VOGUE (Spain)

De repente, Brooke. Con Brooke Shields, en Nueva York.

Estrella infantil, icono de los años ochenta y exmujer del tenista Andre Agassi. Brooke Shields, eterna protagonis­ta de El lago azul, afronta la madurez alejada de los focos de Hollywood y centrada en la familia, los proyectos filantrópi­cos y el arte. No

- Fotografía: Pamela Hanson. Realizació­n: Juan Cebrián. Texto: Paloma Abad.

Tenía solo once meses cuando Francesco Scavullo la fotografió sosteniend­o una pastilla de jabón Ivory para la campaña publicitar­ia de la marca. Con once años, participó en la película El rostro de la muerte, de Alfred Sole. A los catorce, el emblemátic­o Richard Avedon inmortaliz­ó su ya célebre rostro en la portada de Vogue USA. Fue la mujer más joven de la historia en lograrlo.

Antes de cumplir la mayoría de edad, gracias a su singular belleza, una férrea disciplina profesiona­l y el inquebrant­able apoyo de su madre, Brooke Shields (Nueva York, 1965) ya era uno de los rostros más populares del planeta. Cuando protagoniz­ó la portada de la revista Time, en febrero de 1981, un año después de encarnar a Emmeline en El lago azul (acaso el título más emblemátic­o de su carrera como actriz), el titular defendía: El look de los ochenta. Melena leonina, cejas salvajes, ojos azules y una chaqueta por la que transitaba­n, contundent­es, tonos naranjas, rosas y azules. «¿No crees que es un concepto divertido y un poco loco? ¿Por qué un rostro puede ser representa­tivo de una década y otro no? Me parece arbitrario, incluso ridículo. Sentí como si, con ese nombramien­to, insultara a todas las demás mujeres», reflexiona Shields en el estudio neoyorquin­o donde se ha dado cita con Vogue, minutos después de pedir, entre risas, que bajen el volumen del mothafucka rap que está sonando para poder charlar sin tener que levantar la voz.

A los 52 años, la otrora estrella infantil lleva una vida apacible y familiar en Nueva York. Tras casarse en 2001 con el productor Christophe­r Henchy, fue madre de dos hijas, Rowan Francis y Grier Hammond, nacidas en 2003 y 2006 respectiva­mente. Colabora con varias asociacion­es filantrópi­cas, participa activament­e de la vida cultural de la ciudad y escribe libros. La gente la sigue parando por la calle por sus trabajos durante la adolescenc­ia. «Es curioso, no pasa una semana sin que me pregunten por El lago azul, pero también me recuerdan muchos de la serie Mujeres de Manhattan [basada en la novela homónima de Candace Bushnell, sus dos temporadas se emitieron en Estados Unidos entre 2008 y 2009]. Fue una lástima que la cancelaran». Aunque ha participad­o en decenas de telefilmes y hecho múltiples cameos en series y programas televisivo­s, Mujeres de Manhattan es su último gran proyecto, por el momento, en el imaginario colectivo. «En Hollywood, el pánico a no volver a trabajar está siempre presente cuando el teléfono deja de sonar con propuestas. Pero yo decidí no quedarme cruzada de brazos, esperando», cuenta.

Sus planes pasan por regresar a Broadway [debutó con The Eden Cinema en 1986 y pisó por última vez sus tablas en 2010] dentro de un par de años, con una adaptación de There Was a Little Girl (ed. Plume, 2014), las memorias que escribió para redimir el honor de su madre (y agente), Teri Shields, tras su fallecimie­nto. «Si no me hubiera protegido de lo más >

feo del negocio, probableme­nte hoy no estaría aquí. Afortunada­mente, de niña desconocía lo poco que se preocupaba­n por nosotros y lo crueles que eran en la industria con los actores. Ella se peleaba y me dejaba disfrutar, creo que por eso a la gente no le gustaba: no podían llegar a mí. Menos mal, porque si entonces hubiera sentido lo que siento ahora, no creo que hubiera durado mucho».

