ORIENTE EXTREMO
En su afán por conocer hasta el último rincón de este mundo, Nuria Val y Coke Bartrina viajan a Japón –cámara en mano y sin ninguna guía ni idea preconcebida– para revisar a través del filtro de Instagram los mayores emblemas del país.
Hay determinadas cosas que todo extranjero sabe antes de viajar a Japón. La primera es que el choque cultural será inmediato y brutal, y que eso es precisamente lo que enamora del país. Aún siendo consciente de ello, este no se hace esperar. Nada allí es como creemos; ni la comida ni los códigos de conducta ni la forma de interactuar. Entenderse, además, no es un asunto sencillo a no ser que se domine el japonés. Pero todo esto fue lo que atrajo –como a muchos otros visitantes– a los inquietos Nuria Val y Coke Bartrina, el dúo creativo barcelonés que hace soñar a medio mundo con sus constantes viajes.
«Hacía mucho que queríamos ir a Japón; creo que desde que nos conocimos, hace casi cinco años», explica él. «A los dos nos gusta mucho viajar para enriquecer nuestro conocimiento sobre otras culturas y creíamos que Japón era una pieza clave del rompecabezas. Es un viaje lleno de sensacio- nes nuevas. Cuando llegas, parece que has aterrizado en otro planeta…», concede.
Su aventura comenzó en la capital, Tokio, una ciudad llena de contrastes en la que el temperamento callado, respetuoso y ordenado de la cultura se diluye entre las multitudes que recorren su zona comercial, Shibuya, fotografiándose en sus pasos de cebra rodeados de neones. «Los primeros días no entendíamos nada. Supongo que el jet lag tampoco ayudaba. Pero nos fuimos adaptando a la cultura y enamorando de ella», continúa Nuria.
Con el objetivo de evitar las rutas turísticas más habituales, la pareja investigó hasta encontrar los lugares en los que de verdad podrían conocer el país y vivir –por unos días– como sus propios habitantes. «El día que llegamos, fuimos a cenar a un restaurante que Nuria había buscado, familiar y con solo cinco mesas, pero nadie hablaba inglés; el menú no estaba traducido y no tenía fotos… Así que pedimos lo úni-
co que fuimos capaces de entender: sashimi. Pero cuando llegó no era para nada lo que aquí solemos ver. Y de repente veo a Nuria coger un pequeño calamar crudo entero y metérselo en la boca mientras la miraba todo el restaurante. ¡Nunca olvidaré su cara! Dice que, al verlo, creyó que estaría cocinado de algún modo…», recuerda Coke divertido.
La curiosidad de los japoneses por los turistas es otra de las cosas que más impactan, aún sabiéndolo. No importa lo lleno de extranjeros que esté el lugar; es habitual generar expectación incluso en el concurrido Fish Market de Tokio. Un lugar imprescindible para probar el auténtico sushi, preferiblemente a primera hora de la mañana, cuando el pescado llega hiperfresco directamente de los barcos. «Aun así, no hay que tener miedo a salirse de los circuitos más habituales. Es un país muy seguro en el que para vivir una experiencia auténtica hay que rebuscar un poco», asegura ella.
Tras unos días en la capital, donde se alojaron en el famoso piso 32 del Park Hotel Tokio, con increíbles vistas de la ciudad y todas las habitaciones decoradas por algún artista nipón, la pareja emprendió un viaje que les llevaría alrededor de todo el país. Visitaron Kioto, la otra gran ciudad japonesa, el bucólico Nara Park, famoso por los cientos de cervatillos que lo habitan, y algunos de los pueblos más tradicionales del país, como Kinosaki, en las montañas, donde los japoneses
suelen acudir para recuperarse del estrés en los onsen, sus particulares balnearios.
Tampoco quisieron dejar escapar la oportunidad de visitar Naoshima y Teshima, las conocidas ‘islas de los museos’. «Fue algo que nos supuso un viaje de muchas horas de tren. A muchos turistas no les compensa, pero para nosotros mereció la pena por ver la obra del arquitecto Tadao Andō y sus increíbles colecciones de arte. Dentro está prohibido hacer fotos, pero no pudimos evitar hacérsela a la impresionante calabaza de Yayoi Kusama que se encuentra al borde del mar», dice él.
A lo largo de todas sus paradas, Coke y Nuria optaron por conocer la parte más tradicional de Japón pero también algunos de los grandes exponentes de la modernidad en el país, como el Museo de Arte del siglo XXI de Kanazawa, que cuenta además con una impresionante piscina; el ‘ insta- grameable’ Efish Cafe, a orillas del río Kamo en Kioto, con especialidades japonesas pasadas por el tamiz de la cocina internacional; o la concept sto
re Stardust, en la misma ciudad, donde curiosamente se puede disfrutar de una milenaria ceremonia del té tras comprar los últimos diseños en moda y decoración de artistas locales.
Los pueblos más pequeños y tradicionales fueron sus últimas paradas, ya habituados al choque cultural. «En Kanazawa fuimos a un restaurante yakitori –barbacoa japonesa– en el que no había ni un solo turista. Como venía siendo habitual, despertamos una curiosidad tremenda tanto entre los comensales como en el dueño del local y al poco rato los teníamos a todos alrededor haciéndonos preguntas –en un inglés un tanto difícil de entender– y enseñándonos sel
fies en Barcelona, con la Sagrada Familia de fondo», cuenta Nuria, sonriendo al recordarlo. «No tardaron en empezar a invitarnos a probar distin-
tos tipos de sake, expectantes por escuchar nuestra opinión al respecto. Estaban tan ilusionados de que nos gustasen que terminamos con una borrachera importante», retoma Coke.
Confieso, de hecho, que incluso me olvidé la cámara sobre la barra –continúa–, y cuando nos íbamos salieron corriendo detrás de nosotros para dármela». Un ejemplo más de la amabilidad del pueblo, en especial fuera de las grandes ciudades, donde ellos decidieron concluir su viaje.
Con el objetivo de regresar descansados, apostaron por pasar los últimos días en la pequeña localidad de Kinosaki. Allí, al principio, se alojaron en Nishimuraya Honkan, un hotel con más de 200 años de historia y construido en torno a unos antiguos baños onsen. «La gente acude para descansar, así que es todo es muy silencioso y tranquilo. Incluso te sirven la cena en la habitación», cuenta ella. Después se trasladaron al hotel Nishimuraya Shogetsutei, más moderno y con increíbles vistas al valle. En el pueblo, es una estampa habitual ver a la gente pasearse con el yuka
ta, un kimono usado tradicionalmente para acudir a los on
sen. Hoy, imbuidos por el aire tradicional y relajado del histórico pueblo, los visitantes no suelen quitárselo durante toda su estancia. Tampoco Nuria y Coke, que no dudaron en rendirse a la cultura olvidando por unos días cualquier convencionalismo occidental