POR SI TIENE APRENSIÓN A LA PLAYA
Si usted es una de esas personas que tienen claro que este año van a huir de la costa, le adelanto que este puede ser su verano y le aconsejo que lea y apunte estas recomendaciones, pues el interior también existe —y además es glamuroso—.
Hace tiempo me hablaron de un pueblo centenario del norte de África donde se estaban instalando muchos franceses y que iba a sustituir a los veranos de Tarifa. Unas semanas después me escapé con un amigo para conocerlo. Fue pura magia, los atardeceres, el mar, el sonido del muecín… Caí rendida y loca de amor por él —¡por el pueblo, por supuesto!—, las casas, casi en ruinas, no costaban lo que una mala plaza de garaje en Madrid, y pasó lo que tenía que pasar: que la joya de la corona se la quedó mi amigo, soltero, sin compromiso, con cash y buen inversor… y yo, a 2 candles.
Años después me pasó lo mismo pero en el sur de España. Creí descubrir la pólvora, maté despiadadamente a visitas a la única inmobiliaria de la zona, hablé de ello por los codos y… por la boca muere el pez: a 2 candles again.
Mi habilidad por las inversiones queda patente, pero tengo buen ojo, así que les voy a dejar unas reflexiones y algunas alternativas para este verano. Y si eso, del hospedaje se van ocupando ustedes.
La alternativa a la juerga playera —si le espanta la arena, sufre eritema en cuanto llega a la orilla o le estresan las sombrillas—, sin duda, es el interior.
Lo habíamos visto en la Provenza francesa o en la Toscana italiana, pero en España no teníamos una zona sofisticada de tierra adentro que pudiera competir con la beautiful de Marbella, los deportistas de Palma o los anfitriones de open house de Comillas —aunque siempre nos quedará el Ampurdán—. Pero si a ello le añadimos como consecuencias del confinamiento ese síndrome de la cabaña que nos empuja a volver a casita o esa aprensión por las masas de chiringuito y la pereza de playa acotada y con reserva, el veraneo de interior se mira con otros ojos.
No me refiero —que también— a la casa del pueblo, el que tenga la suerte de tenerla. En lo que estoy pensando es en localidades especiales que han mantenido su colonia de veraneantes sofisticados, en ocasiones gauche divine y a veces hasta fin de raza, por su incomparable clima, sus propiedades sanitarias o por el grupo de amigos que año tras año se reúne allí.
Aquí, unas ideas para que vayan navegando por Internet:
Camino de Extremadura, entre la
Costa Pana, de la Valdecañas y Vera, se aglutina un
La mini-Sotogrande de interior con todo lo que un veraneante puede desear: polo, golf y vida social a tope, con la adecuada combinación de gente guapa, aunque disfrazada de eremitas, toque de famoseo, otro de empresarios del Ibex y un tercero de artistas.
Unos kilómetros más allá está Trujillo, donde los que saben mucho pasan lánguidamente sus veranos en un ambiente intelectual, de tertulia, visita cultural a Guadalupe, a Yuste o a ver Zurbaranes, y, ¿por qué no?, a reponer la ropa de casa en Évora y comer un buen bacalao dourado.
En veraneaba La Granja
y existe desde entonces Alfonso XIII una colonia que se mantiene fiel al lugar y a su clima. Son famosos sus paseos a caballo, sus campeonatos de mus, sus alubiones, sus verbenas y quedarse agazapado en casa el día de San Luis, una de las tres jornadas del año en que corren las fuentes del palacio y suben masas de turistas.
ya lo había descubierto El Escorial II, pero se comenzó
Felipe a frecuentar en los años treinta como un lugar sano de estancia y recuperación de pachuchos. Los cursos de Verano de la Complutense le han dado mucha vida cultural, su oferta gastronómica es de varias estrellas y sus fieles no lo cambian por ningún crucero exótico.
De Ronda, Carmona, Palencia o Burgos habría mucho que contar, como la existencia de una famosa comuna, de una casa museo, de un monasterio privado con conciertos barrocos o de la mejor piscina cubierta del país, pero eso lo dejamos para otro día. Una última recomendación, no se les ocurra ir si no conocen a alguien.