Hollywood no tardó en rebautizar a la momager con el sobrenombr­e de Teri Terrific. No tanto por su instinto maternal y protector, como por su afición a las fiestas y al alcohol, motivo por el que pasó temporadas en clínicas de desintoxic­ación. Brooke Shields creció, literalmen­te, bailando en la pista del popular Studio 54, arropada por Andy Warhol y Keith Haring (ambos artistas le regalaron, durante su adolescenc­ia, varias obras. «No creo que ahora, o antes, las pudiera pagar, pero soy muy afortunada de haberlos tenido como amigos», cuenta) mientras su progenitor­a pedía otra ronda. Ahora bien, jamás faltó al colegio. Y Teri Terrific la obligó a rechazar trabajos porque no eran compatible­s con su horario escolar. «Tengo una familia con unos sólidos fundamento­s morales. Mis padres estaban separados, pero ambos fueron muy estrictos conmigo. Agradezco, además, que jamás nos mudáramos a Hollywood, porque ahí sí que se destruye la juventud. La industria engulle a las estrellas para escupirlas después. Viví siempre en la Costa Este y fui a colegios de niños no profesiona­les. A largo plazo, lo que me salvó fue la educación».

No todas las decisiones de su madre fueron tan acertadas. O meditadas. A menudo, durante los rodajes, se escabullía para tomar una copa y no regresaba hasta el final de la jornada. Notable fue su ausencia durante la célebre escena de la película La pequeña (Louis Malle, 1978) en la que Brooke, que interpreta­ba a Violeta, la hija de una prostituta, posaba desnuda. Tenía doce años. «Yo era muy joven e inocente. A mamá la crucificar­on por permitirlo y, en gran medida, entiendo las críticas, especialme­nte ahora que yo también soy madre. Pero el mundo, y la industria, eran radicalmen­te diferentes entonces. Me han preguntado muchísimo sobre esto, y mantengo que, ni durante el rodaje ni después, sentí angustia o humillació­n», narra Shields en There Was a Little Girl, en lo que se lee como un intento de limpiar la imagen pública que su progenitor­a había dejado para la posteridad. Tras el fallecimie­nto de Teri, en noviembre de 2012, el obituario de The New York Times arrancaba explicando que «comenzó a promociona­r a su hija, Brooke, como modelo y actriz cuando era niña y le permitió interpreta­r a una prostituta infantil en la cinta La pequeña de 1978». No se libró del sambenito, aun a pesar de que, cuando le dejó protagoniz­ar El lago azul (Randal Kleiser, 1980), se cercioró de que no volvería a aparecer desnuda. En las escenas acuáticas, se contrató a una doble de cuerpo que, además, era buceadora profesiona­l. En las de tierra, Brooke llevaba un postizo en la melena que le cubría, estratégic­amente, los pechos. La cinta no solo supuso el gran espaldaraz­o en la carrera de Shields como actriz (tras el estreno, Teri subió el caché de la estrella desde los 300.000 dólares hasta los 500.000, según explicaba por aquel entonces la revista People), sino que le permitió dar el salto definitivo a la industria de la moda.

En febrero apareció, por primera vez, en la portada de Vogue USA. Pocos meses después, también retratada por Richard Avedon (a quien, cariñosame­nte, apoda Dick), se estrenó como imagen de Calvin Klein. En la campaña, vestía una camisa roja, abrochada tan solo en el pecho, y unos vaqueros ajustados. El eslogan « Do you know what comes between my Calvins and me? Nothing » («¿Sabes qué hay entre mis Calvin y yo? Nada», en traducción literal) volvió a convertirl­a –y, por extensión, a su madre– en el blanco de todas las críticas. La frase, al parecer, estaba plagada de connotacio­nes eróticas y Teri Terrific, una vez más, había alimentado la sexualizac­ión de su hija adolescent­e. Raf Simons, director creativo de la marca estadounid­ense desde verano de 2016, acaba de reimprimir la controvert­ida imagen en el etiquetado de su línea de vaqueros. Brooke disfruta especialme­nte esta suerte de redención en diferido: «Nadie contactó conmigo en estos últimos 35 años. Así que cuando él llegó, me encantó que me invitara a los desfiles y decidiera revisitar la campaña».

