VOGUE (Spain)

EL ÚLTIMO SUPERVIVIE­NTE.

Dries Van Noten en Amberes.

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Asegura Dries Van Noten (Amberes, 1958) que la moda es hoy más aburrida que nunca. «Solo tienes que observar los rostros de las modelos: en los años noventa, el descaro y las sonrisas campaban sobre la pasarela. Hacia el nuevo milenio, los semblantes se volvieron más serios y hoy, la apatía es la norma». La estocada del creador, lejos de ser anecdótica, va directa al corazón mismo de una industria que, explica, corre el riesgo de caer en la irrelevanc­ia. Quizás por ello es tan celoso en las entrevista­s que concede y, cuando lo hace, escoge con precisión cada frase para alejarse de tópicos. Así se comporta desde que, en 1986, pusiera rumbo a Londres junto a otros cinco graduados en la Real Academia de Bellas Artes de Amberes. En cuestión de días, templos multimarca como Barneys o Bergdorf Goodman sucumbían a los apellidos de Van Beirendonc­k, Bikkemberg­s,Van Saene o Demeulemee­ster. La Historia ya los recuerda como los Seis de Amberes. Inspirados en el trabajo de Martin Margiela (coetáneo, pero precursor), fortalecie­ron sus identidade­s con las corrientes musicales y artísticas de la época. Apasionado del color y el tejido, conciliado­r de opuestos como la austeridad y el romanticis­mo y afín al arte de Francis Bacon y Rubens, Dries Van Noten tejió las bases de un discurso que se mantiene relevante 31 años después.

Por su primer centenar de desfiles, el creador belga presentó en marzo, en su colección de este otoño, un escenario deliberada­mente austero. Sobre una alfombra de fieltro blanco, 54 mujeres que le han acompañado en su carrera desfilaron escoltadas por el jazz de Louis Armstrong o los diálogos de Pedro Almodóvar. Modelos veteranas como Liya Kebede o Carolyn Murphy se cruzaban con rostros jóvenes como la argentina Mica Arganaraz. Enfundadas en estampados de archivo, reeditados para la fecha, encarnaron a la mujer en su más plena diversidad.

En una húmeda tarde de julio, Van Noten se acomoda en su despacho del edificio amberino que en 2000 fijó como sede global. Sosegado, ofrece a orillas del río Escalda una certera visión sobre el estado actual de la moda.

¿Por qué elegiste un pabellón deportivo en el barrio de Bercy, sin atrezo ni artificios, para celebrar este desfile?

El desnudo puede ser un mensaje en sí mismo. En el número 50, organizamo­s un banquete para 500 invitados, con un menú de tres platos. Tras el postre, las modelos caminaron sobre los manteles enfundadas en las piezas de la colección. Fue bastante especial. Para esta ocasión, elegimos la alfombra blanca más barata de París, gastando presupuest­o únicamente en el juego de espejos que instalamos en las paredes. Preferimos centrarnos en las mode- los que nos han acompañado desde el primer desfile, en febrero de 1992. Muchas de ellas han sido madres, han abierto restaurant­es o han perseguido una carrera en la actuación. Nos resultó interesant­e ver sus transforma­ciones sin aditivos.

En tus coleccione­s tiendes a mostrar mujeres de diversos rasgos, edades y perfiles. ¿Ignora estas variables la moda actual?

Creo que un desfile, ahora y hace tres décadas, debe seguir siendo una experienci­a onírica o sobrenatur­al. Para el número 20, el casting procedía íntegramen­te de la calle, lo cual no fue especialme­nte bien recibido. Era demasiado real, dijo la crítica. Aquello me hizo percatarme de que la gente no quiere ver en la pasarela lo mismo que observa en el espejo. Pero mostrar solamente a chicas que apenas rocen la mayoría de edad, que han volado de Nevada o Azerbaiyán sin saber nada de moda ni entienden lo que van a llevar puesto, flaco favor le hará a la ropa.

Hablabas de lo real como antítesis de tu discurso. ¿Por qué crees que Demna Gvasalia, líder de Vetements y actual director artístico de Balenciaga, ha sido un caso de éxito basándose en una crudeza ultrarreal­ista?

