BLONDIE, DE CARA
Estoy preocupada por el COVID-19, que aquí ha sido horrible. En Nueva York es donde peor lo hemos pasado”. La voz al otro lado del teléfono es la de Harry. La chica Debbie que sobrevivió a una gira conjunta en los setenta con Bowie e Iggy Pop, la mujer que llevaba heroína a su pareja —Chris Stein— al hospital, la figura andrógina y bellísima a la que Warhol —que la inmortalizó dos veces y al que ella regalaba camaritas desechables— organizaba fiestas salvajes en Studio 54 ahora se siente un animal enjaulado por la pandemia. “Echo de menos actuar, tengo muchas ganas de volver a los escenarios”. Porque, a sus 75 años, a Harry aún le queda mucha
Blondie por delante. Su vida —desde la niña fantasiosa y adoptada hasta la rubia atómica que ya aupaba cada single al número uno cuando Madonna aún no se había comprado su primer tinte (y que eligió en parte por Harry)— ya la ha dejado por escrito en De cara (Planeta), unas memorias explosivas que ella trata como si fueran petardos; décadas de rock, de punk, de arte y vanguardia que cuenta como quien narra un martes: sin tragedia ante los reveses, sin ajustar cuenta y sin recrearse en el pasado, en el Nueva York punk que vivió en primera persona a través de Blondie, a la que Harry trata como a una persona distinta de la narradora. “No soy nostálgica”, me asegura. “Y no quería caer en la mitología, en romantizar esa época”, me cuenta mientras maldice el proceso de escritura. “El problema de hablar de tiempos pasados es que todo termina volviéndose romántico y artificial, hasta las cosas horribles: mira lo que hacemos con las películas de guerra. […] No, esto es mi vida”.