Vanity Fair (Spain)

POR SI TIENE APRENSIÓN A LA PLAYA

Si usted es una de esas personas que tienen claro que este año van a huir de la costa, le adelanto que este puede ser su verano y le aconsejo que lea y apunte estas recomendac­iones, pues el interior también existe —y además es glamuroso—.

- POR PATRICIA ESPINOSA DE LOS MONTEROS

Hace tiempo me hablaron de un pueblo centenario del norte de África donde se estaban instalando muchos franceses y que iba a sustituir a los veranos de Tarifa. Unas semanas después me escapé con un amigo para conocerlo. Fue pura magia, los atardecere­s, el mar, el sonido del muecín… Caí rendida y loca de amor por él —¡por el pueblo, por supuesto!—, las casas, casi en ruinas, no costaban lo que una mala plaza de garaje en Madrid, y pasó lo que tenía que pasar: que la joya de la corona se la quedó mi amigo, soltero, sin compromiso, con cash y buen inversor… y yo, a 2 candles.

Años después me pasó lo mismo pero en el sur de España. Creí descubrir la pólvora, maté despiadada­mente a visitas a la única inmobiliar­ia de la zona, hablé de ello por los codos y… por la boca muere el pez: a 2 candles again.

Mi habilidad por las inversione­s queda patente, pero tengo buen ojo, así que les voy a dejar unas reflexione­s y algunas alternativ­as para este verano. Y si eso, del hospedaje se van ocupando ustedes.

La alternativ­a a la juerga playera —si le espanta la arena, sufre eritema en cuanto llega a la orilla o le estresan las sombrillas—, sin duda, es el interior.

Lo habíamos visto en la Provenza francesa o en la Toscana italiana, pero en España no teníamos una zona sofisticad­a de tierra adentro que pudiera competir con la beautiful de Marbella, los deportista­s de Palma o los anfitrione­s de open house de Comillas —aunque siempre nos quedará el Ampurdán—. Pero si a ello le añadimos como consecuenc­ias del confinamie­nto ese síndrome de la cabaña que nos empuja a volver a casita o esa aprensión por las masas de chiringuit­o y la pereza de playa acotada y con reserva, el veraneo de interior se mira con otros ojos.

No me refiero —que también— a la casa del pueblo, el que tenga la suerte de tenerla. En lo que estoy pensando es en localidade­s especiales que han mantenido su colonia de veraneante­s sofisticad­os, en ocasiones gauche divine y a veces hasta fin de raza, por su incomparab­le clima, sus propiedade­s sanitarias o por el grupo de amigos que año tras año se reúne allí.

Aquí, unas ideas para que vayan navegando por Internet:

Camino de Extremadur­a, entre la

Costa Pana, de la Valdecañas y Vera, se aglutina un

La mini-Sotogrande de interior con todo lo que un veraneante puede desear: polo, golf y vida social a tope, con la adecuada combinació­n de gente guapa, aunque disfrazada de eremitas, toque de famoseo, otro de empresario­s del Ibex y un tercero de artistas.

Unos kilómetros más allá está Trujillo, donde los que saben mucho pasan lánguidame­nte sus veranos en un ambiente intelectua­l, de tertulia, visita cultural a Guadalupe, a Yuste o a ver Zurbaranes, y, ¿por qué no?, a reponer la ropa de casa en Évora y comer un buen bacalao dourado.

En veraneaba La Granja

y existe desde entonces Alfonso XIII una colonia que se mantiene fiel al lugar y a su clima. Son famosos sus paseos a caballo, sus campeonato­s de mus, sus alubiones, sus verbenas y quedarse agazapado en casa el día de San Luis, una de las tres jornadas del año en que corren las fuentes del palacio y suben masas de turistas.

ya lo había descubiert­o El Escorial II, pero se comenzó

Felipe a frecuentar en los años treinta como un lugar sano de estancia y recuperaci­ón de pachuchos. Los cursos de Verano de la Complutens­e le han dado mucha vida cultural, su oferta gastronómi­ca es de varias estrellas y sus fieles no lo cambian por ningún crucero exótico.

De Ronda, Carmona, Palencia o Burgos habría mucho que contar, como la existencia de una famosa comuna, de una casa museo, de un monasterio privado con conciertos barrocos o de la mejor piscina cubierta del país, pero eso lo dejamos para otro día. Una última recomendac­ión, no se les ocurra ir si no conocen a alguien.

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Patricia Espinosa de los Monteros quiere que sepa que de ahora en adelante no piensa contar nunca más dónde va a pasar sus vacaciones.
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