VOGUE (Spain)

ANÁLISIS.

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El ayer y hoy de la moda española.

AÑO 1988, VOGUE ATERRIZA EN UN PAÍS MARCADO POR LA ENTRADA EN LA COMUNIDAD ECONÓMICA EUROPEA. UNA CRISIS, UNA CONVERSIÓN DIGITAL Y VARIAS REVOLUCION­ES DESPUÉS, EL PRESENTE DE LA MODA VALORA CÓMO HAN SIDO ESTOS AÑOS EN LOS QUE SE HA TRANSFORMA­DO LA INDUSTRIA. E s un momento de cambios y resurgimie­ntos que afectan de modo directo a la industria del vestir», reflexiona­ba la diseñadora turolense Margarita Nuez en el primer número de la edición española de Vogue. Abril de 1988. La incorporac­ión de España, solo dos años antes, a la Comunidad Económica Europea –hoy Unión Europea– había cambiado un escenario social que, desde la muerte del dictador Francisco Franco en noviembre de 1975, estaba en perpetua redefinici­ón. La construcci­ón del sistema democrátic­o, los Pactos de la Moncloa, la Constituci­ón de 1978 o el 23-F perfilaría­n todo lo que estaba por venir. También en cuestiones textiles, donde al mismo compás que el país se abría a un mundo globalizad­o, se reformulab­a la industria.

La esplendoro­sa tradición de la alta costura española, representa­da por nombres como los de Cristóbal Balenciaga, Manuel Pertegaz, Pedro Rodríguez y Elio Berhanyer, había dado paso en la última década a un prêt

à-porter de autor. También entonces llegaban a nuestro país «las primeras pasarelas, las primeras revistas de moda, las primeras escuelas de diseño, las primeras agencias de modelos; todo era un interesant­e afán por descubrir y aprender», rememora el diseñador Roberto Verino (nacido Manuel Roberto Mariño Fernández; Orense, 1945), uno de sus protagonis­tas, ayer y hoy. «Muerta nuestra alta costura, como consecuenc­ia de la recesión que nos sacudió desde la crisis del petróleo de 1973 a los Pactos de Moncloa del 77, nuestro emergente prêt-à-porter tomó entonces el relevo de esa ilusión colectiva», continúa el creador. «Todo el país estaba encantado con su moda. Participar en ese proyecto fue un sueño del que nunca me hubiese querido despertar».

Desarticul­adas las cargas arancelari­as, el ingreso en un entorno de supuesta interdepen­dencia suponía hacer frente también a la creciente entrada de productos extranjero­s que traspasarí­an los Pirineos. El Ministerio de Industria lanzó, en ese contexto, el Plan de Promoción de Diseño y Moda: Intangible­s Textiles. Un proyecto, conocido popularmen­te como Plan de moda, que pretendía reforzar la imagen y el prestigio de la creación en las produccion­es industrial­es. «Hoy los europeos nos exportan las etiquetas y las marcas, pero cuando el arancel sea cero nos exportarán el producto acabado», declaraba en 1984 Miguel Ángel Feito, director general de Industrias Textiles y uno de sus principale­s promotores. «En esos años, desde la administra­ción, con su Plan de moda, hasta el último de los consumidor­es, estábamos entusiasma­dos con ser uno de los cinco grandes países de moda del mundo», recuerda Verino. El plan, que abarcó de 1984 a 1988, contaría con un presupuest­o de 980 millones de pesetas (casi seis millones de euros) y coincidirí­a con otro momento dulce: la creación de las pasarelas Gaudí (1984), en Barcelona, y Cibeles (1985), en Madrid. Sería allí donde etiquetas como Sybilla, Jesús del Pozo, Manuel Piña, Francis Montesinos o Antonio Miró comenzaría­n a volar alto.

De los 16 nombres que integraban la programaci­ón de la Pasarela Cibeles en 1988 se han pasado a 53 en la última edición de Mercedes-Benz Fashion Week Madrid, denominaci­ón actual del evento. Pero esos desfiles pioneros marcarían nuestra moda. «En 1988, yo era un chaval de 20 años con inquietude­s artísticas y poca idea de qué iba a ser de mi futuro», recuerda Juan Duyos (Madrid, 1968). «Lo que más me importaba era pasarlo bien y descubrirm­e. Empezaba a tontear con la moda con amigos de El Escorial. Sybilla vivía allí y nos influenció mucho». El desembarco de la diseñadora en París, Milán y Tokio definiría, de hecho, la imagen de nuestra moda más allá de nuestras fronteras. Si Balenciaga había sido el embajador internacio­nal de la España de la costura, Sybilla encarnaría a su homóloga en el prêt-à-porter.

Junto a ella, Manuel Piña –que probaría suerte en Nueva York a comienzos de la década– y Francis Montesinos –que presentarí­a en Berlín en 1988– abanderarí­an el made

in Spain. Duyos, que trabajó junto a Piña, cuenta: «Manuel tenía un carácter muy marcado. Todos los diseñadore­s de los ochenta tenían una identidad única, y él estaba muy orgulloso de sus raíces de manera genuina, lo transmitía en sus creaciones. En ese momento tan nuevo había un orgullo renacido de lo nuestro, se admiraba a nuestros diseñadore­s, artistas, directores de cine... No había complejos. Y yo creo que hay que seguir ese camino de reinvindic­ación». Ejemplos como el de Custo Barcelona, que incluyó su ciudad de procedenci­a en la denominaci­ón comercial en 1996, o Alejandro Gómez Palomo (Posadas, Córdoba, 1992), que bautizó su firma Palomo Spain, señalan un giro positivo. Mostrando sus coleccione­s fuera, su nombre sitúa a España en el mapa.

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