VOGUE (Spain)

Samantha Cameron

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odas las tardes sonaba la BBC 6 en la radio. Presidida por una vieja máquina de coser, la mesa del comedor del nº10 de Downing Street estaba atestada de retales de tela y papel kraft. Oía los temas de The Cure, The Smiths y Debbie Harry mientras Samantha Cameron (Sheffield, 1971) trazaba las líneas sobre papel con tiza de sastre. Era 2011, un año después de que su marido, David Cameron, fuese nombrado primer ministro de Reino Unido. Sam –como todos la llaman– había pedido reducción de jornada –tras el nacimiento de su cuarto hijo, Florence–, en Smythson, la firma de marroquine­ría británica por excelencia donde trabajaba desde hacía 25 años como directora creativa.

«Diseñar es algo que llevaba pensando desde hace mucho tiempo, pero nunca pensé en dar el salto y convertirl­o en algo ‘real’. Entonces fue cuando me decidí a tomar un curso de patronaje en casa que me permitió entender y apreciar el arte que hay en esta métier –asegura hoy, en exclusiva para Vogue España–. Siempre estuve realmente interesada en la ropa. Mis abuelas eran dos mujeres extremadam­ente estilosas y me fijaba en ellas. Recuerdo mi infancia en Escocia cuando estaba obsesionad­a con la idea de hacerme una larga capa de terciopelo verde con capucha. Ahí entendí que la ropa tenía el sentido de un semáforo, era una forma de jugar con la imagen y los colores. Pero jamás imaginé llegar a este punto». Seis años después de que hiciera aquel curso, su propia firma de ropa se ha hecho realidad con Cefinn –«quería un nombre que fuese personal para mí, de ahí el acrónimo con las iniciales de mis hijos [Cameron, Elwen,

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