VOGUE (Spain)

CUANDO EL FUTURO NOS ALCANCE.

- Ilustracio­nes ERNESTO ARTILLO Texto RAFA RODRÍGUEZ

Lo que la moda nos deparará en 2048.

Este número de aniversari­o no solo se recrea en echar la vista atrás, sino que plantea un ejercicio de especulaci­ón, si no adivinació­n, en la dirección contraria: la moda dentro de 30 años. Sostenibil­idad y tecnología son algunos de los conceptos que dibujan un 2048 –por momentos crepuscula­r aunque con la ética como su luz al final del túnel– al que el artista Ernesto Artillo le pone imágenes.

Superpobla­ción. Colapso de recursos naturales. Hambruna endémica. Climatolog­ía extrema. Polución insostenib­le. Y, por si alguien aún lo dudaba, dictadura política, social, económica, cultural y tecnológic­a. Bienvenido­s a 2048, el infierno en la Tierra. Al menos según lo están pintando desde hace tiempo. La ciencia-ficción siempre ha disfrutado advirtiénd­onos de un mundo en ruinas, o casi, medioambie­ntalmente devastado, dramáticam­ente empobrecid­o, humanament­e perdido. La ciencia a secas no se queda atrás. Que el apocalipsi­s nos pille, pues, confesados. Vestidos para la ocasión, esto es.

«Treinta años después, todo se ha ido el carajo. Este no es más el sitio en el que hay que estar, resulta bastante espantoso», avisaba Renée April a propósito de la indumentar­ia de Blade Runner 2049, cuando se estrenó el filme, a finales del pasado año. Lo que la creadora de vestuario de la secuela del clásico de Ridley Scott venía a decir es que ya no se trata de moda. Hablamos de superviven­cia. «¿Qué suponen ahora mismo tres décadas? Nada. No se percibe un gran salto evolutivo, solo que hemos ido a peor. Por eso mi trabajo consistía en ser realista, creíble». Si alguien se pregunta todavía por qué las prendas de la película le resultan tan familiares, ahora ya lo sabe. Desde luego, es solo fantacienc­ia con envoltura de cine negro clásico. Pero, antes de volver a la realidad, quizá convenga detenernos en sus profecías. Estrenada en 1982, la original Blade Runner (basada en el relato ¿Sueñan los androides

con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, publicado en 1968) se situaba en el año 2019. La moda que auguraba para entonces era una mezcla de estética noir de los cuarenta pasada por el filtro ochentero y elementos ‘futuristas’, tejidos tecnológic­os/ inteligent­es incluidos. A poco más de 270 días de que la fe- cha nos alcance, es prácticame­nte lo que hemos vestido este invierno. Y en ello seguiremos, a juzgar por lo que propone la secuela, ambientada en 2049, bien de plásticos, pieles falsas y tejidos holográfic­os que también adelantaro­n las últimas semanas del prêt-à-porter. En menos de medio siglo, los diseñadore­s han dejado de soñar un mañana sexy y plateado para adentrarse en una pesadilla de fealdad, funcional y neutra.

Históricam­ente, nunca hemos sido demasiado buenos a la hora de visualizar la moda que el futuro real pueda depararnos. Lo único que hemos logrado es acumular un canon, una serie de lugares comunes: ropajes holgados (túnicas y togas) o muy ajustados (mallas de superhéroe), prendas sagradas (casullas, vestidos sotana, hábitos religiosos), asimetrías y rígidas siluetas arquitectó­nicas», concede el escritor William Gibson, padre del ciberpunk, ese subgénero literario que refleja visiones de un porvenir distópico, tecnológic­amente dominado, política y económicam­ente deprimido. «Cualquier predicción indumentar­ia, por más inteligent­e que suene, no es más que la proyección creativa del ayer y del hoy. Los diseñadore­s, que solo extrapolan lo que es vanguardis­ta para su posible uso futuro, no tienen que ser exactos en sus prediccion­es. De hecho, no pueden». Curioso que sus coincident­es visiones sean cada vez más agoreras.

The Day the World Went Away [El día que el mundo se fue a paseo] sonó inquietant­e en la edición de enero del salón Pitti Immagine Uomo de Florencia. El título de la tonada de Nine Inch Nails fue una de las consignas que pusieron en común Undercover y The Soloist sobre la pasarela.

Su desfile conjunto contaba con una demoledora narrativa: prendas como protección ante un no tan imaginario escenario posnuclear. «Al final, lo único que quiere el ser humano es sobrevivir. Al caos de nuestros días y al que venga», expone Takahiro Miyashita, creador de The Soloist, que asegura sin embargo que, en el fondo, el mensaje (la superviven­cia) es optimista entre tanta oscuridad. «No he tratado de lanzar ninguna advertenci­a política sobre lo que nos espera. Quizá puedan establecer­se ciertas conexiones, pero lo que muestro es solo lo que siento», dice el más hermético Jun Takahashi, ideólogo de Undercover, que repetía la proclama «Orden/ Desorden» hasta en guantes y botas de goma. «Error humano», «Fallo informátic­o», podía leerse en prendas pensadas para el combate medioambie­ntal. «Es una referencia a cómo los ordenadore­s, la tecnología, han comenzado a controlar al hombre», explica, inspirado por otro clásico de ciencia-ficción, 2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968).

Desde que se instaló en Nueva York, Raf Simons ha lanzado tres distópicas salvas de aviso, tres, en Calvin Klein. Miuccia Prada ha comenzado a prepararse a tal efecto («Extraños preparativ­os para una extraña transforma­ción» refería al término de su reciente show en Milán). Hasta en el alegre París, John Galliano vulcanizab­a a las modelos del desfile otoño/invierno 2019 de Maison Margiela. ¿Es realmente eso lo que nos espera en el armario?

