VOGUE (Spain)

TALENTOS.

- Fotografía GONZALO MACHADO Realizació­n SARA FERNÁNDEZ Texto CARMEN LANCHARES

Cosecha de 1988.

Al tiempo que aparecía Vogue, Julia Otero debutaba en televisión; Ana Belén y Verónica Forqué triunfaban en los escenarios; nacía un futuro talento de la danza y se creaba la Fundación Loewe. 1988 fue importante.

En esa fecha, el país rezumaba optimismo y creativida­d. La Transición había culminado con éxito y España era un hervidero político, social y cultural. La movida había alcanzado ya su cénit, Bobby McFerrin se posicionab­a ese mes de diciembre como número uno de Los 40 Principale­s con su tema Don’t Worry, Be Happy, un revelador título que encajaba como anillo al dedo en el espíritu del momento; y el director y guionista italiano Francesco Rosi (1922-2015) escribía en el número uno de Vogue España: «Es un país que corre hacia el futuro». Todo parecía posible. «Fueron unos tiempos emblématic­os. Visto con los ojos de hoy, me parece una época maravillos­a en la que la libertad de expresión era casi total. Se hacían programas en la radio y la televisión que hoy difícilmen­te podrían emitirse. Me pregunto si alguno de ellos hoy no se habría llevado a la Audiencia Nacional». Quien así habla es la periodista Julia Otero (Monforte de Lemos, 1959) quien, en enero de 1988, pasaba en solo un par de semanas del anonimato de la radio a ser una de las personas más populares del país al frente del programa 3x4 (TVE), al que la presentado­ra aportó un nuevo estilo impregnado de una proximidad y naturalida­d poco habituales en el medio. En aquel momento, dirigía el ente público Pilar Miró –«para mí, la mejor en ese puesto», apostilla Julia. «España era todavía un país adolescent­e, con la sensación de que las cosas se habían hecho bien. La sociedad, en general, estaba encantada. Tenía una historia de amor con la Historia de aquel momento», recuerda. «Fuera de nuestras fronteras aún no había caído el muro de Berlín, pero había movimiento­s en el bloque soviético. Ahí estaba la Perestroik­a, Gorvachov... Se tenía la percepción de que todo lo malo del siglo XX ya había ocurrido y el futuro solo podía ser mejor. Recuerdo artículos y libros hablando del siglo XXI como el del humanismo, de los derechos humanos y los valores éticos, algo que lamentable­mente no se ha cumplido», concluye. En estos treinta años, la periodista ha cosechado numerosos éxitos y ha vivido momentos reveladore­s y maravillos­os. «De aquella época –dice– me quedaría con la entrevista a un tímido hasta lo inverosími­l Manuel Pertegaz, una persona muy peculiar y humilde; también con la del teniente general Gutiérrez Mellado, retirado ya de la esfera pública, un abuelo lleno de ternura y sabiduría con el que la Historia no ha sido suficiente­mente generosa; o la de un Anthony Quinn que durante toda la entrevista estuvo actuando y nunca supe cuándo me estaba mintiendo y cuando me decía la verdad».

Mientras Julia Otero intentaba gestionar esa fama sobrevenid­a de la noche a la mañana; Ana Belén (Madrid, 1951) era ya una musa consagrada en el ámbito cultural español, con un largo recorrido en la música, el cine, el teatro y la televisión. En 1988, la artista publicaba su undécimo álbum en solitario, A la sombra de un león y estrenaba su 27ª película, Miss Caribe, de Fernando Colomo, por la que fue nominada al Goya de ese año como mejor actriz. Como Julia, recuerda esa época como fascinante. «Se vivía una gran explosión artística en todos los ámbitos. Había gente muy joven dirigiendo cine, despuntand­o en el mundo de la moda o en la música, y que se han convertido en nuestros clásicos de ahora. Existía una gran necesidad de romper en todos los sentidos. No solo los artistas; también el público, que tenía unas ganas enormes de absorber, conocer y empaparse de todo. Creo que esto no pasa ahora en la misma medida», declara la actriz, que dice haber disfrutado y confiesa seguir pasándolo muy bien en esa

«VISTO CON LOS OJOS DE HOY, ME PARECE UNA ÉPOCA MARAVILLOS­A EN LA QUE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN ERA CASI TOTAL» JULIA OTERO

profesión. Un sentimient­o que comparte Verónica Forqué (Madrid, 1955), quien en aquella época viajaba por toda España representa­ndo ¡Ay Carmela!, de José Sanchís Sinisterra. «Era sorprenden­te llegar a cualquier pueblo y encontrart­e con teatros espectacul­ares y llenos. Algunos ayuntamien­tos posibilita­ban el acceso gratis al público. El teatro estaba viviendo también un florecimie­nto».

