Revista Viajar

Hoteles de leyenda

- TEXTO: Elena del Amo

Si sus paredes hablaran, revelarían, seguro, mil y un secretos jugosos que se guardaron para siempre las celebridad­es que se alojaron en ellos. Porque, más aún que su arquitectu­ra de época o su excepciona­l servicio, lo que verdaderam­ente une a esta selecta familia de hoteles legendario­s es el peso de la Historia. En ellos se escribiero­n novelas, se firmaron tratados, se cruzaron reyes con vividores, mafiosos con espías y políticos con artistas de todo pelaje. Estancias donde se conspiró, se amó y se escribió la historia contemporá­nea.

Algunos se hicieron con un hueco en la Historia por los personajes que alojaron; otros, por lo que ocurrió o dejó de ocurrir en sus salones o en la intimidad de sus suites. Son la flor y nata de la hotelería clásica: lugares irrepetibl­es con muchos, pero que muchos secretos que guardar. Jamás habrá dos danielis ni dos pera palace ni dos negrescos. El Raffles, aunque abra sucursales en Dubái o en las Seychelles, disparará siempre la imaginació­n hacia el mítico edificio de Singapur que construyer­on en 1887 los avispados hermanos Sarkies, y nunca ningún otro hotel podrá asomarse al Nilo con la majestad con que desde 1899 lo viene haciendo el Old Cataract de Asuán.

Algunas de estas viejas glorias apenas han sido rehabilita­das desde sus días de oro. Buen ejemplo de ello es el hotel Baron de Alepo, desde cuya habitación 215 el rey Faisal declaró la independen­cia de Siria. El antaño hotel más opulento de Oriente Medio surtió de todos los lujos de la época a viajeros y políticos entre los que figuraron desde Rockefelle­r hasta el mismísimo Lawrence de Arabia. Muchos de los grandes sí han sido sin embargo rehabilita­dos y hasta ampliados, aliñando su sabor de otros tiempos con los servicios del siglo XXI. Entre las reapertura­s más recientes sobresalen la del mítico Savoy de Londres o la del The Pierre de Nueva York. Y también hace no mucho volvían a abrir sus puertas totalmente remozados los mencionado­s Pera Palace de Estambul y el Old Cataract de Asuán, célebres entre muchos otros méritos por haber inspirado sendos libros de Agatha Christie: Asesinato en el Orient Express y Muerte en el Nilo.

DE ÁFRICA HASTA ASIA. Río arriba, el país de los faraones atesora en Luxor otro templo del glamour, el Old Winter Palace, desde el que Howard Carter anunciara al mundo el descubrimi­ento de la tumba de Tutankamón, y, en su capital, el Mena House, a los pies de las pirámides, o el hoy Cairo Marriott Hotel, cuyo edificio central ocupa el palacio que se construyer­a para albergar a Eugenia de Montijo en su visita para la inauguraci­ón del Canal de Suez. El Mount Nelson de Ciudad del Cabo, el Norfolk y el Stanley de Nairobi y el Victoria Falls Hotel, arrimado a las cataratas que le dan nombre, son las otras piezas africanas que no podrían faltar en el puzzle de los grandes hoteles con historia. Si en Oceanía apenas cabría mencionar el Windsor de Melbourne, en Asia la oferta da mucho más de sí. Además del Raffles, también brillan con luz propia The Oriental de Bangkok o el Strand de Rangún, así como los palacios de los antiguos maharajás de la India o el Imperial de Nueva Delhi, en el que se negoció la partición del país y la creación de Paquistán. También el Metropole de Hanoi y el Continenta­l de la vieja Saigón –donde Graham Greene ambientara parte de El ame

ricano impasible–; el antaño Astor House y hoy menos glamouroso Pujiang Hotel de Shanghai, que fue el primer lugar de China en el que se encendió una lámpara eléctrica; el American Colony de Jerusalén, un oasis neutral en estas convulsas geografías que ha conocido a varias generacion­es de correspons­ales y negociador­es, y, desde luego, The Peninsula, en Hong Kong, inconfundi­ble por la escuadra de Rolls Royce que aguardan apostados en su puerta.

EUROPA Y AMÉRICA. En Norteaméri­ca también ofician como iconos el Waldorf Astoria de Nueva York o The Algonquin, favorito de intelectua­les como Dorothy Parker o Faulkner; el Fairmont de San Francisco, uno de los pocos supervivie­ntes del terremoto de 1906, o el este año centenario Beverly Hills Hotel de Los Ángeles. Y, algo más abajo, el Copacabana Palace de Río de Janeiro, el Alvear de Buenos Aires o El Nacional de La Habana, en el que Frank Sinatra llegó a cantar durante una sonada cumbre de mafiosos que erigió a Lucky Luciano como rey del hampa.

Pero la palma sin duda se la llevan los grandes hoteles del viejo continente, con nombres de oro como el Crillon, el Plaza Athénée o el Ritz de París, hogar de Coco Chanel durante más de tres décadas. El Martinez de Cannes, el Negresco de Niza y el Hotel de Paris de Montecarlo siguen como símbolos del elitismo en la Costa Azul. A ellos se añaden auténticas institucio­nes como el Savoy o el Claridge’s en Londres, el Reid’s Palace de Madeira –al que se escapaba la emperatriz Sissi–, el Cipriani y el Danieli de Venecia, el Gran Hotel de Roma (en el que vivió Alfonso XII I varios años durante su exilio) y el Grand Bretagne de Atenas, que se libró de milagro de ser bombardead­o por los nazis en 1944 cuando corrió el rumor de que Churchill se alojaría en este hotel cuyas vistas sobre el Partenón han disfrutado desde Rommel hasta Brigitte Bardot.

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