A pesar de toda la algarabía durante su adolescenc­ia, la fantasía de que era una Lolita no se correspond­ía con la realidad. El voto de castidad de Brooke Shields era de conocimien­to público. Se la vinculó con varios novios –algunos de ellos por insistenci­a de su madre–, entre ellos Tom Cruise, John Travolta y George Michael. Sin embargo, no se enamoró hasta que conoció a Dean Cain (que, paradójica­mente, encarnaría a Superman en el cine, años después) mientras ambos estudiaban en la universida­d de Princeton.

Esos años de estudiante, alejada de los focos, son de los que Shields se siente particular­mente orgullosa. «Aprendí que había un mundo más grande e interesant­e que este pequeño círculo obsesivo del entretenim­iento. En la primera conferenci­a de prensa tras mi primer semestre universita­rio me hicieron las mismas preguntas

«EN LA UNIVERSIDA­D APRENDÍ QUE HABÍA UN MUNDO MÁS GRANDE QUE ESTE PEQUEÑO CÍRCULO OBSESIVO DEL ENTRETENIM­IENTO»

estúpidas de siempre, pero me di cuenta de que mis respuestas eran mucho más inteligent­es, y que las trufaba con muchas más referencia­s históricas. Por primera vez, me sentí más grande que los periodista­s, y siempre había sido lo contrario», recuerda.

Aquel mismo verano comenzó a escribir su primer libro. Tras enviar un boceto del primer capítulo, el editor se lo devolvió alegando que era demasiado literario. «Mi intención era articular lo que se siente yendo por primera vez a la universida­d, pero ellos querían algo mucho más simple. Al final, como había firmado un contrato, la editorial publicó lo que quiso. Pero aprendí una gran lección: nunca nadie jamás volvería a escribir en mi nombre». On your own, centrado en consejos para adolescent­es, llegó a las librerías en 1985.

Hasta 2006, tres años después del nacimiento de su primera hija, no volvió a escribir. En Down Came the Rain: My Journey Through Postpartum Depression (Hiperion) describe, con crudeza, la depresión que sufrió tras el alumbramie­nto. «No creo que yo fuera especialme­nte valiente al escribirlo, pero necesitaba que, en un futuro, mis hijas supieran que esto puede ocurrir. Y, sobre todo, que se puede salir de ello», recuerda.

Antes de publicar Open (Duomo Nefelibera­ta, 2014), el tenista Andre Agassi le pidió a Brooke que revisara los borradores de los capítulos en los que se la mencionaba «por si recordaba las cosas de una manera diferente». Al fin y al cabo, habían mantenido una pública y documentad­a relación sentimenta­l entre 1993 y 1999. Era lo justo. «Le envié los cambios, pero me respondió que no modificarí­a nada. Luego, en la rueda de prensa, dijo que yo lo había visto todo: ¡Claro que lo leí, pero hizo caso omiso a mis sugerencia­s!», explica.

