VOGUE (Spain)

LA CAZADORA DE TESOROS.

- Realizació­n LEONOR DELKADER Texto ESTEFANÍA ASENJO

El piso en Londres de Celia Forner.

Tras triunfar como el rostro de los ochenta, Celia Forner consiguió hacerse un hueco en el mundo del arte. Hoy, con una impresiona­nte colección en su hogar, se estrena como empresaria con Alleven mientras prepara el que será su primer libro y se atreve con clases de cabaret.

Celia Forner Venturi ( Valencia, 1966) nunca le ha temido a nada. Lo dejó claro en su primer trabajo como modelo a mediados de los años ochenta, cuando permitió que le cortasen su larga melena, y desde entonces no ha dejado de demostrarl­o. Tras aquel radical corte de pelo, y sin dudarlo ni por un segundo, abandonó su Valencia natal para recorrer el mundo como modelo. No hablaba idiomas, nunca había vivido lejos de su familia y tuvo que luchar contra los prejuicios imperantes en la sociedad del momento contra su profesión. Pero nada de ello le importó; y poco después, en 1987, logró ser elegida Face of

the 80’s por la agencia Ford. «Ahora no volvería a aquellos años. Fueron muy duros, de muchísimo trabajo, viajes constantes y ninguna vida social, pero les debo todo lo que vino después. Fueron mi ‘universida­d’, aprendí a moverme por el mundo, y cuando eres curioso una cosa te va llevando a otra… », cuenta mientras toma café en su casa de Londres. Y sus palabras no podrían ser más ciertas. Tras abandonar el mundo de la moda para ser madre a tiempo completo cuando contrajo matrimonio con el editor Francesco Venturi, de Vendome Pres, hace 25 años, Celia empezó a interesars­e por el arte contemporá­neo y decidió meterse en él de lleno; ni siquiera ese elitista universo la amedrentó. Entrenó su ojo viendo todos los museos, galerías y ferias del planeta, completó su formación con cursos en Christie’s y Sotheby’s y terminó formando junto a su marido una de las coleccione­s de arte más respetadas del país. Después de labrarse a pulso un nombre en el circuito artístico, sin embargo, decidió emprender una nueva aventura, que hoy centra toda su atención: Alleven. «Siempre me ha gustado hacer cosas distintas, así que como llevaba muchos años fantaseand­o con un producto para el cuerpo en spray, fácil de usar, que cubriese cualquier imperfecci­ón y no existía, ¡decidí crearlo!», explica. Como si eso no fuese suficiente trabajo, también prepara su primer libro, sobre decoración, mientras fantasea con ser la estrella de su propio cabaret. Y cuando quiere algo, no hay nada ni nadie que la detenga: el libro verá la luz el año que viene en la editorial de su marido, y ya se ha apuntado a clases de lo segundo. «¡Llevo 30 años diciendo que me apetecía probar! Pero pon 20, que voy a sonar muy vieja…», cuenta divertida. Viendo su energía, no resulta difícil imaginárse­la ni sobre el escenario ni recorriend­o el mundo en busca del laboratori­o perfecto para hacer realidad su producto soñado, por muy opuestas que ambas cosas suenen. «Para crear Alleven me recorrí Estados Unidos y Francia; me decían que no podían hacerlo, y al final me lo desarrolla­ron en Barcelona, tras cinco años de investigac­ión», explica. Gracias a su buena amiga Elizabeth Saltzman, la estilista de Gwyneth Paltrow y Uma Thurman, el cosmético (que se comerciali­za en tres tonos) ahora acompaña a numerosas celebritie­s en sus aparicione­s sobre la alfombra roja. «Nos conocimos hace mucho por amigos comunes y ambas formamos parte del jurado del PAD, el festival de diseño de Londres, así que le

enseñé el producto y le gustó tanto que lo recomendó a las actrices con las que trabaja. ¡Una suerte!», afirma.

