Los 25 años de moda de Teresa Helbig, rumbo a Los Ángeles.
TERESA HELBIG celebra los 25 años de su firma en un momento dulce: inaugura tienda online y desembarca en Los Ángeles, donde ya viste con su estilo preciosista y artesanal a estrellas como PRIYANKA CHOPRA, SAOIRSE RONAN O TAYLOR SWIFT.
La culpa de todo la tiene la tía María. La familia materna de Teresa Helbig siempre ha vivido entre el Poble Sec y el Paralelo, la avenida de Barcelona que un día fue el Broadway barcelonés –un Broadway para todos los bolsillos–, donde se alineaban todos los teatros de varietés. «Mi tía abuela María, que era muy graciosa, iba cada sábado a los teatros y se hacía amiga de los artistas. Ella me llevaba a ver a Lina Morgan, a La Maña, el espectáculo Travestísimo... Y después entrábamos en los camerinos y me dejaban probarme las plumas, los tocados. Me quedaba fascinada con las lentejuelas, con las medias de rejilla», cuenta la diseñadora.
María, además, «que era muy espabilada», en los años cuarenta se hizo traer desde América, nadie sabe cómo, un libro en inglés en el que aparecían todas las estrellas del cine mudo: «Se titulaba The World of Stars. Recuerdo que salían todas las flappers, con los pelos engominados. Pasábamos la tarde ojeándolo y fantaseando. Sacábamos una caja de optalidones en la que ella guardaba cuatro piedras de colores, que parecían preciosas, y jugábamos: ¿Tú qué te pondrías si fuéramos al Liceu? ¿Y si te invitaran a París?». No es difícil trazar una línea recta desde esas tardes y el momento, lleno de brillo y plumas, que vive la marca ahora que cumple
25 años. Helbig ganó el pasado enero el premio a la mejor colección de otoño/invierno en la Mercedes Benz Fashion Week Madrid, con una propuesta inspirada en el hechizo y el mundo de las brujas. Además, la firma está a punto de relanzar su tienda online y se prepara para un importante desembarco en Los Ángeles. Qué hubiera dicho la tía María.
Hace ya un par de años que Helbig tiene en la Costa Oeste estadounidense contacto con una potente agencia de relaciones públicas y un pequeño showroom que frecuentan algunas actrices de Hollywood y sus estilistas. Gente como Karla Welch, que viste a Olivia Wilde, Sarah Paulson, o Tracee Ellis Ross o Amy Poehler; Samantha McMillen (la responsable del fabuloso y muy teatral vestuario que lució Elle Fanning cuando hizo de jurado en Cannes y de Brie Larson en su gira promocional como Capitana Marvel); y Elizabeth Saltzman, con base en Londres. Fue ella, exeditora de moda en Vogue y excolaboradora de Giorgio Armani, quien hizo que Gwyneth Paltrow volviera al primer nivel de interés mediático, colocándole aquel Tom Ford blanco con capa en los Oscar de 2012, mil veces recreado después. Saltzman también ha ido construyendo looks poco previsibles a la medida de Saoirse Ronan, la irlandesa que hará de Jo en la próxima y muy esperada versión de Mujercitas. «Nos hizo mucha ilusión incorporarla a la helbigang», admite la diseñadora, que llama así a su tribu de acérrimas. La actriz se puso un vestido de cadenas rosas y terciopelo, engañosamente sencillo a la vista, para asistir al 75 aniversario de los Globos de Oro.
El hecho de que haya una competencia feroz entre estilistas y que ellas mismas se hayan convertido en celebridades, pujando por aparecer en el top 5 del listado que publica anualmente The Hollywood Reporter con las más influyentes, acaba beneficiando a firmas pequeñas y situadas fuera del circuito habitual, como Teresa Helbig. Para una consultora, no tiene demasiado mérito ir con un Gucci a una clienta de alto nivel (presuponiendo que Gucci quiera vestirla). En cambio, presentarle una pequeña firma que lo hace todo a mano en Barcelona con un nivel de calidad artesanal comparable a la costura, demuestra que la estilista ha hecho los deberes y está buscando prendas especiales.
Además de Ronan, se han puesto ‘Helbigs’ Olivia Wilde –que fue al programa de Stephen Colbert con un vestido de panteras estampadas en terciopelo–, Emma Roberts, Taylor Swift, Halle Berry, Gwen Stefani, Daisy Ridley y Priyanka Chopra. La actriz india, que en los últimos meses ha elevado su perfil en gran parte gracias a sus estudiados estilismos, se puso dos diseños seguidos en la misma semana: un vestido ceñido y escotado para un evento previo a los Grammy y un traje pantalón blanco con aplicaciones para acudir al programa de Jimmy Fallon. En noviembre, la marca montará una tienda efímera y un trunk show de un par de días en Los Ángeles, que le servirá para conocer a todas estas evangelistas de su estilo y a las clientas que tiene en EE.UU. desde hace unos años.
