UNA BARONESA, MUCHAS VIDAS
Guía de etiqueta para el viajero moderno: ¿Alguien sabe a quién le corresponde el reposabrazos del avión? ¿Qué hay de llevar chandal en el aeropuerto? ¿Y cómo dominar el arte de la maleta perfecta con Samsonite?
Con 42 años Carmen Cervera se convirtió en baronesa Thyssen, pero ya de niña, su madre, María del Carmen Fernández, vio que llegaría muy lejos. Se educó en los mejores colegios; bailó flamenco ante Isabel II; a los 18 fue Miss España y un año después conoció en un avión al actor Lex Barker. Su madre la animó a pedirle un autógrafo. Él había dado vida a Tarzán, tenía 24 años más que Tita y en 1965 se casaron en Ginebra. Eso le abrió las puertas de la alta sociedad en Hollywood, pero su felicidad se vio empañada ocho años más tarde: a los 30, enviudaba después de que Baker sufriera un infarto. Aunque se repuso del golpe como siempre ha hecho. Se enamoró de Espartaco Santoni, productor y playboy, con el que se casó en 1975 y cuya relación fue más tormentosa que placentera.
Apareció en varias películas, pero el destino le tenía preparado algo más grande aún. A los 38 años fue madre soltera de Borja, del que no se supo hasta dos décadas después quién era el padre, el publicista Manuel Segura, y un año más tarde, en un crucero organizado por los Davidoff, conoció al amor de su vida: Heinrich von Thyssen-Bornemisza, barón, magnate y coleccionista 22 años mayor que ella. En agosto de 1985, tras darse el ‘sí, quiero’ en Inglaterra, ya era baronesa. Entró a formar parte de los círculos más elitistas del mundo del arte y en 1992 trajo a España la colección familiar e inauguró el Museo Thyssen en Madrid. Volvió a enviudar en 2002 y en 2007 (con 64 años) dio la bienvenida a sus hijas Carmen y Sabina. Desde entonces, Tita ha tenido algunas disputas con su primogénito, pero este 23 de abril llega a los 80 años con la serenidad de quien ha conseguido mucho más de lo que ella (y su madre) soñó.
Dicen que este será el año de los viajes. Y aunque las reglas del civismo son universales la etiqueta para hacerlo con clase había que actualizarla. Lo primero es ir ligero, nada más incómodo ni más antiestético que llevar colgando siete bultos. Aprender a viajar comienza con el equipaje: la maleta es el complemento ideal para demostrar estilo. La ropa se enrolla -no se dobla, ergo más espacio y menos arrugas- y solo valen dos “por si acasos”: una americana y un bañador, como todo bonvivant sabe. Si nos pregunta por nuestra maleta de referencia no hay duda: Proxis de Samsonite se desliza sin esfuerzo sobre sus cuatro ruedas dobles con suspensión, es expandible (añade capacidad extra), ligera, muy resistente y más sostenible (está fabricada con materiales 100% reciclables). Lleva un puerto USB integrado para cargar el móvil en movimiento, es personalizable y de diseño sofisticado. No es necesario volar en esmoquin pero hay una diferencia entre el desaliño y la comodidad. Vestir bien puede, con algo de suerte, hasta facilitar un upgrade. Además, nunca se sabe a quién podemos conocer en un aeropuerto y la maleta es el complemento ideal para demostrar cómo viajar con clase. El espacio personal es intocable: no se deben leer revistas ajenas por encima del hombro y aunque es una suerte cargar la batería del móvil gracias a la maleta Proxis de Samsonite al aterrizar hay que conectarlo en modo silencio. En filas de tres, el reposabrazos pertenece al asiento del medio y no es aceptable reclinarse en vuelos cortos. Y, siempre, avise al llegar.