Vanity Fair (Spain)

LOS VIAJES QUE SERÁN

Mientras esperamos recuperar la rutina recordamos aquello que entendíamo­s como normal: los viajes, los conciertos, las salidas al cine o las cañitas en el bar con los amigos. Todo volverá, porque todo está por venir.

- POR JESÚS TERRÉS

Echo de menos los viajes menos de lo que cabía esperar, pero qué difícil imaginar la vida sin ellos; quizá es que lo hacía —lo hacíamos— tan a menudo que llegamos al agotamient­o, hasta el punto de que bajarse de un avión ya era una costumbre y no un calambre; y si una cosa tengo clara es que aquí te llevarás los vértigos y la piel erizada, nada más.

Repaso mi vida —es una de las cosas que nos ha traído este confinamie­nto— y una certeza se erige entre nostalgias: no tengo duda de que soy mejor persona —¿y de eso se trata, no?— porque he viajado, porque me he dejado cambiar tras cada viaje; las personas que quiero y admiro —con la edad, viene a ser lo mismo— viven pegadas a una maleta y suscribo cada palabra de

Medeiros, “muere Martha lentamente quien no viaja, ni lee, quien no sueña, quien no confía, quien no lo intenta”.

Volverán los viajes y las rutinas, el mundo será diferente —eso dicen— pero seguiremos anclados a este deseo de descubrir, esta hambre de vida que no se apaga; yo sueño con despertarm­e de nuevo en La Mamounia, en Marrakech, frente a ese inmenso jardín de limoneros, cedros y azahar, el atardecer al son de los cánticos del adhan y la luz de un hotel que es pura literatura: sé que nunca olvidaré aquel viaje. Las gaviotas sobre Ålesund y la carretera que baja serpentean­te y dócil hasta el fiordo de Ørnesvinge­n; los bellísimos paisajes de las Highlands y cada una de las destilería­s donde beber es un asunto serio, es que lo es. Me muero por volver a Sa Llagosta —la mejor caldereta de langosta de Menorca—, patear el paseo frente al mar de Puerto de Pollença y plantar una toalla con dos libros en nuestro rincón secreto de Mal Pas —Maca sabe

de Castro cuál es—. La penúltima en la Taberna Manzanilla del Cádiz más auténtico y las olas frente al Cantábrico en Ribadesell­a.

Ojalá la primavera que viene al son de los cerezos en flor de Kioto, bordear el lago Leman en Suiza o navegar las Azores frente a Lisboa; viajar también es colecciona­r trocitos de vida y yo quiero seguir atando cabos, conectando los puntos hacia atrás como Joel y Clementine en ¡Olvídate de mí! No puedo esperar por volver al cine un martes por la noche —qué placer es siempre entrar en un cine—; escuchar sin prisa Charo de Quique González con Los Detectives, Champagne Supernova de Oasis y Keep it Loose de Amos Lee en aquel inolvidabl­e concierto en Red Rocks. El ritual del folio en blanco, la gente que —todavía— vota creyendo en algo y las relaciones que sobreviven a lo fácil: lo fácil es dejarlo. Los bares de barrio; beber a media tarde —¿por qué no?—, la siesta tras la siesta y andarte, una y mil veces, Alcalá hacia Gran Vía bajo el cielo imposible de Madrid y esta certeza maravillos­a de que todo está por venir.

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Jesús Terrés sigue creyendo que el viaje es la religión más honesta, más nuestra: es la única que no te pide nada a cambio.
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