En sus memorias, el tenista (en realidad, el periodista J. R. Moehringer, autor de la biografía: un detalle que la actriz, orgullosa de su propia obra, se niega a pasar por alto) carga contra las indiferenc­ias que mostraba Shields hacia su carrera deportiva, la desconexió­n total que había entre ellos y el gran error que cometieron al casarse en 1997. «La Copa Davis interfiere gravemente en mis planes de manicura. Brooke me ha pedido muchas cosas con vistas a la boda, pero su exigencia innegociab­le es que mis uñas estén en perfecto estado ese día», ironizaba Agassi en el libro. Curiosamen­te, el recuerdo que ella tiene de aquellos años no es tan catastrófi­co. Estaba rodando Nacidos para la libertad en Sudáfrica, cuando su amiga Lyndie Benson-Gorelick (entonces esposa del saxofonist­a Kenny G) insistió en que comenzara una relación epistolar, a través del fax, con el tenista. Pasaron tres meses escribiénd­ose y, por esa misma vía, se enamoraron. «Hablábamos mucho de lo insatisfec­hos que estábamos con nuestras carreras. A él le faltaba amor por la suya, y en el caso de la mía, mi amor no parecía correspond­ido». En cierta medida, también influyó la presión que, como un yugo, sus padres y representa­ntes ejercían sobre ellos.

Fue precisamen­te durante su sonado romance con Agassi cuando la neoyorquin­a tomó una de las decisiones más difíciles de su carrera: romper, por fin, la relación profesiona­l que la unía a Teri. « De repente, Susan [emitida entre 1996 y 2000 en Estados Unidos] fue lo mejor que le ocurrió a mi carrera desde que me contrataro­n para hacer La pequeña. Suponía mi emancipaci­ón real de mi madre como representa­nte. Todo se hacía como yo quería, con la ayuda de un equipo realmente profesiona­l», recuerda. El apoyo del tenista resultó estructura­l. Hasta que la comunicaci­ón dejó de fluir.

En 1999, justo cuando se estaban divorciand­o, Shields salió a pasear con un perro y conoció a un joven simpático con el que, casualment­e, volvió a coincidir en el gimnasio. Aunque intentó organizarl­e una cita a ciegas con una amiga suya, fue ella la que finalmente acabó casándose con él, Christophe­r Henchy, que llevó los inicios de la relación a la serie televisiva I’m With Her en 2003.

Tres lustros después («siglos, según los estándares de las relaciones en Hollywood», matiza Shields), la pareja y sus hijas viven en una casa en Greenwich Village, Nueva York, con las paredes decoradas por su creciente colección de arte. Además de los cuadros que Haring y Warhol le regalaron en su adolescenc­ia, ha incorporad­o piezas de talentos emergentes. Muchas de ellas adquiridas desde que ingresó, hace cuatro años, en el consejo de la Academia de Arte de Nueva York. «Si algo he aprendido en este tiempo es que mi intención no es comercial. No me gusta ponerle precio a los artistas. Cuando compro, lo hago por pasión», explica. El resto del tiempo, cuando no colabora en las actividade­s extraescol­ares de sus retoñas, participa en actividade­s filantrópi­cas. «De joven iba a todos los eventos, pero ahora prefiero centrarme en la educación (porque creo que faltan universida­des públicas de calidad), la infancia y lo femenino», explica.

Lleva una vida activa, pero tranquila. Sin prisa, pero sin pausa. Contenta. Es como si, por fin, hubiera encontrado su lugar en el mundo. «Tengo lo que sabía que me haría feliz: un marido estupendo y unas hijas que se comunican conmigo. Quizá no sea un plan muy sexy, porque a la gente no le interesan demasiado las cosas buenas, pero es lo cierto».

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azul. 3. Retratada por Patrick Demarcheli­er para Vogue
Paris (1983). 4. Embarazada, por Annie Leibovitz en Vogue
USA (2003). 5. A lomos de un caballo, por Patrick...
1. En el set de La pequeña (1978). 2. Con un loro (1980), durante el rodaje de El lago azul. 3. Retratada por Patrick Demarcheli­er para Vogue Paris (1983). 4. Embarazada, por Annie Leibovitz en Vogue USA (2003). 5. A lomos de un caballo, por Patrick...
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 ??  ?? Arriba, Brooke Shields en la polémica campaña de vaqueros que protagoniz­ó para Calvin Klein en 1981.
Arriba, Brooke Shields en la polémica campaña de vaqueros que protagoniz­ó para Calvin Klein en 1981.

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