A veces llegan aquí porque preguntan en tiendas como Prada y les dicen que somos el mejor showroom de Barcelona. Por
algún motivo, entienden muy bien nuestra propuesta, valoran el trabajo artesanal», dice. La nueva tienda digital ha llevado a la marca a potenciar los accesorios, que tienen más salida en e-commerce, y lo que ellos llaman los «esenciales», prendas atemporales como jerséis de punto o pantalones de cuero. Sin duda, dará acceso a la marca a más clientes, pero quienes se compren un ‘Helbig’ así, con un frío clic en la casillita de proceed to checkout, se perderán la experiencia de acudir a la tienda-taller de Barcelona. Allí, hasta los azulejos de cerámica del portal, un clásico rellano del Eixample, parecen hechos ex profeso para preparar el universo de la diseñadora. «A las clientas les encanta ver que está todo el equipo aquí cosiendo, empezando por mi madre», asegura la creadora.
Mater, como la llaman con cariño, cumplió 80 años –aparenta unos 20 menos, cosa de familia– el otoño pasado y el equipo lo celebró con una fiesta sorpresa en la que le prepararon una coreografía con el Mamma Mia de Abba. Sigue siendo el corazón de la empresa y ejerce el control de calidad más exigente. «No nos pasa una, siempre dice que lo más importante en un vestido es lo que no se ve», admite su hija. Juntas empezaron la empresa casi por casualidad, desde su propio piso, que ni siquiera tenía espejo de cuerpo entero, y juntas han acabado formando a un grupo de unas 17 personas que se encarga de hacerlo todo dentro de la casa, con técnicas que muchas empresas con departamentos enteros de I+D no podrían aplicar. En la colección de otoño hay bordados de chenilla, un abrigo hecho a base de miles de tiras de plumas cosidas una a una sobre terciopelo, cuero perforado con láser y un tipo de bordado sobre gasa llamado de ‘cola de ratón’ que requiere enorme habilidad y trabajar con una lupa gigante. No importa tomar siempre el camino más largo y costoso si al final se refleja en la prenda. «Tenemos gente muy talentosa que trabaja con mucha pasión», presume la diseñadora. «Lo mismo saben hacer un ganchillo con tul que flores de cera». Se refiere a los diminutos pétalos de azahar que decoran unos accesorios que recuerdan a los que llevaban las novias en España en la primera mitad del siglo XX.
No ha sido fácil para la marca llegar hasta este punto manteniendo la independencia económica. Incluso este último empujón de la venta online lo ha hecho sin inversión externa. «Estamos muy orgullosas de seguir así. Aunque no nos cerramos. Si llegase el novio perfecto...», apunta la diseñadora, que en más de una ocasión ha rechazado empleos de alto nivel en casas de moda porque comprometían el futuro de la suya.
Cuando se puso a hacer sus propios vestidos («Los primeros, con un crepé que picaba muchísimo. De ahí la obsesión que tenemos ahora con los tejidos»), Helbig aún trabajaba como escaparatista junto a Paco Hidalgo. Se encargaban de montar las lunas de tiendas como Zasca en Madrid o Puente Aéreo en Barcelona, en la época en la que reinaban Moschino y Gaultier, así como los falsos vestidos en la mítica tienda de telas del paseo de Gracia, Gratacós, que solían ser una atracción turística en sí mismos. Un día la invitaron a una boda y se confeccionó su traje, cosiendo una a una millones de plumas –siempre la pluma– a un minivestido. Se hizo un moño cardado como los de las cantantes de The B-52’s y triunfó. Vio que podía haber un público que compartiese su estilo, «que es muy contradictorio. Nos encanta la contradicción: parece delicado, pero en el fondo es muy punk».
En estos 25 años, ha habido algunos momentos clave. Como la primera colección propiamente dicha, que se presentó en 2007 en la 080 de Barcelona. La propia Teresa hizo de maniquí de los vestidos en el taller y cuando llegaron al desfile se dieron cuenta de que a las modelos les quedaban cortísimos. Todo el mundo creyó que ese largo micro tan fresco era deliberado, claro. Casi una década más tarde, y ya desfilando en Madrid, llegó otra colección importante, la del otoño/invierno 2016-17, titulada Outsiders. «Entonces, Teresa pasó de declinar una misma idea y un mismo tejido en varios vestidos a inventar una historia propia para cada look. Implica más tejidos, más patrones... El triple de trabajo, pero se nota», explica Luz Sagalés, pareja de Pol, el hijo mayor de la diseñadora, que también se ha incorporado a la empresa familiar. El propio Pol, que tiene apenas un par de años más que la firma, creció en el taller, entre patrones y glasillas, aunque de momento no se ha unido al equipo. «Pero todo se andará», apunta su madre