acceder a personajes que fuera no hubiera podido conocer. Y todo tipo de delincuent­es también. Éramos un abanico de personas pasando lo mejor y lo peor de cada día.

—Si tuviera la oportunida­d de cambiar algo de su vida, ¿qué sería?

—Haber sido uno más de El Canto del Loco.

—¿Y ahora, cuando echa la vista atrás, cuál recuerda como su momento más feliz?

—En mi vida personal dormir las siestas con mi madre y la primera vez que le di un beso a la persona con la que estoy ahora. En mi vida profesiona­l, el primer concierto de Vicente Amigo siendo yo su mánager. Fue como: “Ya he llegado”.

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Carlos Vázquez Moreno, Tibu, posa para Vanity Fair. Abajo, imágenes de David Summers y Dani Martín durante su gira conjunta en 2005.
ENCUENTROS MÍTICOS Carlos Vázquez Moreno, Tibu, posa para Vanity Fair. Abajo, imágenes de David Summers y Dani Martín durante su gira conjunta en 2005.
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Tibu y Summers, en México. (2) José Mercé con Aute y con (3) el Moraíto, su guitarrist­a. Los (4) Hombres G, en 1982. Banzai, su (5) grupo en los ochenta. Tibu con su otra gran pasión, las motos. (6) Con el doble platino de La (7) Guardia. Carlos Jean, Marta (8) Sánchez y Tibu. Galardón por el mejor tema Tecno-Dance a No hay (9) dinero. El Canto del Loco y David Summers durante el concierto en (10) 2006 en el Calderón. Aute, Tibu y el trovador cubano Silvio lvio Rodríguez.
ESTRELLAS DE LA MÚSICA (1) Tibu y Summers, en México. (2) José Mercé con Aute y con (3) el Moraíto, su guitarrist­a. Los (4) Hombres G, en 1982. Banzai, su (5) grupo en los ochenta. Tibu con su otra gran pasión, las motos. (6) Con el doble platino de La (7) Guardia. Carlos Jean, Marta (8) Sánchez y Tibu. Galardón por el mejor tema Tecno-Dance a No hay (9) dinero. El Canto del Loco y David Summers durante el concierto en (10) 2006 en el Calderón. Aute, Tibu y el trovador cubano Silvio lvio Rodríguez.
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