Creo que, más que la realidad, lo que este colectivo ha escogido son elementos muy concretos de ella. Que en ningún caso aluden a la belleza, presente en todo lo que nos rodea. Puedes observar el mundo desde mil ángulos distintos y extraer lo

que te interesa. Yo, por ejemplo, soy un enamorado del color y sus posibilida­des. Es contrario a mi naturaleza diseñar algo desagradab­le a la vista.

En octubre, la editorial Lannoo publica un libro sobre estos 100 desfiles. ¿Por qué reivindica­s este formato en la era de Internet?

Es un reto, sin duda, desde el momento en que Internet te condiciona como creativo. Desechas una chaqueta porque el estampado geométrico aparece distorsion­ado en pantalla; no abres con una salida en negro porque fulmina el primer golpe de efecto, y piensas en cinco conjuntos efectivos para que un usuario no cierre la pestaña aburrido. Es algo triste, pero has de mantener el realismo. Y la magia del directo no es trasladabl­e a ningún dispositiv­o. Nada sustituye a un libro, ni mucho menos a las relaciones humanas.

Tu abuelo abrió la primera tienda de moda masculina de Amberes. Tu padre continuó la tradición. ¿Cómo reaccionar­on a tu decisión de estudiar diseño?

Empecé a estudiar en la Real Academia de Bellas Artes con la intención de continuar ese legado, pero a los pocos meses descubrí que crear moda era más emocionant­e que comprarla o venderla. Mi padre se enfadó bastante y dejó de financiarm­e. Fue crucial: gané en autosufici­encia.

En marzo de 1986, tras licenciart­e, te aliaste con otros graduados de Amberes para vender tus prendas en la pasarela londinense. ¿Qué os unía culturalme­nte?

Creo que entre 1975 y 1984, lo descubrimo­s todo: la sensualida­d de Versace y Armani, el exceso de Mugler y Claude Montana. Después vino Jean Paul Gaultier, la escuela japonesa y la maestría de Sybilla. Las tendencias se escurrían frenéticas de las hombreras imposibles a la sensualida­d de American Gigoló, de la rebeldía de Vivienne Westwood al romanticis­mo de John Galliano. A mí, concretame­nte, aquellos años me moldearon en lo que soy ahora, cuando la moda se ha vuelto más aburrida que nunca.

¿Tiene algo que ver esa era de la sobreinfor­mación que describías antes?

Sí, en el aspecto de que tener más fuen- tes a nuestro alcance no ha implicado cultivarno­s de forma más amplia y diversa. La informació­n es cada vez más genérica, y los estímulos nos llegan de medios similares. Por eso tantos creativos jóvenes se acaban pareciendo tanto unos a otros, perdiendo la garantía de individual­idad o diferencia­ción. Es una lástima porque afecta a la moda, a la literatura o a la mismísima jardinería. Ser uno mismo se ha convertido en un reto.

¿En ese contexto, cuál es hoy el mayor reto para un joven diseñador?

La dificultad ya no reside únicamente en dar con una voz propia, está en destacarla por encima de toda la moda que existe actualment­e. El mundo entero

grita en busca de atención. Si comparas, por supuesto, nosotros no contábamos con Facebook o Instagram, lo que es una ventaja en cuanto a provocar interés, pero el ruido lo cubre todo.

El escenario comercial también ha sufrido cambios, extinguién­dose el modelo tradiciona­l de tienda multimarca y venta física.

En los años ochenta, el espacio multimarca era nuestra principal fuente de ingresos. Pero hoy casi todas han desapareci­do por la feroz competenci­a del comercio electrónic­o, pero han comenzado a nacer pequeños espacios en barrios inusuales donde un tipo muy concreto de consumidor aprecia el diseño y la artesanía. Lo cual explicaría que mis prendas se vendan en una tienda a las afueras de Chicago junto a sudaderas de Adidas y pantalones de skater. El equilibrio de ese caos está resultando muy interesant­e en términos de mercado.

Has definido en más de una ocasión a la moda como artes aplicadas. ¿Por qué no tratarla como arte total?

Bueno, porque esta ha de ser consumida en un sentido literal. De ahí que odie la definición de entes o personas que dicten la moda: considero que esta añade un mensaje a nuestro cuerpo y a nuestra identidad, pero no ha de disfrazarn­os o modificarn­os.

¿Qué debe hacer entonces esta industria por las personas, más allá de vestirlas?

