VOGUE (Spain)

ORIENTE EXTREMO

- Texto ESTEFANÍA ASENJO

En su afán por conocer hasta el último rincón de este mundo, Nuria Val y Coke Bartrina viajan a Japón –cámara en mano y sin ninguna guía ni idea preconcebi­da– para revisar a través del filtro de Instagram los mayores emblemas del país.

Hay determinad­as cosas que todo extranjero sabe antes de viajar a Japón. La primera es que el choque cultural será inmediato y brutal, y que eso es precisamen­te lo que enamora del país. Aún siendo consciente de ello, este no se hace esperar. Nada allí es como creemos; ni la comida ni los códigos de conducta ni la forma de interactua­r. Entenderse, además, no es un asunto sencillo a no ser que se domine el japonés. Pero todo esto fue lo que atrajo –como a muchos otros visitantes– a los inquietos Nuria Val y Coke Bartrina, el dúo creativo barcelonés que hace soñar a medio mundo con sus constantes viajes.

«Hacía mucho que queríamos ir a Japón; creo que desde que nos conocimos, hace casi cinco años», explica él. «A los dos nos gusta mucho viajar para enriquecer nuestro conocimien­to sobre otras culturas y creíamos que Japón era una pieza clave del rompecabez­as. Es un viaje lleno de sensacio- nes nuevas. Cuando llegas, parece que has aterrizado en otro planeta…», concede.

Su aventura comenzó en la capital, Tokio, una ciudad llena de contrastes en la que el temperamen­to callado, respetuoso y ordenado de la cultura se diluye entre las multitudes que recorren su zona comercial, Shibuya, fotografiá­ndose en sus pasos de cebra rodeados de neones. «Los primeros días no entendíamo­s nada. Supongo que el jet lag tampoco ayudaba. Pero nos fuimos adaptando a la cultura y enamorando de ella», continúa Nuria.

Con el objetivo de evitar las rutas turísticas más habituales, la pareja investigó hasta encontrar los lugares en los que de verdad podrían conocer el país y vivir –por unos días– como sus propios habitantes. «El día que llegamos, fuimos a cenar a un restaurant­e que Nuria había buscado, familiar y con solo cinco mesas, pero nadie hablaba inglés; el menú no estaba traducido y no tenía fotos… Así que pedimos lo úni-

co que fuimos capaces de entender: sashimi. Pero cuando llegó no era para nada lo que aquí solemos ver. Y de repente veo a Nuria coger un pequeño calamar crudo entero y metérselo en la boca mientras la miraba todo el restaurant­e. ¡Nunca olvidaré su cara! Dice que, al verlo, creyó que estaría cocinado de algún modo…», recuerda Coke divertido.

La curiosidad de los japoneses por los turistas es otra de las cosas que más impactan, aún sabiéndolo. No importa lo lleno de extranjero­s que esté el lugar; es habitual generar expectació­n incluso en el concurrido Fish Market de Tokio. Un lugar imprescind­ible para probar el auténtico sushi, preferible­mente a primera hora de la mañana, cuando el pescado llega hiperfresc­o directamen­te de los barcos. «Aun así, no hay que tener miedo a salirse de los circuitos más habituales. Es un país muy seguro en el que para vivir una experienci­a auténtica hay que rebuscar un poco», asegura ella.

Tras unos días en la capital, donde se alojaron en el famoso piso 32 del Park Hotel Tokio, con increíbles vistas de la ciudad y todas las habitacion­es decoradas por algún artista nipón, la pareja emprendió un viaje que les llevaría alrededor de todo el país. Visitaron Kioto, la otra gran ciudad japonesa, el bucólico Nara Park, famoso por los cientos de cervatillo­s que lo habitan, y algunos de los pueblos más tradiciona­les del país, como Kinosaki, en las montañas, donde los japoneses

suelen acudir para recuperars­e del estrés en los onsen, sus particular­es balnearios.

Tampoco quisieron dejar escapar la oportunida­d de visitar Naoshima y Teshima, las conocidas ‘islas de los museos’. «Fue algo que nos supuso un viaje de muchas horas de tren. A muchos turistas no les compensa, pero para nosotros mereció la pena por ver la obra del arquitecto Tadao Andō y sus increíbles coleccione­s de arte. Dentro está prohibido hacer fotos, pero no pudimos evitar hacérsela a la impresiona­nte calabaza de Yayoi Kusama que se encuentra al borde del mar», dice él.

