NOSTALGIA.
EN ESTE NÚMERO ESPECIAL RENDIMOS UN TRIBUTO GRÁFICO AL TRABAJO DE ALEXANDER LIBERMAN EN LOS AÑOS OCHENTA. EL DIRECTOR DE ARTE DE VOGUE ESPAÑA ANALIZA UNA FIGURA QUE HA MARCADO EL DISEÑO EDITORIAL.
Alexander Liberman, referente editorial.
Cada una de las páginas de la revista que sostiene entre sus manos, contiene una serie de elementos concienzudamente elegidos. La manera de distribuirlos en las páginas, la elección y disposición de las fotografías y el tamaño de las mismas, la navegación a través de los números de página, el cuerpo de la letra que lee o el que titula este artículo, pertenecen a lo que, en el sector, se conoce como dirección de arte. Esta (ya de por sí) imprecisa definición se queda aún más corta cuando se trata de Alexander Liberman, personaje que cambió la manera en que entendemos y consumimos las revistas hoy en día.
Nacido en Kiev en 1912, Liberman ejerció como director de arte por un breve período de tiempo en Vu, cabecera parisina creadora del fotoperiodismo. Después de esa breve etapa, y tras haber probado suerte en el mundo de la pintura, emigró a Estados Unidos, donde ocupó el puesto de editor gráfico para Vogue y Vanity Fair, en Condé Nast. En 1943, sería nombrado director de arte de Vogue. Desde Nueva York, comandó un talentoso equipo que se encargaría de dar forma al Vogue de hoy en día. Su naturaleza disruptora se puso de manifiesto desde sus primeros meses al frente del departamento de arte, cambiando la manera de ver y fotografiar la moda; proponiendo incluir en la receta el arte, combinando lo trascendental y lo efímero. Su formación racionalista, proveniente de la vanguardia rusa, había encontrado en el grandilocuente y desinhibido escenario neoyorquino, el lienzo perfecto para desarrollar un trabajo basado en la combinación de ambos elementos.
El peso de Liberman dentro de Condé Nast creció en paralelo a su obra. La incesable concatenación de portadas convertidas en iconos de la cultura pop coincidió con el ascenso a director editorial, cargo que ostentó hasta su muerte en 1999. Desde esa posición, imprimió la necesaria modernidad a cabeceras históricas del grupo, dejando como herencia algunos de los nombres propios de la fotografía que inmortalizaron la sociedad y la moda del siglo XX; Henri Cartier-Bresson, Richard Avedon o Irving Penn, entre otros. El propio Liberman ejercería en ocasiones como fotógrafo. Su serie de retratos de artistas en sus estudios, publicados por separado en Vogue y luego recogidos en un libro llamado The Artist in His Studio, es un valioso testimonio del arte contemporáneo.
En ese ecosistema que supone el mundo del arte, la dualidad profesional de Liberman no era vista con buenos ojos. A menudo, su obra, un reconocible conjunto de esculturas ensambladas con objetos industriales (vigas de acero, tubos y otros elementos), pintados en colores primarios y brillantes, no era juzgada con la misma objetividad con la que se veía a otros artistas que no dividían su jornada entre lo comercial y las finas artes. Pese a la falta de reconocimiento de sus semejantes, Liberman dejó algunas obras que forman parte fundamental hoy del paisaje en algunas importantes capitales, como el Metropolitan Museum of Art, la Tate Gallery o el Guggenheim Museum. La estructura y concepción de sus esculturas, así como de su obra pictórica abstracta, rica en colores, vibrante en el uso del tamaño de las formas, guarda estrecha relación con su manera de hacer revistas, atrevida y contundente en el uso tipográfico, siempre en pos del impacto a través del tamaño y el uso del color, buscando siempre contar historias de maneras nuevas e inesperadas. «Yo soy Dios… para el segmento disléxico de la población», afirmó en una entrevista a The
New York Times unos años antes de morir, anticipando un titular perfecto para alguien capaz de contar historias maravillosas, sin necesidad de texto Óscar Germade