Esa misma determinac­ión que la llevó a adentrarse en nuevos universos en los últimos tiempos, también la animó a poner en marcha un ambicioso proyecto relacionad­o con el arte que vio la luz el pasado año, tras más de diez de preparació­n: Portable Art. «Estaba en una cena junto al galerista Iwan Wirth y le dije que me parecía una pena que se hubiese perdido la idea del arte ‘portable’, como las venus del paleolític­o, y me dijo que podíamos desarrolla­rlo nosotros», cuenta. Así lo hizo, y en colaboraci­ón con la galería Hauser & Wirth convenció a 15 artistas de primera fila para que creasen una pieza que pudiese ser llevada como una joya. Una de las primeras en confirmar su participac­ión fue su admirada Louis Bourgeois, y después llegaron John Baldessari, Cristina Iglesias, Paul McCarthy… «Fue muy complicado coordinarl­os a todos, son artistas muy importante­s que tenían muchísimos compromiso­s, ¡pero al final lo logré! Siempre recordaré cuando me fui a Nueva York a convencer a Louis. La primera pieza que habíamos comprado mi marido y yo fue un mármol suyo. Conocíamos mucho a su mano dere- cha, Jerry Goroboy. Él se lo comentó y le pareció bien recibirme. Hacía 15 años que no salía de casa, así que debíamos tener mucho cuidado de no tocarla ni acercarnos demasiado porque su sistema inmune era muy débil. Pero fue toda una experienci­a, recuerdo que solo me decía ‘ trés bien’ y ‘¿agua o cognac?’», relata.

Al mismo tiempo que el faraónico proyecto de Portable Art veía la luz, ultimaba su marca y planeaba sus siguientes movimiento­s, Celia también tuvo tiempo de crear un nuevo hogar para su familia. Tampoco eso la asustó. «Vivíamos en una casa tradiciona­l inglesa, y como nuestra hija Allegra, de 21 años, estudia en Nueva York y Filippo, de 17, se va este año, decidimos ‘reinventar­nos’. Me gusta más esa palabra que ‘mudarnos’», explica. En pocos meses, encontraro­n un espacioso apartament­o firmado por el arquitecto David Chipperfie­ld, con impresiona­ntes vistas, y dejaron atrás su anterior vida. Ahora, en ningún sitio se siente como en su casa, que también usa de oficina. «Me encanta la luz del comedor, así que paso mucho tiempo ahí con el ordenador. Pero a veces también trabajo desde la ‘oficama’. ¡Adoro poder hacer eso!», bromea. Pero el aspecto general de la casa es más de museo que de oficina.

Decorada por ella misma en colaboraci­ón con el interioris­ta Francis Sultana –que firma, asimismo, la mayoría de los muebles–, la vivienda acoge obras de algunos de los principale­s artistas del siglo XX y XXI, como Francis Picabia, Louis Bourgeois, Paul McCarthy o Christophe­r Wool. «Si me tuviese que quedar solo con dos, serían las dos primeras que compramos: una escultura de Bourgeois y un cuadro de Picabia que preside el salón. Hubo una época en la que adquirimos muchísimas obras, pero ahora nos hemos relajado bastante porque los precios han subido una barbaridad. Si empezásemo­s ahora no podríamos llegar a una colección como la que tenemos», afirma. Su lema siempre ha sido no comprar por inversión, solo por pasión. «Es una apuesta demasiado arriesgada para hacerlo por eso…». Acompañand­o a la colección, auténtica protagonis­ta de la casa, también hay importante­s piezas de diseño firmadas por Mattia Bonetti, Hervé van der Straeten o Paul Dupré-Lafon. También un buen numero de libros de Vendome Press y de arte en general pues, desde hace más de dos décadas, el matrimonio no ha dejado de ahondar en lo que significa el arte y su posesión. Y en eso, ellos son ahora los auténticos maestros

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Arriba, pintura de George Condo y cómoda de Francis Sultana en el salón; y Celia, en la cocina, con vestido de Dries Van Noten y zapatos de Manolo Blahnik. En la otra página, vista general del salón.
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Fotografía GONZALO MACHADO Celia Forner, en la terraza de su casa de Londres, con vestido de Cortana.
 ??  ?? A la izquierda, Celia, en su habitación, con vestido de Marlota, su perro Gatsby y zapatos de Manolo Blahnik en el suelo. Arriba, la zona de lectura, con obras de Dieter Roth y libros de Vendome Press.
A la izquierda, Celia, en su habitación, con vestido de Marlota, su perro Gatsby y zapatos de Manolo Blahnik en el suelo. Arriba, la zona de lectura, con obras de Dieter Roth y libros de Vendome Press.

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