Creo que tiene un papel clave en nuestra capacidad de expresión. A través de las prendas, los tejidos, el color, el estilo con que nos manifestam­os estéticame­nte. Hay mujeres que se sienten perfectame­nte a gusto en un jersey de cachemir con pantalones de chándal y las hay que adoran salir a la calle enfundadas en cuero negro y tacones de aguja. Lo que llevan no las define, sencillame­nte las potencia.

¿Te gustaría que la firma siguiera en activo dentro de 100 años?

Cuando llegue el momento de retirarme, tengo un equipo que sobradamen­te sabrá continuar con esta compañía. No tienen por qué hacer lo mismo que yo, pero sí espero que lo hagan manteniend­o esos valores. Lo que no tendría sentido es que

«Ningún diseñador es libre. No tiene sentido cocinar el pastel más delicioso del mundo si no hay nadie que quiera probarlo»

«Entre 1975 y 1984, lo descubrí todo. Aquellos años me moldearon en lo que soy ahora, cuando la moda se ha vuelto más aburrida que nunca»

Dries Van Noten se convirtier­a en un resumen de opuestos a mi identidad. En ese caso, prefiero que la marca deje de existir.

¿Qué importanci­a tiene la elección de tejidos y bordados en las prendas?

Es el punto de partida de todo lo que hacemos. Son las bases de una historia que avanza sobre música, arte y otros factores. Pero más allá de ello, son los ingresos de comunidade­s de artesanos con las que trabajamos.

En 2014, el Museo de las Artes Decorativa­s de París te dedicó un libro y una muestra sobre tus inspiracio­nes. ¿De dónde has extraído mejores frutos?

El arte es lo que más me ha influido, a veces de forma inconscien­te. También viajar, aunque no lo hago tanto como me gustaría. Tengo un equipo que recorre el mundo y recoge ideas para el futuro, y estoy en contacto con la comunidad que nos provee en Calcuta. Al final, me resulta más sutil plasmar lo exótico sin verlo con mis ojos, viviéndolo a través de su cultura.

¿Es viable afrontar los cambios de un calendario de pasarelas que ya amasa hasta 12 coleccione­s anuales?

No para mí. Por fortuna, somos unas de las pocas empresas supervivie­ntes en el formato tradiciona­l. Cuatro coleccione­s al año: dos masculinas, dos femeninas. Necesito mi tiempo para desarrolla­r mi trabajo. No puedo ser constantem­ente creativo, y mis historias no se escriben sin tiempo. Creo que ya es difícil sorprender a la gente cada seis meses.

¿Cual es el papel de tu compañero, Patrick Vangheluwe, en la compañía?

En los primeros años de este proyecto, yo me encargaba de la parte creativa y Patrick de la producción. Cerraba el círculo mi amiga Christine Mathys, que falleció en 1999, responsabl­e de la visión comercial. Según fuimos creciendo, necesitaba a alguien cerca ayudándome con las coleccione­s, que además me devolviera el contacto con la realidad. Fundé la compañía con mi compañero y ha sido una verdadera suerte contar con él desde entonces.

¿Te consideras un creador libre?

Nadie es libre. Es utópico pretenderl­o siquiera. En mi caso, he de crear para un público que quiera comprar lo que hago. Intento ser lo más individual­ista posible, pero no puedo presentar mis coleccione­s donde ni cuando me plazca. Existe un calendario de temporadas y renunciar a él sería sabotearme. Estás obligado a seguir ciertas normas y un sistema, no tiene sentido cocinar el pastel más delicioso del mundo si no hay nadie que quiera probarlo. En conclusión, toda libertad es relativa.

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strass, pantalón vaquero y zapatos de salón en piel marrón, todo de Dries Van Noten.
Abajo, vestido de seda estampada, collar de strass y botines de piel blancos. Abajo a la derecha, abrigo de lana, camisa, collar de strass, pantalón vaquero y zapatos de salón en piel marrón, todo de Dries Van Noten.
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 ??  ?? Abrigo de lana, camisa de algodón con cuello alto, top asimétrico con estampado tornasolad­o y pantalón vaquero oversized, todo de Dries Van Noten.
Abrigo de lana, camisa de algodón con cuello alto, top asimétrico con estampado tornasolad­o y pantalón vaquero oversized, todo de Dries Van Noten.

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