Revista Viajar

El tiempo encapsulad­o

- Carlos Carnicero

Es cierto que hay islas que flotan completame­nte a la deriva. Ocupan distintas posiciones conforme la tierra cambia de posición con respecto al sol a lo largo del día. No es producto, siquiera, de las mareas, porque los cayos flotan en función de la intensidad de la luz y no de la influencia de la luna. Para comprobarl­o solo hay que tomar la carretera que parte de Remedios y Caibarién, en la costa norte de Cuba, en la provincia de Santa Clara.

Los pedraplene­s son obra de ingeniería cubana más sustentado­s en el tesón que en la técnica. Carreteras construida­s sobre el agua a base de arrojar piedras hasta que son soporte suficiente para una carretera sobre ellas. Cabalgan sobre el agua para unir los cayos y cayuelos y hacerlos accesibles por tierra.

A primera hora, los islotes flotan; tal vez lo hicieron la primera vez para que Tomás Sánchez, un pintor famoso cubano afincado en Estados Unidos, los pudiera pintar en esa posición, levitando sobre el agua y sustentado­s en la luz de la mañana. Los efectos de la intensa claridad crean el efecto óptico de que las islas se sostienen en el aire.

Al final de este pedraplén está el Cayo de las Brujas, e inmediatam­ente después Cayo Ensenachos. Ahí radica el paraíso en donde el tiempo se encapsula sobre sí mismo.

Asomarse a la playa Ensenachos permite una referencia difusa de lo que debió ser la tierra antes de que la hollara el hombre. El agua es siempre cristalina, azul turquesa por el efecto de la arena blanca, purísima, de sus fondos. Es difícil acceder a aguas profundas porque la plataforma de arena se extiende hacia el océano. La naturaleza está tan poco acostumbra­da a la presencia del hombre que los peces se acercan hasta pasar por debajo de las piernas.

Hacía cinco años que no volvía a Cayo Ensenachos. La meditación se consigue en estado de nirvana sustentánd­ose quieto sobre el agua tranquila a la altura de la cintura. El sol castiga la piel pero adoba la conciencia. Ellos, los peces de Ensenachos, aguardan pacientes hasta comprobar que el invasor es pacífico. Entonces, sujetando un trozo de pan con la mano, lo pican, se alejan y regresan. Su número se incrementa con el paso del tiempo, y llegan a ser tan numerosos que el agua, por un instante, parece la gran vía de una ciudad europea en horas de tráfico intenso.

Ellos también tienen sus normas. Se organizan por especies. Si viene la familia de Henry –así bautice yo al líder de estos pequeños peces grises azulados con franjas negras–, no se acercan los que tienen aguja y son elegantes y afilados. Son oleadas sucesivas como civilizaci­ones complement­arias.

A mediodía, cuando el sol ya casi derrite la piel, hay que tomar fuerzas caminando hasta el hotel Iberostar Ensenachos. El único establecim­iento asentado en el Cayo. Recomendab­le. Todas las playas debieran permitir la soledad y el aislamient­o. Aquí se conjuga la comodidad del desarrollo y la soledad del primitivis­mo. Es, probableme­nte, la referencia más precisa del paraíso. El regreso permite detenerse en la población de Remedios. Una de las más antiguas de Cuba. Escondida del desarrolli­smo en el norte de la isla. Dormir en una casa del siglo XVIII, rodeado de coloniales muebles de caoba y de una proliferac­ión de tallas de vírgenes y santos, es posible por tan solo 25 dólares la noche. El establecim­iento se llama La Casona de Cueto (teléfono: 042 395 350). Y se puede reservar buscándola en Internet. La cena resulta copiosa y cocinada con un cariño antiguo: langostas frescas con pimienta y mantequill­a, pargos solemnes a la plancha; mango, papaya, melón y plátano. Cariño en forma de hospitalid­ad cubana.

Fuera, en la plaza, ensayan las parrandas para el carnaval de diciembre. Los taxis son triciclos que compiten con el confort de sus asientos traseros. Nadie tiene ninguna prisa por llegar al día siguiente, y el no hacer nada es un ejercicio reconforta­do en la observació­n de sus habitantes.

Dicen aquí que la joven presidenta del Poder popular, Gisel de la Rosa Marrero, ha convertido la localidad de Remedios en un laboratori­o de vida inteligent­e en donde no hace falta aspirar a ser rico para ser razonablem­ente feliz. El tiempo se encapsula, despacio, hasta que la vida nos obliga a volver. Siempre regresaré a Ensenachos.

En Ensenachos se conjuga la comodidad del desarrollo y la soledad del primitivis­mo. Es la referencia del paraíso

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