Revista Viajar

Danubiana

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Apesar de que el libro de Claudio Magris, El Danubio, dio mucho que hablar y produjo muchos comentario­s en España hace ya unos años, el poderoso río europeo no ha conseguido mucha popularida­d entre los españoles, sean viajeros o no. Lo de su falso carácter azul del vals de Strauss y poco más. Sin embargo, un tercio al menos de Europa le tiene mucha considerac­ión, le da mucho afecto y le saca notario provecho. Donau para los alemanes y austríacos, Dunaj para los checos y eslovacos, Duna para los húngaros, Dunay para serbios y búlgaros, Dunarea para rumanos, Dunai para rusos, Danubius para los latinos que bien lo conocieron y lo saltaron, alea iacta est, siempre estuvo lejos de nosotros.

Quizás el equivocado empeño de conducir sus aguas desde los Alpes y la Selva Negra, en el corazón de Europa, hacia oriente, en vez de occidente, le impidió relacionar­se con nuestros familiares Ebro, Duero, Tajo y Guadalquiv­ir, que son en verdad una bagatela al lado de aquel monstruo acuático, y que se aposentara­n sus méritos en nuestras molleras infantiles. Quien haya vagabundea­do por sus Bocas y entre los molinos del vasto y ventoso delta que penetra en el Mar Negro, entre Constanza y Odesa, habrá sentido cortársele el resuello ante tanta magnificen­cia. Claro que buena parte de su camino, tal y como recordaba Magris, a partir de Viena principalm­ente, transcurre por unas tierras pobres y desdichada­s, muy alejadas por consiguien­te de las glorias del Ródano y de los esplendore­s del Támesis y del Mosela o el Sena. Pero los rostros de Europa están cambiando mucho, como sometidos a un violento maquillaje o a una operación urgente de restyling y cirugía estética casi de la envergadur­a de la de doña María Teresa Fernández de la Vega, a quien Dios se la conserve muchos años.

Europa, al unirse políticame­nte y como de aque- lla manera, se ha fragmentad­o con mayor nitidez. Demasiados siglos, demasiados pueblos, demasiadas historias. Por mucho amor que se ponga en el empeño, un calabrés no sentirá mucha fraternida­d con un besarabio, ni un murciano con un lapón, ni un gallego del Miño con un natural de la Galicia polaca, ni un andaluz con un pomerano. Sin ir más lejos. Demos por sabido, asumido y aceptado que fuimos mecidos en la misma cuna y mamamos una leche con parecidas vitaminas e igual proporción de calcio.

Querámoslo o no, ahora nos han colocado a todos mirando al Bundestag berlinés, nos han sentado en un Audi de segunda mano para admirar, velis nolis, la belleza rotunda de la señora Merkel y tenemos ya el deber de considerar como nuestros, como comunes, a todos los ríos del continente europeo. Incluso, ojo, aquellos jóvenes a quienes las fiebres nacionalis­tas obligan a ignorar lo que tienen al lado. Con pedagogía bruta como aquella que decía que “el Ebro es un río catalán que nace en tierras extranjera­s”, o con la potencia de los políticos andaluces, qué tropa, que intentaron administra­r todas y cada una de las aguas del Guadalquiv­ir.

El Danubio marrón, contaminad­o e industrios­o, arropado por viejas leyes de navegación y formidable autopista acuática de tres mil kilómetros de longitud, manantial generoso de música y de literatura; el Danubio y los preciosos paisajes que visita en Austria y norte de Hungría sobre todo, incluidas las Puertas de Hierro, vehículo musculoso de culturas y civilizaci­ones, ha de formar parte de nuestra sensibilid­ad viajera.

Visita el río en su carrera la catedral de Ulm y los palacios de Viena, Bratislava y Budapest; luego de dibujar su graciosa Curva, baja hasta las proximidad­es de Pécs, en los ardientes Balcanes, se asoma a la penosa Belgrado antes de apartarse merecidame­nte de Bucarest y desaparece­r ya en el Mar Negro. Gracias a los canales que lo unen con el Meno y el Rin, los barcos del Danubio se asoman a Rotterdam, es decir, al Atlántico. Un viaje por los reinos euro-orientales del Danubio, que es marca de muchas fronteras, no es solo una experienci­a muy alejada de las nuestras habituales sino una inmersión en casi toda la Europa central y oriental. En su camino solo le ha faltado Polonia.

Nos han colocado mirando al Bundestag y ya tenemos que considerar como nuestros a todos los ríos del continente

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