EN TREN LA VIDA ES MÁS BONITA
Y también mucho más tranquila. En estas esperadas y deseadas vacaciones, recupere los tradicionales viajes en ferrocarril y disfrute de unos itinerarios más pausados, e incluso literarios, llenos de parajes inolvidables. ¡Pasajeros, al tren!
Quién me iba a decir a mí que iba a acabar abrazando los viajes en tren con lo poco que me gustaban en mi —en algún momento, supongo— tierna infancia; a mi padre le encantaban —mi primer recuerdo de unas vías es precisamente aquel tranvía a la Malvarrosa, parábamos en Pont de Fusta para ir al rastro a por cómics y a por un tiempo que no volverá—, pero yo no entendía del todo aquel amor por el traqueteo incómodo y lento, muy lento; yo quería correr como
Ayrton y viajar al futuro en Senna coches voladores, como Marty McFly en Regreso al futuro o Rick Deckard en Blade
Runner, ¿quién quiere viajar en tren cuando podemos volar sin mirar atrás?
Hoy entiendo, qué de tiempo me ha costado, que lo que nos pasa es precisamente lo contrario: es imposible volar sin mirar atrás, no se puede avanzar sin entender que somos como acacias en busca del sol, pretendiendo tocarlo sin intuir que si algún día llegas a rozarlo es porque las raíces son fuertes, macetas de titanio y amor infinito; así que ahora comprendo aquellos viajes en tren —el viaje sin prisa, la charla trivial en la estación, ver pasar las calles, el trayecto como destino—; éramos camino al andar, papá, pero yo no lo sabía. Así que aquí me tienen: deseando el próximo viaje en tren y huyendo cuando puedo de terminales en aeropuertos de diseño, aburridísimos procesos de facturación y gasolineras grises en viajes en coche que ya casi no hago. Escribió
Ramón que “entre Gómez de la Serna los carriles de las vías del tren, crecen flores suicidas”, pero, qué va, crece la vida.
No hace falta que sea el Transcantrábrico Gran Lujo —desde Ferrol hasta San Sebastián recorriendo la cornisa cantábrica bebiendo champán con conciertos de jazz a bordo— o el trayecto por la Andalucía interior que propone Al Andalus, también a todo trapo, porque el placer del viajero está en el vagón de lujo pero también en casi cualquier tren regional; me viene a la memoria la llegada a la estación de Cádiz desde Santa Justa en Sevilla, la salinidad del Atlántico en la cara y el barrio más antiguo de Europa a mis pies. También aquel tranvía a la Malvarrosa de mi padre y de —“A bordo
Manuel Vicent de ese tranvía azul y amarillo con jardinera que iba a la Malvarrosa donde al empezar junio estallaba la luz en la vertical de todos los cráneos”— o los de Ávila y Soria que tan bien cuenta Delibes. Miguel
No quiero morirme sin recorrer el viaje que propone la
Bernina Express del norte al sur de Europa, cruzando los Alpes desde Chur, pasando por Davos, St. Moritz, Valposchiavo, y llegando hasta Tirano o el Orient Express desde Venecia hasta París, puro Gran Gatsby sobre raíles y recuerdos. Los atardeceres con la cabeza sobre el cristal desde Valencia hasta Sants. Los trenes que no he pisado. La memoria que un día será.