VERSO LIBRE
EXQUISITO CRONISTA DEL SIGLO XX, CECIL BEATON ES A SU VEZ UNO DE LOS PERSONAJES MÁS FASCINANTES DE SU PROPIA ÉPOCA. UN DOCUMENTAL FIRMADO POR LISA IMMORDINO REDESCUBRE SU FIGURA.
E l de Beaton (1904-1980) no era un nombre infrecuente en las sobremesas familiares. En parte porque la presencia del británico –materializada en distintas disciplinas artísticas– veteó los estratos más exclusivos de la sociedad del siglo XX, en parte por su propio apellido, a la realizadora francesa Lisa Immordino Vreeland no le fue fácil escapar a esa magnética figura que, de tanto en cuanto, asomaba dentro de las paredes de su propia casa. El resultado es un documental que ya desde su título – Te queremos, Cecil Beaton– se anuncia como una declaración de amor hacia un fotógrafo prolífico y complejo, esteta consumado y exquisito cronista del pasado siglo que la realizadora ha querido redescubrir y que será emitido por la plataforma Movistar Estrenos el próximo 5 de julio. Immordino, que ya había probado su solvencia como biógrafa de Diana Vreeland –abuela de su marido Alexander– y Peggy Guggenheim, llegó a Beaton a través, precisamente, de la relación de este con su familia política. En cierto modo califica de carambolas los giros que le han llevado de un proyecto a otro –«tampoco estaba interesada en la vida de Vreeland antes de conocer a su nieto; lo estaba más en él», bromea–, pero asegura que sus objetos de estudio siempre han compartido una naturaleza visionaria que, en el caso de Beaton, se manifestaba en «su insaciable deseo creativo». Rodeada de una lujosa armada de colaboradores que incluye nombres como Rupert Everett, Manolo Blahnik o David Bailey y echando mano de un archivo infinito, Immordino plantea un viaje desde sus orígenes británicos a la conquista de Hollywood sin olvidar sus hedonismos de juventud como miembro de los Bright Young Things –aquellos jóvenes aristócratas tan dados a la diletancia, los disfraces y el travestismo-; obsesiones correspondidas –como la que tuvo por Marlene Dietrich–; merecidos reconocimientos –como sus dos Óscar por el vestuario de Gigi y My Fair Lady–; y la efervescente etapa en su casa de Ashcombe –posteriormente adquirida por Madonna y Guy Ritchie, quien le abrió las puertas a la francesa para filmar allí–. «Había algo en su personalidad que me intrigaba –explica ella–; su voracidad por crear a todos los niveles me impactó. Él solo sería capaz de narrar la historia del siglo XX a través de sus retratos y sus escritos». Ahora su trabajo permitirá asistir al fenómeno de esa sola vida que se hizo eco de toda una sociedad