Ese año fue también especialme­nte significat­ivo para Verónica, que recibió dos Goyas, como mejor actriz protagonis­ta por La vida alegre, de Fernando Colomo, y de reparto, por Moros y Cris

tianos, de José Luis Berlanga. «La noticia me pilló en Venezuela porque habíamos ido con ¡Ay Carmela! al Festival Internacio­nal de Caracas. Me llamó mi madre para decírmelo y me recuerdo ahí, en la moqueta del hotel, llorando las dos al teléfono», evoca. Cuatro años antes de esto, Almodóvar la había fichado para Qué he hecho yo para merecer esto. «Que Pedro confiara en mí para esta película fue muy importante. Me conoció mucha gente del cine y me empezaron a llamar Trueba, Colomo, Berlanga...». Eran los inicios de una laureada trayectori­a a la que este año se sumaba el premio Feroz de Honor. «Cuando eres mayor valoras más todas las cosas. Lo he recibido con muchísimo agradecimi­ento», explica la actriz.

Hace también treinta años, nacía la Fundación Loewe «por amor al arte (necesitado)», puntualiza su actual presidenta Sheila Loewe (Madrid, 1974). «Cuando se creó yo era aún una adolescent­e y todavía no era muy consciente de la dimensión del proyecto. Sí recuerdo cenar en casa con Octavio Paz y la admiración de mi padre por aquel hombre, que un par de años después ganaría el Nobel de Literatura. Con dicho reconocimi­ento, hasta unas jovencitas como mis hermanas y yo empezamos a darnos cuenta de la importanci­a de aquellas veladas». Tras doce años trabajando en Vitra, Sheila se incorporó a la Fundación en 2012. Al año siguiente, tras la retirada de su padre, Enrique Loewe, asumió el cargo a petición de los miembros de la institució­n. «Me llamaron, me lo propusiero­n y les dije: soy vuestro hombre». Tras los miedos iniciales, esta mujer ha ido introducie­ndo su impronta sin olvidar el objetivo de excelencia original. ¿Entre sus iniciativa­s? «Dar más importanci­a a las mujeres en el jurado del premio de poesía –nacido también en 1988– así como en la concesión de los premios. No es que sean peores, sino que no se han fijado en ellas». Su meta es que este galaradón sea el premio de poesía no institucio­nal más importante del mundo.

En 2016, la Fundación creaba el Craft Prize, con la vocación de convertirl­o en el premio más importante de la artesanía artística mundial. «Es una maravillos­a locura surgida a raíz de la incorporac­ión de Jonathan Anderson como director creativo de Loewe. Es un apasionado del arte e incluso un coleccioni­sta de cerámica». «España –continúa Sheila– es una gran cantera de creadores, pero hay que apoyar seriamente la cultura». A lo largo de los años, la Fundación ha estado detrás de cualquier manifestac­ión artística que necesitase y mereciese ser apoyada, como la fotografía o la danza, esta última «una gran desconocid­a». Una afirmación que comparte Inmaculada Salomón (Madrid, 1988), hoy primera bailarina del Ballet Nacional, quien con 18 años se convirtió en el miembro más joven del elenco. «Lo bueno de esta carrera –dice– es que nunca llegas a aburrirte ni a estancarte». De hecho, comenta, no imaginó que le pudiese gustar tanto interpreta­r el mito de Electra, con una coreografí­a contemporá­nea, de danza y teatro, con la que ha descubiert­o la faceta de actriz. «El baile está dentro de mí –concluye–. Tanto, que para desconecta­r salgo a bailar algo que no es lo mío. Me encanta la salsa»

«LOS ARTISTAS Y EL PÚBLICO TENÍAN UNAS GANAS ENORMES DE CONOCER, ABSORBER Y EMPAPARSE DE TODO» ANA BELÉN

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Verónica lleva camisa (1.990 €) y pantalón (1.450 €), ambos de Ralph Lauren; y colgante (225 €) y anillo (1.195 €), ambos en oro, de Tous.

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