CORAZÓN SALVAJE.
Bahía de Banderas, el nuevo paraíso mexicano.
Seguramente muchas personas aún no hayan escuchado hablar de Bahía de Banderas, una pequeña región de Rivera Nayarit (en la costa noroeste de México), pero es probable que esto cambie muy pronto. El que fuera el secreto mejor guardado de las celebrities y los surfistas –que acuden allí, sobre todo, en busca de una famosa ola llamada Stoner Point
Break– está a punto de dejar de ser un destino solo para expertos. En parte, gracias a las Kardashian-Jenner, que decidieron dar comienzo a la última temporada de su pro- grama, Keeping Up With The
Kardashians, en una lujosa villa de Punta Mita, el enclave más exclusivo –copado por
resorts de lujo sostenible y escondidas villas privadas– de la zona. Jessica Alba, Selena Gomez o Jennifer Lawrence también han sido fotografiadas recientemente disfrutando de sus paradisíacas playas. Y ahí no terminan las noticias: Gilles Ste-Croix, fundador del Cirque du Soleil, quedó tan prendado de la tierra que decidió quedarse a vivir allí y fundar una escuela de acróbatas en la localidad de San Pancho. Durante este año, abrirá las puertas del primer parque temático del conocido circo en Nuevo Vallarta, la ciudad de la que parten hacia el norte los 65 kilómetros de costa que forman Bahía de Banderas. En ellos, además de idílicas playas vírgenes, en las que cada noche desovan las tortugas –de julio a noviembre– y durante el invierno puede verse saltar a las ballenas jorobadas, se encuentran una serie de pueblos en los que las tradiciones locales más ancestrales se fusionan con un nuevo aire bohemio y cosmopolita. Entre estos destacan los pintorescos Sayulita y San Pancho, rebosantes de estilo, looks surfero, pieles bronceadas y tiendas de artesanía, muchas de ellas en versión sofisticada, como Evoke The Spirit y Coyucci en el primero y Elote Arte en el segundo. Las alfrombras con motivos huicholes, los bolsos de fibra trenzada y las camisas de algodón vintage de estas tiendas resultan compras casi obligadas. Pero, ¡ojo!, que no se entere nadie o entre esos encargos y los de mezcales de destilerías locales –que enamoran, en parte, por sus diseños– acabarás con toda una tienda en la maleta. Otro de los puntos fuertes de estos pueblos es su gastro-
nomía. Además de las típicas taquerías callejeras –en Sayulita, imprescindible probar el taco de pez marlin de Natty’s Cocina– destacan los restaurantes a pie de playa en los que se sirven las especialidades regionales: pescados zarandeados, aguachiles (picantes) de todo tipo y tortillas de maíz fritas con atún crudo y aguacate. La despensa local es apabullante; en sus aguas habitan toda clase de pescados y mariscos, y las frutas tropicales crecen sin freno en cada rincón. La abundancia es tal que los lugareños no acostumbran a beber agua, a pesar del calor, sino cocos y jugos que se se venden en vasos de litro por las calles.
El exuberante entorno natural –ecosistema protegido perteneciente a la Sierra Madre–, acoge la mayor concentración de jaguares que existe y un incontable número de senderos que atraviesan la espesa jungla que inunda la región. Para los que no quieran sudar en rutas largas y con fuertes desniveles, el Orquideario Lo de Perla resulta una opción idónea, pues permite disfrutar de algunos de los grandes tesoros de la flora autóctona en un paseo de apenas dos kilómetros. Y a la salida, se puede reponer fuerzas en la cercana chocolatería Mexicolate, en San Pancho.
Los amantes de la naturaleza más salvaje y el turismo de aventura tampoco deben perderse la espectacular playa subterránea –con inmensa claraboya sorpresa– a la que se accede por una cueva en las islas Marietas, pertenecientes a la región. A ellas únicamente se puede acceder por mar desde las playas de Punta Mita, y su escasa accesibilidad las ha mantenido alejadas del turismo masivo. Las leyes medioambientales, por su parte, también han contribuido a su increíble conservación.
Los alojamientos más exclusivos de la región, como Four Seasons, St. Regis o Relais & Chateaux Imanta –el favorito de Sofía Vergara– tratan de respetar al máximo el entorno; hasta el punto de que el último se construyó, respetando los desniveles de los terrenos, con la propia piedra del suelo para reducir el impacto de la obra.
El ‘control’ de la fauna también se gestiona con un mimo absoluto; y si no se desea que un curioso tejón entre en la habitación por las noches en busca de dulce, lo único que se puede hacer es... cerrar con llave. Los cangrejos, las tortugas y los lagartos, entre otros, también campan a sus anchas por todos y cada uno de los alojamientos de lujo. Allí la naturaleza manda. Incluso el repelente antiinsectos ha de ser orgánico en esta burbuja de eco-lujo. Pero que nadie se asuste, ¿a quién le importa una pequeña picadura cuando puedes disfrutar de un masaje o una clase de yoga en medio de la jungla?