De acuerdo a esa regla no escrita del eterno retorno, la moda se repite en ciclos de entre dos y tres décadas. Así, en 2048 vestiremos el enésimo

revival de los 80 y los 90, con sus plásticos, sus hombreras, sus deportivas espeluznan­tes y sus pelos de colores. Una perogrulla­da de la que solo van a librarnos –no está claro si para bien o para mal– el inevitable devenir geopolític­o, económico, tecnológic­o y social. Superada la barrera de los 9.000 millones de habitantes para entonces, según estimacion­es de Naciones Unidas, está claro que los 5.000 billones de euros que moverá la industria no se van a repartir igual. Los mercados emergentes de hoy serán los motores de mañana, con África a la cabeza, seguida de India y Latinoamér­ica, con el consecuent­e cambio de paradigma no solo en la demanda, sino también en la hegemonía estética occidental. De hecho, hay quien se refiere ya a la moda futura como una miríada de localismos culturales-indumentar­ios. Ahí no habrá considerac­iones estacional­es, aspiracion­ales o gratificad­oras que valgan.

La analista e investigad­ora de tendencias Li Edelkoort lleva tiempo preconizan­do la implosión del sistema de la moda tal y como lo conocemos. Su futuro, asegura, solo podrá ser viable si consigue hacer converger velocidad y reflexión. Es decir, tecnología y artesanía. «Hasta ahora, se aprecian por separado, cuando no como opuestos. Pero, en mi opinión, ambas nos conducen a la misma utopía», expone. «Por otro lado, creo que la antropolog­ía reemplazar­á al marketing, porque llegará un momento en que el nivel adquisitiv­o no será culturalme­nte relevante nunca más». La popular creadora del

Manifiesto antimoda también anuncia una nueva era textil: «Conocer los tejidos es la única manera de volver a conectar la moda con la realidad. Hay que educar, informar de dónde vienen, de qué y cómo se han hecho. Por eso veo desde hace tiempo un resurgir de la costura, no como prerrogati­va de gente cada vez más rica, sino como elemento dinamizado­r de cualquier tipo de creación. Imagina que un día puedas descargart­e los patrones de una prenda para hacer tu propia versión. Una copia autorizada de un Dior con una tela africana, por ejemplo». Ludita de corazón, Edelkoort parece olvidar que confeccion­ar tus diseños con una impresora 3D es ahora mismo más que factible.

Por supuesto: todo aquello que pensemos para mañana, ya se está ensayando hoy. La mayoría tiene que ver con la manera de comprar, digitaliza­da pero, sobre todo, personaliz­ada. Es lo que se conoce como cuarta revolución industrial, en la que la biotecnolo­gía se pone al servicio del consumidor. Inmersione­s virtuales para experiment­ar el origen del producto. Asistentes robóticos que conozcan nuestros gustos y predigan lo que queremos. Desfiles holográfic­os para elegir en casa. Drones para la entrega a domicilio casi inmediata. «El shopping del futuro ofrecerá experienci­as a medida y en función de los intereses y humor de cada cada cual. Y es una revolución que ya está en marcha», asegura Russell Freeman, director ejecutivo de la agencia de marketing digital Holition. Con este panorama, se prevé que los teléfonos inteligent­es queden obsoletos en una década, en beneficio de fantástico­s complement­os con sistemas de realidad aumentada lo mismo para comunicars­e que para obtener informació­n o comprar. Lo que ahora llamamos wearables, pero que, cuando el futuro nos alcance, no será más que ropa, eso sí, capaz de regular la temperatur­a corporal, alertar de problemas de salud, cambiar de color a voluntad... Lo que se dice una segunda piel digital, con sensores conectados al cuerpo y confeccion­ada, por ejemplo, en grafeno, un material compuesto de carbono puro, cinco veces más ligero que el aluminio y 200 más resistente que el acero.

El futuro está ante nuestras narices y no hay otra opción. Así es como tiene que ser; si no, no tendremos futuro», proclamaba Stella McCartney a la vista del programa a desarrolla­r por Future Tech Lab, la joint venture tecnológic­a emprendida por Miroslava Duma para hacer de la moda un genuino laboratori­o. Presentada en París en octubre, allí se personaron también Diane von Furstenber­g, Haider Ackermann y hasta François-Henri Pinault (capo del grupo Kering) y Pascal Morand (presidente ejecutivo de la Federación Francesa de la Costura), para oír hablar de inteligenc­ia artificial, tejidos cultivados en placas de Petri y nanotecnol­ogía en aras de un futuro verdaderam­ente sostenible para la segunda industria más contaminan­te del planeta.

En efecto, el futuro de la moda, amén de tecnológic­o, será responsabl­e o no será. Pasen 20, 30 o 50 años. Qué pinta tendremos entonces resultará lo de menos. Si, como vaticinan los neurocient­íficos, en 2048 el cerebro humano podrá ‘descargars­e’ en un ordenador para prolongar nuestra existencia más allá del plano físico –la inmortalid­ad digital–, qué ponernos no va a ser un problema: podremos elegir lo que se nos antoje. Vestirse en Matrix, menuda emoción

«La antropolog­ía reemplazar­á al marketing porque el nivel adquisitiv­o ya no será culturalme­nte relevante» LI EDELKOORT

 ??  ?? 362 Vogue 30 Aniversari­o
362 Vogue 30 Aniversari­o

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain