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do la prominente nariz de Sitwell, un rasgo aguileño tan identificativo que sus padres la obligaron, de pequeña, a llevar un corrector para contener su magnitud. Sin embargo, luego le pareció que encargar la prótesis «era como usar una maza para abrir una nuez. Nos pareció mejor ir a Reinshaw, la casa en la que crecieron los Sitwell».
Reinshaw Hall, en la campiña británica, es una casa de casi cuatro siglos de antigüedad rodeada de fastuosos jardines. Sin embargo, a pesar del magnífico escenario, la infancia de Edith fue, a todas luces, miserable. Nacida con una desviación de columna, que Swinton describe como «la cabeza de un galgo», creció llevando el aparato para corregir su nariz y, además, un corsé con forma de jaula. Sus padres, a menudo ausentes, eran crueles. Su madre, Lady Ida, una gran belleza de la época (para mayor insulto de la hija), era alcohólica y pasó un tiempo entre rejas por fraude. Edith recordaría, en alguna entrevista, haber ido a empeñar los dientes postizos de su madre para comprarle brandy.
En parte gracias al esfuerzo del ama de llaves de la casa, Helen Rootham, con la que Edith vivió hasta que cumplió los 50, los hermanos Sitwell no solo sobrevivieron a su infancia, sino que mantuvieron intacto su talento literario. Por separado (y en grupo), publicaron antologías, novelas y críticas sobre temas tan diversos como el arte, la arquitectura y la música. El trabajo más ambicioso de Edith fue una serie de poemas titulada Façade, que comenzó a publicar en 1918 y posteriormente convirtió en una extravagante y fantástica performance en la que se escondía tras una cortina gritando lo que podrían haberse considerado versos sin sentido en un Sengerphone (una especie de megáfono) al tiempo que una orquesta interpretaba una mezcla de cantos marinos.
Si Sitwell está entre los mejores poetas del siglo XX o no, puede estar sujeto a debate. Debido, principalmente, a su género y clase social (por no mencionar sus estilismos) su trabajo ha sido, en ocasiones, menospreciado. Swinton no puede estar más en desacuerdo, y la califica de «poeta extraordinaria». En los últimos años son varios los críticos que le han dado la razón. Más allá de lo que se pueda pensar de sus versos, su influencia es real. En vida, fue retratada y pintada por artistas. Más de medio siglo después de su muerte sigue siendo un referente para excéntricos ( y quién, cuando llega el momento, no es un poco excéntrico). «Cogió lo que tenía y lo llenó con orgullo», dice Walker. «Ese positivismo corporal es tremendamente poderoso. Llevo más de dos decenios tras la cámara, y he visto muchos cambios en la definición de lo que es la belleza y la individualidad, sobre todo recientemente. Estamos aprendiendo a celebrar nuestras diferencias, y no es un asunto carente de emoción. Edith fue, hace ya mucho tiempo pionera y animadora de ese espíritu»