A lo largo de todas sus paradas, Coke y Nuria optaron por conocer la parte más tradiciona­l de Japón pero también algunos de los grandes exponentes de la modernidad en el país, como el Museo de Arte del siglo XXI de Kanazawa, que cuenta además con una impresiona­nte piscina; el ‘ insta- grameable’ Efish Cafe, a orillas del río Kamo en Kioto, con especialid­ades japonesas pasadas por el tamiz de la cocina internacio­nal; o la concept sto

re Stardust, en la misma ciudad, donde curiosamen­te se puede disfrutar de una milenaria ceremonia del té tras comprar los últimos diseños en moda y decoración de artistas locales.

Los pueblos más pequeños y tradiciona­les fueron sus últimas paradas, ya habituados al choque cultural. «En Kanazawa fuimos a un restaurant­e yakitori –barbacoa japonesa– en el que no había ni un solo turista. Como venía siendo habitual, despertamo­s una curiosidad tremenda tanto entre los comensales como en el dueño del local y al poco rato los teníamos a todos alrededor haciéndono­s preguntas –en un inglés un tanto difícil de entender– y enseñándon­os sel

fies en Barcelona, con la Sagrada Familia de fondo», cuenta Nuria, sonriendo al recordarlo. «No tardaron en empezar a invitarnos a probar distin-

tos tipos de sake, expectante­s por escuchar nuestra opinión al respecto. Estaban tan ilusionado­s de que nos gustasen que terminamos con una borrachera importante», retoma Coke.

Confieso, de hecho, que incluso me olvidé la cámara sobre la barra –continúa–, y cuando nos íbamos salieron corriendo detrás de nosotros para dármela». Un ejemplo más de la amabilidad del pueblo, en especial fuera de las grandes ciudades, donde ellos decidieron concluir su viaje.

Con el objetivo de regresar descansado­s, apostaron por pasar los últimos días en la pequeña localidad de Kinosaki. Allí, al principio, se alojaron en Nishimuray­a Honkan, un hotel con más de 200 años de historia y construido en torno a unos antiguos baños onsen. «La gente acude para descansar, así que es todo es muy silencioso y tranquilo. Incluso te sirven la cena en la habitación», cuenta ella. Después se trasladaro­n al hotel Nishimuray­a Shogetsute­i, más moderno y con increíbles vistas al valle. En el pueblo, es una estampa habitual ver a la gente pasearse con el yuka

ta, un kimono usado tradiciona­lmente para acudir a los on

sen. Hoy, imbuidos por el aire tradiciona­l y relajado del histórico pueblo, los visitantes no suelen quitárselo durante toda su estancia. Tampoco Nuria y Coke, que no dudaron en rendirse a la cultura olvidando por unos días cualquier convencion­alismo occidental

 ??  ?? Nuria, con el tradiciona­l yukata, en el hotel Nishimuray­a Honkan de la ciudad balneario de Kinosaki.
Nuria, con el tradiciona­l yukata, en el hotel Nishimuray­a Honkan de la ciudad balneario de Kinosaki.
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 ??  ?? En esta página, Nuria disfrutand­o de las vistas desde el hotel Nishimuray­a Honkan, en Kinosaki; imagen de sus tradiciona­les baños onsen; y comida en el restaurant­e de la concept store Stardust, en Tokio. En la página anterior, de izda. a dcha. y de arriba abajo, preciosa vista de Kanazawa; almuerzo en Efish Cafe, en Kioto; la entrada a la habitación del hotel Nishimuray­a Shogetsute­i; detalle de la tienda Stardust; y geisha en las calles de Kioto.
En esta página, Nuria disfrutand­o de las vistas desde el hotel Nishimuray­a Honkan, en Kinosaki; imagen de sus tradiciona­les baños onsen; y comida en el restaurant­e de la concept store Stardust, en Tokio. En la página anterior, de izda. a dcha. y de arriba abajo, preciosa vista de Kanazawa; almuerzo en Efish Cafe, en Kioto; la entrada a la habitación del hotel Nishimuray­a Shogetsute­i; detalle de la tienda Stardust; y geisha en las calles de Kioto.
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 ??  ?? En esta página, la calabaza de Yayoi Kusama en Naoshima, una de las dos ‘islas de los museos’; vista de Tokio desde el Park Hotel; y retrato de Nuria. En la página anterior, Nuria disfrutand­o de las vistas del Park Hotel de Tokio; una peculiar casa de Kioto; comida en el Mori Art Museum, en Tokio; uno de los puestos del Fish Market, en la misma ciudad; y una de las Artist Rooms del Park Hotel.
En esta página, la calabaza de Yayoi Kusama en Naoshima, una de las dos ‘islas de los museos’; vista de Tokio desde el Park Hotel; y retrato de Nuria. En la página anterior, Nuria disfrutand­o de las vistas del Park Hotel de Tokio; una peculiar casa de Kioto; comida en el Mori Art Museum, en Tokio; uno de los puestos del Fish Market, en la misma ciudad; y una de las Artist Rooms del Park Hotel.

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